Una terrícola en Titán - Capítulo dieciséis
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Imagen editada con Canva. Fuente de la imagen: Pexels
La noche pasó sin novedades. Mi marido no fue a visitarme; se quedó un largo rato entretenido con Ecclesía en el lecho, como siempre. O quizás con alguna que otra sirvienta, como dicen por ahí. Quizás fue convocado por el emperador para alguna cosa relacionada con las defensas del imperio. No lo sé, y francamente me importa menos; su familia nunca me informa de nada, dándome a entender que en sus vidas ocupo un lugar insignificante. Por lo tanto, por mí puede irse a la chingada, con todo y su amante, su familia, su poderío militar y su imperio. No quiero ser vendida como res a un depravado, justamente el mismo infeliz que decidió que su esposa sería una puta más en sus burdeles.
Gülbahar y yo pensamos marcharnos al convento de las Nornas, donde estaríamos seguras durante un tiempo. Pero para viajar hasta allá se requiere tiempo y una planeación meticulosa. Tiempo y aliados discretos, dispuestos a auxiliarnos en el momento oportuno. Por esa razón había comenzado a ganarme la confianza de los sirvientes, aunque con todo el cuidado del mundo dado que algunos de ellos pueden ser tan fieles a sus amos que son capaces de traicionarme de último minuto.
Sentándome junto a la ventana, mi mente divagó entre los pasadizos del palacio y los recuerdos de infancia en la Tierra. Me pregunto cómo estará mi familia; sé que están buscándome por las calles de Mérida, temiendo lo peor. A veces quisiera encontrar la forma de comunicarme con ellos, de decirles que estoy bien y que regresaré a ellos una vez que logre escaparme de este lugar.
El sonido de la puerta abriéndose me sobresaltó. Volviéndome, me encontré cara a cara con Aghar, una sirvienta del palacio muy amable y bondadosa.
“Buenos días, Aghar”, le saludé al levantarme.
“Buenos días, mi señora”, me saludó la muchacha mientras se dirigía al armario a elegir el vestuario del día. “¿Cómo durmió?”
“Bien, como siempre. ¿Y tú?”
Con un suspiro pesado, Aghar me confesó: “Debo confesar que muy mal, mi señora. Los nobles dejaron la sala hecha un desastre… Por cierto, su cuñada preguntó por usted. Ignoro para qué la quería; Jarlson cree que le entró un “ataque de superioridad” mientras hablaba con una de las damas de la corte muy amiga suya y con la princesa Oranna”.
Resoplé. “¿Cuándo no le da ataques de superioridad a la niñata mimada esa? Pobre. Me da pena ajena su actitud; un día vendrá la vida a bajarle los humos. Anota la fecha de cuándo te lo digo, Aghar”.
Aghar rio quedamente mientras ayudaba a vestirme. Cuando me senté en el tocador a peinarme, ella me comentó: “Tengo información crucial que debe saber, mi señora. Quizás no se lo digan para nada en la residencia Borg”.
“¿En serio? Dime”.
Trenzando mi cabello, Aghar me comentó que en un mes se lanzará una campaña militar para reprimir la rebelión en Júpiter. El emperador encabezará la expedición junto con los príncipes Haeghar y D’leh, con mi marido como uno de sus más experimentados generales y el capitán Zorg como encargado de un escuadrón de exploradores. Pero lo intrigante de este asunto era que Ecclesía también asistiría a la campaña junto con su hija Oranna.
“Interesante… ¿Y quién quedará al frente del imperio en su ausencia?”
“El Gran Consejero Imperial Lyonekes Padernelis”.
Me volví hacia Aghar, estupefacta. “Creí el Gran Consejero Imperial era el duque Homerios de G. ¿Qué sucedió?”
“Lo ignoro, mi señora. Solo sé que el emperador lo destituyó de su cargo hace unos cuatro días”.
“Ya veo…”, musité mientras me acomodaba nuevamente en mi lugar, aún sacudida por aquella noticia.
Aghar continuó informándome sobre varios asuntos, entre ellos la organización de una cacería imperial en honor al emperador y sus generales.
