La Brecha - The Gap
Español
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Juan salió de casa a las siete de la mañana. Subió a su auto, encendió la radio y maldijo a su esposa con la música de los Beatles de fondo. ¡Qué día maravilloso para vivir! Pero no para Juan… ¡Para Juan era un autentico infierno! Ella era tan perfecta que él sentía a sus intestinos vomitando en su interior. ¿Por qué le había tocado una mujer tan linda? ¿¡Por qué!? Él solo deseaba a alguien que lo llamara idiota y lo amenazara con clavar un cuchillo en su corazón. En cambio, tenía a esa insípida de dos patas, solo servible para los cariños, los besos y la atención amorosa. Juan se echó a llorar antes de pisar el acelerador, y luego, mientras iba en la autopista, decidió colisionar su automóvil contra un camión.
Entretanto María estaba en la cocina preparando un pastel para Juan. Mezcló el chocolate y las fresas, y agregó su ingrediente especial: veneno para ratas. Ella ya había aguantado al muy imbécil por mucho tiempo, aparentando ser una mujer dulce para ese idiota con pelos en la nariz. Pero María no podía fingir más, ella necesitaba un hombre salvaje, maligno, capaz de azotarla contra la pared. ¿Cómo es que ella había soportado tanto? ¿Por qué Juan no era esa figura atroz que ella tanto anhelaba? Maldijo a su esposo soportando la agradable euforia en su garganta.
“Para mí serás inolvidable.” Pensó María antes de probar el pastel envenenado.
Sin que se dieran cuenta ambos murieron a la misma hora. Eran las tres y media de la tarde, tiempo exacto en el que una brecha dividió el cielo para mostrar un fondo de colores cambiantes. No hubo tiempo para recolectar los cadáveres de Juan y María porque todos estaban corriendo, de aquí para allá, huyendo de los gigantescos monstruos que surgían de aquella línea capaz de unir los cielos y la tierra.
Horacio era un niño rebelde, tan rebelde e insoportable que sus propios padres lo abandonaron en un convento. Al principio las religiosas lo acurrucaron entre sus togas y le brindaron el amor que sus padres le negaron, pero después el escuincle comenzó a hacer toda clase de travesuras, desde incendiar las sabanas blancas hasta esconder las prendas de las monjas para verlas desnudas. Ellas lo castigaron muy fuerte, imponiéndole más tareas de las habituales: cortar la grama, pulir los platos, encerar los pisos, lavar las prendas de los santos, preparar la comida, bailar para la distracción, etcétera.
Horacio, enojado, tuvo la idea de prender en fuego el convento. Sin embargo, pensó en el castigo que tendría en la supuesta situación de lograrlo. ¿Qué le harían las monjas? ¿Iría al infierno? Las consecuencias eran terribles, aunque no tan terribles como todas las tareas que le habían impuesto esas viejas locas. El fuego acompañó a Horacio en su travesura, y, tras el sonido del campanario, el niño hizo arder todo el lugar. Algunas monjas corrieron para extinguir la densa llamarada, otras solo se echaron a llorar mientras que Horacio contemplaba su acto desde la sombra de un árbol, aguatando la respiración para evitar las carcajadas.
Sin que nadie les avisara, ni a las monjas ni a Horacio, el cielo comenzó a partirse justo a la mitad. A continuación una brecha de colores cambiantes se apoderó del azul de la tarde y regurgitó unos monstruos alados y colmilludos. El niño se puso a llorar con las monjas y tras confesar su travesura les pidió perdón. No hubo tiempo para represarías: todos se echaron a correr.
Ana corría para mantener intactos sus órganos. Detrás de ella los sabuesos ladraban y soltaban espuma por la boca. Ella abrazó el pedazo de pan pensando en sus hijos hambrientos y enfermos. Se sentía culpable, pero, ¿Qué podía hacer? Solo debía saltar unos cuantos escombros para librarse de los cazadores, los cuales seguían su rastro no por haber robado el pan, pues ellos solo deseaban probar su carne. Era cuestión de tiempo para que los sabuesos la alcanzaran y la llevaran con los cazadores, no obstante Ana no se dio por vencida. Escaló una cerca y saltó del otro lado, y allí se sentó a reposar los retumbantes latidos de su corazón.
—Desgraciados. — Gritó Ana—. No la tendrán muy fácil.
Miró al cielo muerto, allí donde la brecha de colores cambiantes partía el mundo a la mitad. Sin sol o luna, sin estrellas. Las lágrimas de Ana fueron absorbidas por el pan en sus brazos, ¿Ella seguía teniendo fuerzas? Quizás no, tal vez ya no iba a volver con sus hijos a darles de comer. Contempló la ciudad en ruinas y suspiró, rogando una chispa de esperanza. El ladrido de los perros no impidió que ella se concentrara a imaginar una realidad distinta: un tiempo sin la devastación apocalíptica. ¿Qué era ella? ¿Por qué se sentía tan insignificante?
