Como cada día el médico realiza sus labores en el área de emergencia, pero esta vez algo no parecía normal, un sentimiento extraño se adentró en lo más profundo de su mente generándole nerviosismo, la sensación de estar siendo observado, desató en la humanidad del Dr. Bernart un inusual miedo, que le hizo recordar los oscuros días de la guerra, cuando debía esconderse de los soldados enemigos.

   La figura borrosa y tenebrosa comenzó a demostrar su presencia en las diferentes estancias del hospital. El médico estaba casi seguro de ver algo, en el rincón, entre las sombras, en el pasillo, en el ascensor, en el reflejo de cualquier cosa, pero nunca veía nada realmente. Era solo un espejismo irreal, que le infundía miedo y confusión al mismo tiempo. Esa tarde un paciente muy grave llega a la sala de emergencias del hospital, la víctima tenía múltiples contusiones, ocasionadas por un espantoso accidente de tránsito.

   En el quirófano el abnegado médico junto con el equipo de emergencias trataban de salvarle la vida a toda costa, cuando repentinamente sufre un paro cardíaco producto de la gran pérdida de sangre y hemorragias internas. El hombre es declarado muerto a las 3:30 P.m. por el médico asistente, pero el Dr. Bernart se niega a perder la batalla y continúa dándole reanimación cardio pulmonar al cadáver del hombre, intentando que vuelva. Fue en ese momento cuando ocurrió el perturbador hecho que marcaría su carrera para siempre, sin respirar, y sin que su corazón latiera, el hombre fallecido abrió bruscamente los ojos y sujetó con fuerza el brazo del médico, gritándole con una voz gruesa y cavernosa.

“YA BASTA, ES MÍO”