Cosecha perdida. Continúa esta historia - 15 de octubre de 2024/Lost harvest. Continue this story - October 15, 2024 (ESP/ENG)

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“Cuando la tierra cede, el miedo a la ladera te atrapa, aunque el caballo sea fuerte.”

Fuente

Cosecha perdida.

Acompaño a Pedro Luis, dueño de unas hectáreas sembradas de papas. Salimos a las Cinco de la mañana para cumplir con la labor del día. Subimos cuesta arriba, guiados solo por la media luna, el instinto de una mula y el imponente caballo de Pedro, llamado Castaño. Por suerte, todo estaba oscuro y solo veía apenas dos metros hacia adelante, y la niebla se convertía en cómplice de la travesía.

El trabajo de recolectar las papas fue arduo y duro. Seis horas fueron suficientes para terminar y montar los costales a los animales.

El cansancio hizo mella en el grupo, incluyendo a los animales. Comenzamos a descender con sumo cuidado, siempre pendientes para no dar un paso en falso, aunque la tierra floja no nos ayudaba, aumentando el temor de caer por el barranco.

Pero, de pronto, un mareo hizo que mi cuerpo sudara más de lo normal y, sin percatarme, vi que Pedro Luis

se mecía lentamente de un lado a otro mientras su caballo avanzaba a trompicones ladera abajo. Ambos eran víctimas del cansancio, de la sed, del hambre. Castaño no soportó más y cayó de bruces, arrojándome al suelo.
Tumbando todo a su paso.

Rodamos por la ladera como bolas de paja empujadas por el viento. El dolor me atravesó por la caída y por la impotencia. Me quedé tumbado; el polvo se me metía en los pulmones, y sentía cómo la arena se adhería a la piel mojada. Mi cara reflejaba terror. Miré a Castaño, jadeando a unos cuantos metros por encima de mí; sus ojos apagados reflejaban la angustia por lo sucedido.

De repente, un ruido seco me alertó. No venía del viento sino del suelo que cedía. Me incorporé con dificultad y vi ciertos destellos en el suelo, justo donde Castaño yacía. Como pude, me acerqué, ignorando el dolor en mis costillas, y mis dedos rasgaron la tierra mohosa intentando sacar lo que había allí.

Pedro Luis solo se quejaba. Mi mano temblorosa sacó de uno de mis bolsillos un paño deshilachado, que contenía el trozo de papel que encontré en la madrugada. Era una especie de carta. La tinta, aunque borrosa, era legible. La leí reiteradamente y, con incredulidad, pronuncié mi nombre, que estaba escrito con precisión. La carta narraba lo sucedido, como si me hubieran predicho el futuro.

Era imposible. La carta detallaba fielmente la jornada del día, el viaje de regreso, el desplome de Castaño y, con él, nuestra caída… hasta ese mismo instante en que tenía el papel en las manos.

Y lo más perturbador de la lectura fue cuando resaltó en la última línea: "No vuelvas a mirar para atrás". Como un presagio, sentí una presencia. Sin embargo, giré, pero no había nadie... solo Pedro Luis, llorando a su caballo al verlo dar su último suspiro, mientras las papas y mi mula seguían rodando por la ladera.

Fuente


Jorge Rodríguez Medina(@siondaba)


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Gracias por su visita y leer. Hasta la próxima.


English Version

“When the ground gives way, the fear of the slope grips you, even if the horse is strong”

Fuente

Lost Harvest.

I accompany Pedro Luis, the owner of several hectares planted with potatoes. We set out at five in the morning to complete the day’s work. We climbed uphill, guided only by the half-moon, the instinct of a mule, and Pedro's imposing horse, named Castaño. Luckily, everything was dark, and I could only see about two meters ahead, with the fog becoming our ally during the journey.

The work of harvesting the potatoes was tough and grueling. Six hours were enough to finish and load the sacks onto the animals.

Fatigue took its toll on the group, including the animals. We began to descend carefully, always mindful not to take a misstep, though the loose soil didn’t help, increasing our fear of falling off the cliff.

But suddenly, a dizziness made my body sweat more than usual, and without realizing it, I saw Pedro Luis

swaying slowly from side to side as his horse stumbled down the slope. Both were victims of exhaustion, thirst, and hunger. Castaño couldn’t take it any longer and collapsed, throwing me to the ground, toppling everything in his path.

We rolled down the slope like balls of straw blown by the wind. Pain pierced me from the fall, and so did the helplessness. I lay there, the dust filling my lungs, and I felt how the sand clung to my wet skin. My face reflected terror. I looked at Castaño, panting a few meters above me; his dull eyes mirrored the anguish of what had happened.

Suddenly, a sharp noise alerted me. It didn’t come from the wind but from the ground giving way. I got up with difficulty and saw flashes on the ground, right where Castaño lay. As best I could, I moved closer, ignoring the pain in my ribs, and my fingers clawed at the mossy earth, trying to unearth what was there.

Pedro Luis just groaned. My trembling hand pulled out a frayed cloth from one of my pockets, which held the piece of paper I had found at dawn. It was a sort of letter. The ink, though blurred, was legible. I read it repeatedly, and with disbelief, I uttered my name, written with precision. The letter recounted what had happened, as if they had predicted the future.

It was impossible. The letter faithfully detailed the day’s journey, the return trip, Castaño's collapse, and with him, our fall… up until that very moment when I held the paper in my hands.

And the most disturbing part of the reading was when the last line stood out: "Don’t look back." As if it were a warning, I felt a presence. However, I turned around, but there was no one… only Pedro Luis, crying over his horse as he watched him take his last breath, while the potatoes and my mule continued rolling down the slope.

Fuente


Jorge Rodríguez Medina(@siondaba)


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