No volvió a escuchar el ladrido de los perros, tampoco vio la brecha de luz dividiendo el cielo a la mitad. Solo contempló a sus niños, sanos y fuertes, y con lindas sonrisas. ¿Había sido un sueño? Tal vez sí, probablemente estuvo soñando todo el tiempo.
Alberto miró el cadáver al otro lado de la cerca: la chica tenía un pedazo de pan entre las manos.
—Está muerta. —Le dijo a sus perros—. Ya no podemos salvarla.
Recientemente el clan de los cazadores había tenido muchas bajas, ¿Y cómo no? Las exploraciones se tornaron peligrosas tras la última plaga de monstruos en las ruinas de la ciudad. Alberto se quitó el gorro y lo llevó al pecho como un símbolo de respeto hacia la chica muerta. Luego regresó con el resto del grupo, o mejor dicho, con el último hombre que quedaba.
—¿Tus perros encontraron más sobrevivientes? —Preguntó Horacio cuando lo vio llegar.
Alberto negó con la cabeza solo para que Horacio se pusiera a llorar. Las lágrimas eran una habitual costumbre tras la brecha en el cielo, una especie de moda que se acuñaba con tan solo ver los panoramas apocalípticos. El grupo de los cazadores se forjó precisamente para borrar el sufrimiento, pero diez años después, ya no había mucho sufrimiento porque casi todos estaban muertos. Y hablando de eso:
—Cuando fui a buscar a mis perros me encontré con el cadáver de una chica. —Dijo de pronto Alberto—. Creo que intentaba huir de algo. Estaba al otro lado de una cerca.
—Probablemente de tus perros. —Insinuó Horacio.
—Mis perros no le hacen daño a nadie.
—¿Y cómo estás tan seguro? —Dudó Horacio.
—Porque los entrené para llevar misericordia.
—Mientes. —Señaló Horacio—. ¡Mentiroso!
—Vamos amigo, tranquilízate. —Pidió amablemente Alberto mientras sus perros ladraban.
—¡Los perros deben morir!
—Si no te calmas moriremos los dos. —Apuntó Alberto mirando la brecha de colores en el cielo.
Horacio apretó sus puños y se acobijó en las lágrimas otra vez.
—Sé que es difícil, pero es la única manera. —Alberto abrazó la nostalgia de su compañero.
Y era cierto, pues en el devastado mundo solo la misericordia podía hacer la diferencia. Los perros de Alberto lo sabían, y él también, a pesar de que internamente aguardaba la esperanza de una vida sin muerte y destrucción.
English
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Juan left home at seven in the morning. He got in his car, turned on the radio and cursed at his wife with the Beatles playing in the background. What a wonderful day to live! But not for Juan… For Juan it was a real hell! She was so perfect that he felt her intestines vomiting inside her. Why had she touched such a pretty woman? Why!? He just wanted someone to call him an idiot and threaten to plunge a knife into his heart. Instead, he had that bland two-legged girl, only good for cuddles, kisses, and loving attention. Juan burst into tears before stepping on the gas, and then, while he was driving on the freeway, he decided to crash his car into a truck.
Meanwhile Maria was in the kitchen preparing a cake for Juan. She mixed the chocolate and strawberries, and added her special ingredient: rat poison. She had already put up with the jerk for a long time, appearing to be a sweet woman for that idiot with the hairs on his nose. But Maria could not pretend anymore, she needed a wild, evil man, capable of whipping her against the wall. How is it that she had endured so much? Why was Juan not that atrocious figure that she longed for so much? She cursed her husband, enduring the pleasant euphoria in her throat.
“For me you will be unforgettable.” Maria thought before tasting the poisoned cake.
Without realizing both died at the same time. It was half past three in the afternoon, the exact time that a gap split the sky to reveal a background of changing colors. There was no time to collect the corpses of Juan and María because they were all running, from here to there, fleeing from the gigantic monsters that emerged from that line capable of uniting the heavens and the earth.
Horacio was a rebellious child, so rebellious and unbearable that his own parents abandoned him in a convent. At first the nuns snuggled him up in their robes and gave him the love that his parents denied him, but later the little boy began to do all kinds of pranks, from setting the white sheets on fire to hiding the nuns' clothes to see them naked. They punished him very hard, imposing more tasks on him than usual: cutting the grass, polishing the dishes, waxing the floors, washing the garments of the saints, preparing food, dancing for distraction, etc.
Horacio, angry, had the idea of setting the convent on fire. However, he thought about the punishment that he would have in the supposed situation of achieving it. What would the nuns do to him? Would he go to hell? The consequences were terrible, although not as terrible as all the tasks those crazy old women had imposed on her. The fire accompanied Horacio in his prank, and, after the sound of the bell tower, the boy set the whole place on fire. Some nuns ran to extinguish the dense flame, others just burst into tears while Horacio watched his act from the shade of a tree, holding his breath to keep from laughing.
