"Buenos días, señorita", escuché que me llamaban.

Levantando la mirada, me topé con el rostro de un hombre de unos 40, 45 años cuando mucho, de vibrantes ojos azules, con un sombrero tipo fedora color gris que hacía juego con su gabardina.

"Buenos días, caballero. ¿Puedo ayudarle en algo?", le respondí con una sonrisa profesional.

"Soy Augustus Fry. Vine a ver al señor Peckingham. Me está esperando".

Augustus Fry... El nombre no me sonaba nada al principio, hasta que me acordé de que el viejo Peckingham me había indicado que esperaba la visita de un detective con ese nombre. "¡Oh, sí! El detective privado", dije mientras me levantaba del escritorio. "El señor Peckingham está con una visita en este momento, pero permítame y me comunico enseguida con él para hacerle saber que ya llegó".

El señor Fry esbozó una sonrisa. "Gracias, señorita", me dijo mientras se sentaba en uno de los sofás de la sala de espera.

De inmediato telefoneé a mi jefe. "El señor Fry está aquí, señor".

"Muy bien, señorita Dawson. Hágalo sentir cómodo en lo que termino aquí con el señor Brown. Ofrézcale lo que guste de beber", me respondió el jefe desde el otro lado de la línea.

"Sí, señor".

Colgando el teléfono, me levanté y me acerqué al señor Fry. "¿Puedo ofrecerle algo de tomar, señor Fry? ¿Té?, ¿café?"

"Un café, sin azúcar, si no es mucha molestia", me respondió el detective, quien me miraba con sucinta curiosidad.

De inmediato fui a preparar su bebida. Mientras esperaba a que el agua hirviese en la cafetera, no podía evitar pensar en la mirada del detective. Por alguna razón, ese hombre se me hacía conocido. ¿Lo habré visto en algún periódico quizá?, ¿o en algún lugar de Londres?

Quizás en los sueños, en aquellos que de vez en cuando me suceden, donde sueño con rostros desconocidos que posteriormente me topo en las calles. Sí, tal vez de ahí le conozco, pensé mientras le entregaba la taza de café.

Regresé a mi puesto de trabajo y retomé mi tarea, consistiendo en la redacción de un contrato para una empresa grande.

Cuando el señor Brown salió de la oficina, el señor Fry se levantó con todo y su taza de café que parecía estar disfrutando. Mi jefe salió a su encuentro y lo invitó a pasar. "Señorita Dawson, si llega la señora Peckingham, dígale que entre directamente a la oficina", me dijo antes de entrar a la pieza.

"Sí, señor".

Pasó un buen rato hasta que el viejo Peckingham salió del despacho con el señor Fry, a quien le estrechó fuertemente la mano. Cuando el detective pasó junto a mi escritorio, me dijo: "Hasta luego, señorita Dawson".

"Hasta luego, señor Fry", le devolví la despedida con cordialidad antes de volver a concentrarme en mi tarea.

No pasó ningún minuto cuando el teléfono sonó. El viejo Peckingham me pidió que fuera a su oficina. Tomando mi libreta y mi lápiz, me acerqué a la entrada, toqué un par de veces y entré a la pieza.

El señor Peckingham, quien tenía a lo sumo unos 60 años, me pidió que me sentara. Con seriedad, me dijo: "Participarás en la investigación del señor Fry".

Yo me lo quedé viendo anonadada. "¿Disculpe?"

Peckingham se aclaró la garganta y añadió: "Fry se hará pasar por un socio mío que recién regresó del África con su esposa. Vendrá a la fiesta que daré la próxima semana en mi casa de Holborn Street. Tú, Dawson, te harás pasar por su esposa".

"Pero señor Peckingham, ¿no es eso un tanto peligroso? Es decir, muchos de sus invitados me conocen. Podría, si usted quiere, contactar a alguna agencia de actuación".

"Yo también pensé en eso, pero el señor Fry insistió en que tú serías la indicada. Incluso quiere que vayas mañana al registro civil a firmar el acta de matrimonio, para reforzar la narrativa".

"¡¿Qué?! ¡Señor Peckingham, por favor, esto es una locura! Es decir, no hay necesidad de tal cosa. Basta con comprar los anillos de bodas y ponérselas".

"Señorita Dawson, entiendo su reticencia y créame que entiendo que esto la está poniendo en un predicamento indeseable, pero comprenda también que mi vida está en juego aquí. La Policía Metropolitana no ha avanzado en nada; hay puntos muertos en la investigación...".

"¿Y no se les ha ocurrido pensar que hay un montón de gente que se beneficiaría con su fallecimiento? Hijos, sobrinos, hermanos..."

"¿Está usted sugiriendo que sospeche de mi propia familia?"

"Señor Peckingham, no leo muchas historias de detectives, pero he visto lo que implica una lucha por herencia; lo he vivido de cerca con mi propia familia, y créame cuando le digo que la gente hará cualquier cosa por dinero, incluso el asesinato".

Peckingham me miró con sorpresa, como si no pudiera creer lo que le estuviera diendo. Si el viejo supiera que yo vengo del futuro, que he leído noticias de esa naturaleza y que incluso he visto de cerca los pleitos en la familia de mi propio padre.

"Puedo entender que no quiera sospechar de su familia, pero en esta situación, señor, tendrá que hacerlo", añadí con honestidad. "Alguien quiere verle muerto a usted por dinero o por alguno que otro asunto; si es por dinero, todo el mundo es sospechoso".

Peckingham desvió la mirada, pensativo. Mientras tanto, me estaba preparando mentalmente para un posible despido por hablar de más, aunque con honestidad puedo decir que el viejo necesitaba escuchar lo que realmente debía escuchar.

Lanzando un suspiro, dejó caer la mano encima del respaldo de su sillón y me dijo: "Veo que usted habla desde la experiencia en verdad. ¡Un asunto desagradable eso de pelearse por herencias!"

Volviéndose hacia mí, añadió: "Pero me temo que aquí hay algo más que el dinero, señorita Dawson. Algo mucho peor que una lucha por herencia".