La cacería eran un evento social que solo se llevaba a cabo en ocasiones especiales, como el cumpleaños del emperador o la proximidad de una campaña militar, como era en este caso. Podríamos decir que era una especie de entrenamiento para los cazadores, un despliegue de estrategias y habilidades de toda índole. Un deporte de relajación previa al estrés de la guerra. Toda la corte asistiría, así que era probable que en el almuerzo con mis suegros hagan mención de ello de forma vaga, como si fuera una cosa insignificante para mí.
Tras terminar de desayunar, salí de mis habitaciones y recorrí los pasillos. Tenía que hablar con Gülbahar e informarle de la situación, aunque creo que su marido ya le habrá dicho o estaba por hacerlo. A pesar de su carácter severo y reservado, el archiduque trataba bien a Gülbahar; los dos solían charlar con Dulcinea en los desayunos que solían tener en el palacio, para disgusto de la madre del archiduque. Él le informaba de varios asuntos, al menos aquellos de los que tenía conocimiento.
“¿Está la archiduquesa disponible?”, fue lo primero que pregunté al toparme con Mahfiruze, una de las sirvientas del área, cerca de la entrada a los aposentos.
“Sí, dama Borg. De hecho, me había pedido que fuera a por usted con esta nota”, respondió la criada mientras me entregaba la nota.
“Muchas gracias, Mahfiruze”.
La aludida asintió mientras me escoltaba hacia los aposentos de los archiduques. Al momento de mi anuncio, Gülbahar estaba sola; su marido y Dulcinea todavía dormían el sueño de los justos en los compartimentos de los sirvientes, según me informó Mahfiruze antes de entrar.
“¡Güzelay! Justamente envié a Mahfiruze a buscarte”, dijo Gülbahar, preocupada, mientras me abrazaba.
“Sí. Me la topé en las cercanías de los aposentos. Vine a informarte de algo que me contó Aghar esta mañana, aunque por lo que noto ya te lo dijeron”.
“Sí. Toda la familia de mi marido está sorprendida, incluyendo el duque”.
“¿Pues qué fue lo que hizo el duque para que fuese destituido? Porque dudo mucho que el emperador haya actuado así sin pensar”.
Con un suspiro, Gülbahar me respondió: “Héctor cree que fue el último conflicto con Ecclesía lo que provocó su destitución. Muchas veces la duquesa no mide las consecuencias de sus palabras. Aunque lo que sorprende es que haya decidido nombrar al padre de la Alta Concubina como Gran Consejero, y no a alguien más experimentado en el terreno de la diplomacia como el vizconde de Ournt”.
Levantándome del sofá, caminé de un lado para otro, con Gülbahar mirándome de forma atenta. En mi opinión, este movimiento previo a la campaña militar fue obra y gracia de Ecclesía; tener a su padre en una posición de poder bastante cercana al emperador podría asegurar un mayor apoyo para D’leh, a quien Ecclesía busca imponer en el trono.
“Esto es un golpe maestro a toda aspiración legítima que Haeghar pudiera tener sobre aquel asiento”, comenté en voz baja mientras me sentaba junto a mi amiga. “No hay duda, Gülbahar, de que Ecclesía y su familia están más que determinados a tomar el poder. Lo que me sorprende es que el emperador, para la edad que tiene, sea tan ciego de ver que están acorralando a su único hijo legítimo, de sangre real”.
“Quizás el emperador no quiere que Haeghar sea su sucesor”.
“Es posible, a juzgar por el panorama”.
Unos golpecitos nos interrumpieron. Mahfiruze entró a los aposentos, anunciando la presencia de Niloctetes. Ambas nos levantamos de forma abrupta, mirándonos la una a la otra. ¿Acaso mi suegro fue informado de que me encontraba aquí o su visita era mera coincidencia?
“¿Qué es lo que desea el general Borg?”, preguntó Gülbahar.
“Busca a la dama Borg, mi señora. Quiere que lo acompañe a los jardines”, respondió Mahfiruze.
“¿No te dijo para qué?”
“No, mi señora”.