Without anyone warning them, neither the nuns nor Horacio, the sky began to split right in half. Then a gap of shifting colors washed over the afternoon blue and regurgitated fanged, winged monsters. The boy began to cry with the nuns and after confessing his mischief he asked for their forgiveness. There was no time to retaliate: everyone ran.
Ana ran to keep her organs intact. Behind her her hounds barked and foamed at her mouth. She hugged the piece of bread thinking of her children, her hungry and her sick. She felt guilty, but what could she do? She only had to jump over a few pieces of rubble to get rid of the hunters, who were following her trail not because she had stolen the bread, since they only wanted to taste her meat. It was a matter of time before the hounds caught up with her and took her to the hunters, however, Ana did not give up. She scaled a fence and jumped over the other side, and there she sat to rest the rumbling beats of her heart.
“Wretches.” Anne yelled.
She looked up at the dead sky, where the gap of shifting colors split the world in half. No sun or moon, no stars. Ana's tears were absorbed by the bread in her arms, did she still have strength? Perhaps not, perhaps she was no longer going to return to her children to feed them. She looked out over the ruined city and sighed, begging for a spark of hope. The barking of the dogs did not prevent her from concentrating on imagining a different reality: a time without apocalyptic devastation. What she was? Why did she feel so insignificant?
She did not hear the barking of the dogs again, nor did she see the gap of light dividing the sky in half. She just looked at her children, healthy and strong, and with beautiful smiles. Had it been a dream? Maybe yes, she was probably dreaming the whole time.
Alberto looked at the body on the other side of the fence: the girl had a piece of bread in her hands.
“She's dead.” He told her dogs. “We can no longer save her.”
Recently the hunter clan had had many casualties, and why not? The explorations turned dangerous after the last plague of monsters in the ruins of the city. Alberto took off his hat and carried it to his chest as a symbol of respect for the dead girl. He then returned with the rest of the group, or rather, with the last man left.
"Did your dogs find any more survivors?" Horacio asked when he saw him arrive.
Alberto shook his head only for Horatio to start crying. Tears were a common habit after the breach in the sky, a kind of fashion that was coined just by seeing the apocalyptic panoramas. The group of hunters was formed precisely to erase suffering, but ten years later, there was no longer much suffering because almost all of them were dead. And speaking of which:
“When I went to look for my dogs I found the body of a girl.” Alberto said suddenly. “I think she was trying to run away from something. She was on the other side of a fence.”
"Probably from your dogs." Horatio hinted.
“My dogs don't hurt anyone.”
"And how are you so sure?" Horatio hesitated.
“Because I trained them to bring mercy.”
“You lie.” Horace pointed out. “Liar!”
“"Come on mate, calm down.” Alberto asked kindly while his dogs barked.
"Dogs must die!"
"If you don't calm down, we'll both die." Alberto pointed out looking at the gap of colors in the sky.
Horatio clenched his fists and sheltered himself in tears again.
“I know it's hard, but it's the only way.” Alberto embraced the nostalgia of his companion.
And it was true, because in the devastated world only mercy could make a difference. Alberto's dogs knew it, and so did he, despite the fact that internally he hoped for a life without death and destruction.
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Me dio mucha risa cuando María probó el pastel envenenado, qué descuido. Está genial la historia, con sus saltos temporales y la brecha de colores en el cielo, como si se tratara de la llegada del apocalipsis. Saludos.
Gracias por leer esta colección de relatos bro, que grato que haya sido de tu agrado. Saludos cordiales 👋
Wao! Que interesante manera de redondear un relato! Cada uno de esos cuentos fue mi favorito!! Muy expresivos y a la vez tan sencillos!! Adoro la creatividad con la que te expresaste!! Y las ilustraciones... brutales!!!
Muchas gracias por leer ☺️. Quería agrupar varias historias en un solo contexto y creo que me funcionó. Estoy feliz de que te haya gustado. Abrazos cordiales ⭐
Quede fascinada por este nuevo estilo de narración que compartes. Definitivamente un gran escritor @soldierofdreams. Lograste crear un mundo de personajes dementes que al mismo eran víctimas de sus locuras y lo bueno es que Horacio después de todo se divirtió y sobrevivió, como dicen yerba mala, no muere 😅. Minutos de mi vida bien invertidos.
Saludos.
Hola @enclassecu ☺️
Me gustan las antologías 🙈, y bueno, quise plasmar estas ideas que ya llevaban en mi menti mucho tiempo. Estoy feliz de que hayas pasado por acá y disfrutado de la lectura, esa era la idea ☺️. Muchas gracias por comentar ⭐. Saludos hasta Ecuador ❤️
Las imágenes están geniales, son muy buenos relatos.