Una terrícola en Titán - Capítulo quince

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Imagen editada con Canva. Fuente de la imagen: Pexels

Atticus y Gülbahar se levantaron de forma abrupta mientras que yo hacía una leve reverencia ante la presencia de la Gran Concubina. Ésta se encontraba acompañada de Handan, su doncella.

Una oleada de nerviosismo nos invadió conforme Meleke se acercaba; ignorábamos qué tanto habría escuchado de nuestra discusión, y cuáles serían las consecuencias para Atticus de mostrarnos el libro de leyes, ya que todo aquél que estudia leyes tenía prohibido enseñar los libros a las esposas esclavas por temor a que éstas buscaran huecos legales para escapar de sus matrimonios.

Mirándonos a los tres con una mezcla de nostalgia y preocupación, se volvió hacia Handan y con un gesto indicó que activara el silenciador y la capa de invisibilidad. Luego, volviéndose hacia mí, me dijo: “Debo confesar que jamás esperé tanta astucia y deducción detrás de tu timidez, Güzelay. Me recordaste a una mujer que conocí cuando yo era apenas una muchacha; ella era la esposa esclava de uno de los mentores de Haeghar. Su nombre era Ceren. Una mujer bella, de corazón valiente… Me pregunto qué habrá sido de ella cuando su marido la liberó de su condición y la llevó a su planeta”.

Le sostuve la mirada con una mezcla de curiosidad y realización. Un nombre de inmediato se me vino a la mente.

“¿De casualidad el marido de Ceren era Hanis Bey, Su Alteza?”, cuestioné.

La Gran Concubina se sorprendió. “Sí… ¿Cómo lo supiste?”

“El príncipe Haeghar me contó un poco sobre él durante la recepción de mi boda”, confesé. “Le tenía mucho aprecio, por lo que pude notar”.

“¡Ah, qué sobrino mío! Por lo visto todavía lo extraña”.

“¿Quién es Hanis Bey?”, preguntó Gülbahar con curiosidad.

“Uno de los estrategas militares más brillantes del imperio y antiguo jefe del servicio secreto durante el reinado de Jerjes”, respondió Atticus, emocionado. “Mi abuelo hablaba de él constantemente durante las cenas familiares. Solía decirnos que era un hombre de honor y de habilidad política. En tiempos de guerra era mucho más temido que el suegro de Güzelay, pues además de ser un gran estratega también era un excelente combatiente”.

“Y pensar que Niloctetes se vanagloria de haber sido un hombre feroz cuando hubo alguien más temible que él mismo”, dije con ironía.

Meleke resopló y comentó: “Niloctetes conoció a Bey; estuvo bajo su mando durante la conquista de Júpiter. Hanis era la única persona de toda la corte con quien Niloctetes no quería meterse ni por asomo, ni siquiera después de que Ergane lo separara del cargo apenas ascendió al trono”.

“Supongo que no hacía lo mismo con Ceren cuando ella estaba por aquí”, dijo Gülbahar.

“Niloctetes se guardó mucho de opinar al respecto. No quería estar en la mira del jefe del servicio secreto imperial, mucho menos ser silenciado con acusaciones falsas de traición, tal y como le pasó al padre del actual conde de O”.

Gülbahar, Atticus y yo nos sobresaltamos mientras Meleke añadió: “Al viejo Arter le gustaba mucho Ceren. Le propuso ser su amante, pero ella no consintió; el tipo, despechado, empezó a diseminar falsos rumores, sin saber que Ceren le había dicho a Bey lo que sucedía previamente. Hanis actuó en las sombras, sembrando evidencia de espionaje; casi fallecía ejecutado si no fuera porque Bey lo impedía diciendo que el verdadero culpable había sido capturado y que la evidencia había sido sembrada para ganar una oportunidad para escapar. Toda la corte se dio cuenta de que su acción enviaba un poderoso mensaje: No te metas con mujer ajena”.

El silencio se cernió sobre nosotros conforme cada uno procesaba la información. A modo personal, sentí admiración por Hanis. No solo había puesto en su lugar al padre del conde de O, sino que incluso le recordó que su vida podría cambiar en segundos. Juega juegos estúpidos, gana premios estúpidos, solía decir mi abuela. Métete con gente más débil que tú, y el karma te la devolverá de forma bastante dura.

“¿Dónde está Hanis ahora?”, me atreví a preguntar. “¿Vive aún?”

Meleke me miró con una mezcla de tristeza y seriedad. “No lo sé con certeza. Me gustaría pensar que él aún vive. Desapareció en Titán durante la cacería imperial unos meses después de que Ilya pereciera. Él fue uno de sus principales colaboradores en la investigación sobre la familia de Ecclesía y en la redacción de la ley de divorcio”.

Me llevé una mano a los labios mientras que Meleke, mirándome fijamente, me dijo: “Ilya buscaba a toda costa evitar el fratricidio. Sabía que Haeghar no sobrevivirá sin aliados que pudieran ser igual o más influyentes que Ecclesía y su familia. Por desgracia, como notarán, él ya no tiene más aliados más que yo, los duques de G y la familia Von y Getz; ninguno de nosotros tenemos ejércitos personales, al contrario de familias militares como los Borg”.

“¿Y qué hay de las cámaras senatoriales? ¿Ellos lo apoyan?”, cuestionó Gülbahar.

“No. Ellos son aliados de Ecclesía”.

Desvié la mirada.

Aquella respuesta me dejó inquieta. Por un momento me remonté a las miradas, a los gestos que mi marido y su amante intercambiaban entre sí en los bailes imperiales. Me concentré en las miradas de Ecclesía, llenas de burla y triunfo mientras estaba rodeada de sus admiradores, mientras algunas de sus esposas parecían no molestarse en absoluto por lo que hicieran sus maridos en esas noches.

Fue entonces que comprendí que las mujeres que estamos bajo la condición del matrimonio servil no solo somos usadas para engendrar hijos; nos convertimos a veces en chivos expiatorios por si alguna cosa sale mal en la familia. Teniendo en cuenta que los Borg estaban en la mira de Haeghar, era probable que ellos vean en mí a alguien a quien utilizar en caso de que planeasen alguna conspiración en contra del príncipe. Si hubiese tenido un hijo con Adelbarae, el infante estaría creciendo en un ambiente frío y tóxico sin mí, su madre, y siendo criado por otra persona que proviene de la misma clase social que Adelbarae; peor aún, había el riesgo de que la nueva esposa decidiera reducirlo a servidumbre o convencido a Adelbarae de que lo enviara al ejército.

Con esta realización en mente, dije: “El emperador prometió algo a los involucrados en la conspiración contra Ilya. El carpetazo y el hecho de que le perdone la vida al que la ultimó habla en volúmenes de su intención en proteger algo del cual tiene participación”.

“¿Algo como qué?”, cuestionó Gülbahar.

“Lo ignoro…”

“Perdonen la interrupción, pero hay un grupo acercándose al área”, dijo Handan.

Miré a Gülbahar, Atticus y a la Gran Concubina. Todos coincidimos en fingir que esta conversación no se llevó a cabo, antes de separarnos y fingir no habernos visto.



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