Durante la invasión a Polonia, un grupo de estos soldados de élite fue enviado tras la pista de una vieja leyenda, la cual aseguraba, que los antiguos Druidas habían logrado apresar a uno de los seres dimensionales, usando un conjuro mágico al que llamaron La luz de la Flama Eterna. En teoría, dentro de los bosques de esa región fronteriza con Ucrania, existía una gruta o caverna oculta, donde los ancestrales magos mantenían encendida bajo un montículo de piedras, una llama mágica que nunca debía apagarse, para así poder tener cautivo al antiguo ser demoniaco.

   Sumergidos en la profundidad del bosque, el escuadrón de soldados siguió minuciosamente el mapa y las indicaciones, que le fueron entregados por los arqueólogos y científicos de las SS que durante años intentaron descubrir la ubicación del mítico lugar. Luego de un intrincado avance entre las montañas rocosas, al fin lograron encontrar la caverna. Sin dudar ni por un momento, se internaron dentro de la oscura oquedad de la montaña, a medida que avanzaron el aire se tornó enrarecido, un olor fétido como a perro mojado le causó inaguantables ganas de vomitar casi de inmediato, el piso era resbaladizo, las paredes estaban babosas y llenas de moho, pero algo no estaba bien, en la caverna sólo había oscuridad.

   Los soldados estaban confundidos, no existía ninguna luz dentro de la cueva, no había ningún guardián, es más, podían asegurar que ningún ser humano había entrado a este lugar en mucho tiempo. La débil luz de sus linternas militares los condujo directamente a un montículo derruido de pequeñas piedras blancas, a su lado pudieron encontrar restos de huesos que al parecer eran humanos, estaban negros, con marcas de dientes como si fueron devorados por un gran animal. Eso fue lo último que aquellos soldados pudieron ver, justo antes de que una extraña energía apagará por completo sus luces, y el jadeo caliente de la respiración de un monstruo, apareciera justo detrás de ellos, haciéndolos desaparecer para siempre.