Relato: Recuerdos de un escape entre las sombras
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Palacio de Longinos, Amarna. Planeta Folka.
Desde el interior del harén de las hijas del pashamá Yobante de Folka, Juliana Potosí contemplaba con preocupación la escena que se estaba desarrollando en la sala del trono.
Rumores sobre la llegada de una comitiva diplomática proveniente del Imperio de los Cinco Planetas de Orión se había esparcido como pólvora por la capital de Folka, así como en los corredores del palacio, creando un ambiente de súbita desconfianza. Juliana no podía culpar a los folkeanos de reaccionar así; la fallecida esposa del emperador Lyonekes III, Junila Hevia, fue la hermana pequeña de Yobante.
Junila había sido muy querida tanto por los folkeanos como por los orionianos, y ambos pueblos estaban muy enojados con Lyonekes por haber repudiado, desterrado y posiblemente asesinado a su esposa legítima e instalar en su lugar a su amante, Helena Padernekis, quien era sobrina de Antonius Padernekis, autor de los atentados contra su vida. Yobante había notado cómo Lyonekes se había tornado más tiránico, más obsesionado con el poder y rodeado de gente vinculada al negocio oscuro del tráfico de esclavos.
Para Juliana, ese cambio drástico pudo originarse en dos escenarios: o Lyonekes tenía su vida amenazada, o sufre algún trauma a raíz del cual cambió abruptamente. Una tercera posibilidad, aunque le parecía inverosímil, fuera que Lyonekes era un impostor y el verdadero haya muerto.
Contuvo la respiración cuando vio entrar a la comitiva orioniana. Entre la comitiva de quince personas que habían entrado a la sala del trono, tres se destacaban por encima de los demás. La primera persona a destacar era Harod Hern, ministro de Relaciones Exteriores y uno de los hombres más temidos del imperio; una palabra suya sería suficiente para arruinar la carrera de cualquiera, sobre todo la militar.
El segundo individuo era el senador Marcus Aurelius Vetala, su suegro; un hombre de pocas palabras y mucha acción, reservado en sus opiniones; muy astuto e inteligente. Con su hijo, el general Marcus Junius Vetala, tenía conflictos a raíz de que éste se empeñara en reconquistar el afecto de Helena, a quien conoció hace cinco años y de quien aún se encontraba muy enamorado, mucho más tras haberse casado con Juliana.
El senador Vetala la había auxiliado en los trámites de divorcio, pero dado que Marcus nunca firmó las peticiones para anular su matrimonio, el senador le aconsejó dos opciones: buscarse amante o abandonarlo. Juliana optó por esta última opción; durante meses estuvo explorando los rincones del palacio en busca de rutas que le permitieran deslizarse entre las sombras y escapar del palacio.
Con hondo suspiro cerró los ojos, evocando con fuerza el último baile imperial al que asistió. Parecía que fue ayer cuando vio a Marcus y a Helena danzar de una forma íntima, con una pasión que evidenciaba su relación clandestina; viendo en aquella distracción una oportunidad para marcharse, ella acudió a su habitación, empacó sus cosas y se deslizó por los pasillos. Fue un recorrido largo, con contratiempos; a la distancia veía a soldados y cortesanos, a quienes evadía en las sombras.
Recordó cuando vio a lo lejos a Marcus, Helena y el tercer individuo que se encontraba en ese momento en la sala del trono, Janos Caracalla, el mejor amigo de Marcus. Se había escondido en las sombras de un pasillo que daba a los jardines imperiales, asustada, muy enfocada en escapar; aquellos tres estaban charlando sobre ella, aunque optó por ignorar qué tanto decían al respecto, ahorrándose lo que quizás pudo haber sido más dolor, pues el tono usado cuando se referían a ella no era agradable. Pero aquello no le importó en su momento, pues pronto se dio a la fuga al ver que ellos se encontraban a una distancia considerable.
Llegando a la entrada trasera del palacio, muy poco vigilada, ella le había dado un vistazo por última vez a lo que era su prisión dorada antes de marcharse a las afueras; en el centro de la ciudad abordó un carruaje volador para dirigirse a la Periferia, un megabarrio en donde residían escritores, artistas, críticos del gobierno, así como mercaderes, prostitutas y contrabandistas. Un escritor amigo suyo la trasladó a Piri Reis, puerto clandestino al que solo se podía llegar con alguien que conocía la ruta, y de ahí a Folka, donde rehizo su vida hace ya dos años.
Ignoraba qué sucedió tras su escape; quizás a Marcus no le importó que se marchara. Para él, su ausencia sería un alivio, pues podría enfocarse más en reconquistar el amor de Helena. Para su amigo... Pues quien sabe; los dos no habían interactuado mucho; de hecho, nunca se había preguntado si a él le caía bien o mal, o era igual de indiferente que su marido. Lo que sí había notado era una especie de disgusto hacia Helena; quizás fue un enamorado suyo a quien Helena abandonó, o quizás compartía la opinión del senador Vetala, en que Helena no era una persona con la que sería sano asociarse.
Eso no importaba ahora.
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