Con un suspiro, le dije a Mahfiruze que estaría con él un momento. La criada, obediente, salió para informarle a mi suegro sobre mi decisión. “Debemos marcharnos… Y pronto, antes de que esta locura se agrave”, declaré en voz baja.
Mi amiga asintió mientras nos despedíamos.
El viejo general y yo caminamos en silencio por los jardines. Las flores y los árboles de los jardines rebosaban de vida en medio de la incomodidad, con una belleza que era perfecta distractora para mi mente en medio de la incomodidad de la compañía de mi suegro, quien permanecía serio y pensativo, como si estuviera dándole vueltas a las palabras que quisiera comunicarme.
Yo no quería preguntarle, pues sé que me encontraría solo con el absoluto silencio. Digamos que a Niloctetes le gusta que la gente intente adivinar qué es lo que quiere de ella, y que no te lo dirá hasta que te rindas. Una especie de juego psicológico que, por lo visto, era costumbre en esa familia, dado que Adelbarae también me lo había aplicado.
Cuando llegamos a un árbol con flores de madera, Niloctetes se detuvo.
“¿Dónde estuviste anoche? Ralna te estuvo buscando”, fueron sus primeras palabras mientras me indicaba que me sentara.
Obediente, tomé asiento y, mirándole a los ojos, le respondí: “Fui a dar un paseo por los jardines con la archiduquesa de Von”.
El viejo me miró con seriedad. “Sabes bien que hay ciertas animosidades entre nuestra familia y la de ella, mucho más ahora que el duque de G fue destituido de su cargo. Te recomiendo que no la frecuentes tanto, en especial si se encuentra la duquesa de G presente”.
“Agradezco tu consejo, Niloctetes. Lo tomaré en cuenta. Y lamento no haber estado disponible para Ralna. Estaré más atenta la próxima vez”, dije con fingida timidez.
“Eso espero. No quiero problemas con esa familia, mucho menos ahora que el duque de G fue destituido del cargo de Gran Consejero Imperial”.
Asentí sin emitir ningún comentario sobre la situación.
Niloctetes, satisfecho, me aconsejó que tratara de llevarme mejor con Ralna y con Ennio, que fuera un poco más complaciente con ellas y les tuviera paciencia para que me aceptaran. Me limité a asentir en señal de acuerdo, aunque en mi interior el corazón ardía de la pura indignación, pues sus palabras sonaron más a burla que a consejo genuino, quizás porque sabe de antemano que este era mi último año con ellos sin darles ningún heredero.
Sin embargo, no pude resistir el impulso de devolverle su “consejo” con estas palabras: “He oído rumores de que pronto habrá una campaña militar, razón por la cual en honor a los generales se organizará una cacería en Titán. ¿Es eso cierto?”
La mirada de Niloctetes fue de estupefacción. Parecía que no esperaba por completo mi comentario. Sonriendo para mis adentros toda vez que mantenía mi mirada seria, me levanté y le dije: “Lo escuché por un par de sirvientas. De hecho, esa era la razón por la cual había ido a ver a la archiduquesa”.
El viejo desvió la mirada por un momento; luego, con un suspiro, me respondió: “Ese iba a ser el tema que se iba a comentar durante el almuerzo. Adelbarae ha recibido el honor de comandar uno de los grandes francos de caballería, por lo cual la familia está orgullosa”.
“Estoy segura de que sí. Sin embargo, no evitar preguntarme una cosa: ¿es necesario que vaya yo a la cacería? Tengo entendido que sí, pero que Adelbarae no quiere que esté ahí porque, como verán, no he quedado encinta aún”
Niloctetes se me acercó y me dijo con franqueza: “De que irás, irás. Eso es una tradición que no podemos romper, pero no participarás en ella. Sin embargo, tu tienda estará un poco alejada de la de Adelbarae”.
“¿Y por qué no puede estar mi tienda junto a la de mi esposo? ¿Es por la Alta Concubina? ¿O porque sienten vergüenza de que no he podido dar los herederos que requieren?”
El viejo general guardó silencio. Le sostuve la mirada un momento, como si esperara una confirmación de mis sospechas. Iba a añadir que, si tanto era su deseo de deshacerse de mí, pues entonces que así fuera. No obstante, decir eso sería como echarme la soga al cuello. No iba a darles el gusto de que decidieran qué hacer con mi vida.
