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Cuando Antonio, después de recorrer kilómetros de distancia en un autobús lleno de personas que habían dejado atrás su pasado, para enfrentar la incertidumbre, llegó a su destino, la niebla fue la primera en darle la bienvenida.

La vio avanzar desde el mar y lo cubrió con un abrazo suave, frío y etéreo. Lo animó a caminar con su mochila en la espalda y lo acercó a la playa. El sol se ocultaba en el mar, dejando el cielo teñido de trazos de color anaranjado y amarillo. En el muelle los pescadores descargaban peces plateados y rojos, pero con los ojos muertos.

Su amigo Luis se acercó, venía a buscarlo, se dieron un fuerte abrazo y se dirigieron a la casa donde vivía junto con otros inmigrantes de su misma tierra.

—Te va a gustar este lugar, hay trabajo y gente buena. El clima es frío casi todo el año, pero te acostumbrarás.

Antonio se levantaba muy temprano, la niebla lo acompañaba hasta el muelle donde trabajaba y también al atardecer cuando terminaba su jornada. Y se fue acostumbrando a ella como a una fiel y silenciosa amiga, que lo consolaba cuando la soledad y la nostalgia lo hacía sentirse el más triste de los hombres.

Un día despertó y salió a trabajar como de costumbre, y la niebla no apareció ni ese día, ni tampoco el siguiente. Preguntó a los pescadores y un anciano con la piel curtida de sal y mar le dijo.

—En esta época del año, la niebla se va mar adentro y el sol brilla. Son días de pesca abundante y de alegría. Acá hacemos unas festividades de agradecimiento donde bailamos, cantamos, comemos y nos embriagamos. Acompáñanoss a celebrar, te aseguro que divertirás.

Antonio pensó que le haría bien asistir, le animaría compartir con sus amigos y la gente del pueblo.

En la fiesta celebraron hasta el amanecer, Antonio y sus amigos bebieron tanto que terminaron durmiendo en la arena de la playa. Los despertó el frío que se les metía entre la ropa y les llegaba hasta los huesos.

Cuando pudieron abrir los ojos y miraron hacia el mar, todos, menos Antonio, estaban asombrados. Una niebla espesa avanzaba rápidamente, cubriendo no solo la playa y el muelle, sino también todo el pueblo hasta llegar a las colinas. Esta vez su ausencia había sido muy corta, había regresado antes de tiempo.

—!Esto es muy extraño! ¿que estará pasando? —comentó Luis.

La gente del pueblo comenzó a preocuparse cuando la niebla permaneció allí, instalada, sin moverse. Antonio era la única persona que parecía estar felíz. Sus amigos lo veían caminar por la playa o nadando, indiferente a los problemas, hasta que un día no lo vieron más. Y ese mismo día, tan sorpresivamente como había llegado, la niebla se retiró mar adentro.

Muchas gracias por leer mi relato con el que participo en el homenaje al escritor Miguel de Unamuno. Acá el enlace