[SPA-ENG] La fiesta de Joaquín

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Joaquín era bajito, calvo, huesudo y vestía con descuido. La inestabilidad gobernaba su vida: cada vez que tenía una entrevista laboral, llamaba la atención por su currículum de siete páginas lleno de muchos trabajos en los que no duraba más de dos meses. Pero como a él siempre se le dio bien mentir, exageraba cuando le preguntaban cuánto tiempo había durado en cada empleo.

Porque una cosa hay que reconocerle a nuestro queridísimo Joaquín… a pesar de ser un fracasado, tenía un poder de convencimiento increíble, podía hacerte creer lo que sea. Por eso siempre lograba que lo contrataran rápido, aunque igual lo fueran a botar después cuando conocieran al personaje y sus múltiples faltas por “estar enfermo”.

También era bastante adicto a la marihuana, disfrutaba combinarla con otras drogas más duras. Los lunes consumía hongos alucinógenos, los martes combinaba sus apreciados porros con perico, el resto de la semana continuaba con la marihuana, (su único y estelar amor platónico) y los domingos los dedicaba al LSD.

Cómo se podrán imaginar, su mundo era la droga y las experiencias místicas que tenía cuando las consumía. Siempre decía que era mejor drogarse que ir al psiquiatra y medicarse “con esas pastillas tan fuertes que te dañan el cerebro”.

Uno que otro fin de semana sus amigos y él planeaban una fiesta, algo así como una orgía de droga en el parque de la urbanización. Consistía en que cada quien llevara un tipo de sustancia diferente para compartirla entre todos y disfrutar a lo grande, porque, ¿qué más se le podía pedir a la vida? ¡Lo tenían todo!

Las reuniones duraban hasta las 3:00 AM. Toda la noche la pasaban bailando al ritmo de canciones que creían oír, personajes tragicómicos con los que se comunicaban, conversaciones interminables, el vómito de algunos al dar vueltas sin parar con la vista clavada en el cielo…

Al final llegaban todos a sus casas reventados. El suelo terminaba siendo la cómoda cama en la que sucumbían al cansancio. Si la “fiesta” se extendía hasta el domingo, empezaban la semana con buen pie: un lunes de resaca abominable, indiscutible facha de zombie y más droga para “disimular” lo que es obvio para cualquiera. Los dos mejores amigos de Joaquín, ni siquiera se molestaban en llegar a sus casas.

Decían que, para conectarse con la experiencia, era necesario quedarse a dormir en el parque, en la calle o simplemente recostados en las puertas de alguna tienda cercana. Del grupo, ellos dos eran los más “dañados”, pues solían mezclar las sustancias con el alcohol y a todos les parecía la cosa más divertida. Cuando ambos estaban hasta el tope de Ventarrón, lanzaban las botellas a las desafortunadas personas que tuvieran la desgracia de pasar por ahí.

Pero un buen día Joaquín lamentaría sus excesos. Cuando regresaba del trabajo a eso de las 10:00 PM, se encontraba caminando tranquilamente por la acera, solo le faltaban dos cuadras para llegar a su edificio. De repente, unas luces que venían de arriba comenzaron a iluminarlo, cegándolo momentáneamente. Después de un par de minutos parpadeando y frotándose los ojos, pudo enfocar de nuevo la vista percatándose de que ya no se encontraba solo.

Dos figuras altísimas, como de dos metros, estaban frente a él. Su piel era gris, sus ojos negros de una forma extraña y sus cuerpos eran difíciles de definir. La forma era humanoide, pero ellos definitivamente no lo eran, no podían ser de este planeta. Uno de ellos habló sin mover la boca, lo hizo telepáticamente:

-Éste es el que te decía, pero al grupo completo también hay que purgarlo. -Le comentó a su compañero-.

-Indiscutiblemente. Pero debemos tener cuidado, no podemos ser tan obvios. Debemos hacerlo uno por uno, tú sabes. -Respondió-.

-Mjuu… uno por uno con semanas de diferencia me parece bien. -Enfatizó-.

Joaquín no tenía idea de qué estaban hablando. Intentó salir de allí a toda prisa, pero no pudo. Ni siquiera podía moverse, sentía sus pies pegados al piso y un calor bastante fuerte.

-Bueno… entonces vamos con éste. ¿Lo haces tú o lo hago yo?

-Adelante, hazlo tú.

A continuación, una de las figuras altas se acercó bastante a él. Levantó las manos y en un gran aplauso desapareció a Joaquín. No quedó nada, ni la sombra. Los grises se miraron, asintieron y se fueron en unas esferas color naranja.

Y así, Joaquín se desintegró para siempre en las profundidades de su mente confusa llena de hongos y LSD. El exceso que había consumido unas horas antes lo catapultó al infierno de la demencia y el olvido. Lo bueno es que ya no sería un toxicómano. Su cerebro sobre estimulado reproducía las voces de aquellos visitantes: “mano, tas claro que eso te pasó por entonao”.