Relato: La profecía de los cuervos

Nota de la autora: La presente lugar tiene lugar en un momento anterior al capítulo once de Una terrícola en Titán, cuyos capítulos los publico de vez en cuando por aquí, en este mismo espacio, así como en mi Wattpad.


Imagen editada con Canva. Fuente de la imagen: Pexels

Siempre era costumbre de los Borg consultar a los adivinos antes de tomar alguna decisión importante, y en el caso de Niloctetes, patriarca de la familia, no era la excepción.

En el Templo de las Dunas de Júpiter solicitó audiencia con la Santa Vidente, una de las mujeres más respetadas y temidas del imperio, capaz de predecir tanto un futuro auspicioso como una catástrofe con solo mirar al rostro de una persona.

Mientras esperaba en la gran sala de audiencias, una extraña sensación surgió de su pecho, como si su instinto le estuviera preparando para lo que la vidente pudiera decirle. Espero que no sean malas noticias, pensó mientras caminaba de un lado a otro, contemplando de vez en cuando el techo del templo, lleno de pasajes míticos que narran la llegada de los primeros jupiterianos procedentes del Hogar Ancestral, la Tierra.

De repente las grandes puertas se abrieron. Un par de mujeres con atavíos blancos y las cabezas bajas se sentaron en cada lado de la puerta. Tras ellas, una mujer de larga túnica oscura y adornos en forma de red salió. Su mirada, tan profunda e intimidante, hizo que Niloctetes le hiciera una reverencia.

"Santa Vidente, te agradezco mucho el haberme recibido", dijo Niloctetes mientras se incorporaba. "Mi esposa me pidió que le entregara un regalo, como muestra de nuestro aprecio..."

"Sé a lo que has venido. Sé qué es lo que quieres saber, Niloctetes Borg", le interrumpió la Vidente, mientras que, con señas, ordenaba a una de las mujeres que recolectara el regalo.

Examinando la mirada de un Niloctetes súbitamente nervioso, la Santa Vidente se apartó de él y se presentó delante del altar a la Madre de Luz, Madre de Sombras. Niloctetes observó cómo la mujer oraba durante un tiempo hasta que, volviéndose hacia él, le dijo con una voz profunda, llena de certeza al mismo tiempo que desdén: "Una serpiente provocará una guerra al morir el emperador. Un cuervo joven estará atento a sus movimientos y aprenderá del cuervo viejo, cuya sangre comparte; ambos cuervos comandarán un ejército junto con el príncipe. El Imperio pronto llegará a su fin; la serpiente y sus crías serán borradas de la historia de la forma más brutal posible".

Niloctetes la miró con una mezcla de consternación y seriedad. Él quería saber si estaba tomando una buena decisión en casar a su hijo mayor, el general Adelbarae, con una joven terrícola virgen llamada Güzelay. Quería preguntarle si sería auspiciosa aquella unión, si los Borg tendrán una descendencia sana a pesar de algunos defectos que tenía aquella mujer recién llegada al harén imperial. Sin embargo, la Vidente le hablaba de un evento que podría aterrorizar al mismísimo emperador Ergane VI si estuviera presente.

"¿Quiénes son el cuervo joven y el cuervo joven?, ¿quién es la serpiente?", cuestionó Niloctetes. "¿Hay alguna forma de impedir que el Imperio desaparezca?"

"No", respondió la Vidente. "El Imperio ha llegado a su cúspide con Botanicus, y con Selim empezó su decadencia. La diosa misma lo ha decidido así... En cuanto a tu pregunta, si tu hijo se casa con la Virgen de la Tierra, tu hijo debe renunciar a la Hetaira Imperial. Mientras no lo haga, la diosa no bendecirá el matrimonio con ningún hijo".

Niloctetes suspiró, frustrado. "O sea que he cometido un error al anunciar esa unión. ¡Maldita sea!"

"Ninguna unión con tu hijo será bendecida por la diosa mientras continúe ciego a las pasiones que despierta la Hetaira Imperial. Es un sacrificio que debe hacer por el bien de tu familia... Y de lo que queda el imperio".

"Un sacrificio que el estúpido jamás hará".

La Vidente se acercó a Niloctetes de forma lenta, deteniéndose a pocos metros de él. "Entonces tu hijo y tu familia ya están condenados".



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