“Me recuerdas a alguien a quien no he visto desde que se perdió en Titán. Observador, tranquilo y astuto; alguien tan temible que ni yo mismo me atrevía a meterme con él. Una lástima que mi hija no sea como tú”, comentó de último antes de marcharse, dejándome sola con la sensación de haber confirmado mi sospecha.
Me dejé caer en el banquillo, procesando toda la información obtenida. Las últimas palabras de Niloctetes sin duda era lo que decimos una cartilla cantada: la probabilidad de ser abandonada en Titán era demasiado alta para ignorarla.
No pasó mucho rato cuando escuché un ruido entre los arbustos. Girándome hacia mi derecha, vi a Aghar salir de las frondas. Su mirada era seria, como si acabara de recibir información de vital importancia. Y quizás para ella sí lo era, pues es una de las fieles espías del príncipe Haeghar, la más eficiente en cuanto a recolección de información se trataba. La Gran Concubina me había dicho que podía confiar en Aghar, pues ella siempre ha sido fiel a la causa del príncipe gracias a que la difunta emperatriz liberó a su madre de ser enviada a las minas.
Acercándose a mí, me dijo: “Parece que el general Borg habló en serio sobre dejarla a su suerte en Titán, dama Güzelay”.
“No lo dudes, Aghar. Ellos saben que su presión por quedarme embarazada es inútil. De hecho, esperaba que me dijeran que me marcharía al prostíbulo del conde de O después de la cacería”, dije mientras me corría para que Aghar se sentara.
La sirvienta, mirando para varios lados, me dijo en voz baja: “Ese iba a ser el plan original, pero el conde de O se echó para atrás”.
La miré con extrañeza. Aghar añadió: “Se sospecha que la madre del conde tuvo que ver en este asunto. Cree que podría usted causar muchos problemas”.
“¿Problemas yo? ¿De qué tipo?”
“Asuntos del pasado. La madre del conde no olvida lo que le pasó a su esposo tras el rechazo de Ceren, la antigua esposa esclava de Hanis Bey”.
“Por Dios santo… ¿Tan parecida me veo a ella?”
“Mi abuela, quien trabaja en las cocinas, jura y perjura que sí; incluso cree que usted es una extraordinaria combinación del general Bey y ella. De hecho, está segura de que usted podría ser su hija o su nieta”.
Reí quedamente. No era la primera vez que me decían que les recordaba mucho a Ceren, tanto en carácter como en lo físico. De hecho, en una ocasión la duquesa me dijo que Ceren era una mujer tan guapa como inteligente, consciente de que su belleza era un arma que podía usar a su favor. Incluso me aseveró que fue lo físico lo que le garantizó la libertad de su condición de esposa esclava, pues el general Bey estaba tan enamorado y encaprichado con ella que la defendía a capa y espada.
Ella fue una especie de combustible para el general Bey, llegó a decirme. Nadie se metía con ella, ni siquiera ese idiota de Niloctetes.
“Lamento desilusionar a tu abuela, pero no soy Ceren, ni soy su nieta. Soy solo una terrícola atrapada en un planeta demasiado hostil”.
“¡Je! ¡Es curioso! Mi abuela me dijo que Ceren también era terrícola. Una mujer guapa, de su misma estatura, su mismo color de cabello que el suyo; era alegre, pero a la vez demasiado intrépida. El general Bey la regresó a la Tierra tras el primer año de matrimonio”.
“Debió amarla mucho para liberarla del trágico destino de toda esposa esclava”.
“No era un hombre que mostrara sus sentimientos, según dijo mi abuela, pero yo creo al igual que usted que sí le amaba. De otro modo, habría sufrido un destino similar al de otras mujeres”.
Asentí en completo acuerdo con Aghar. Luego, al levantarme, me volví hacia ella y le dije: “Por favor, coméntale todo lo que viste a Gülbahar. Dile que si algo llega a sucederme durante la cacería imperial, al menos sabrá quiénes son los culpables”.