El Primer Gol de Todos

6 años de edad, menos de un par de meses entrenando en un equipo al que habían invitado a mi padre a dirigir, por mera circunstancia, el equipo “Halcones” estrenaba uniformes, y a mí, por absoluta casualidad posicional me tocaría el 9 en el dorsal, quería meter goles, quería ser delantero y sí llevaba el 9 a las espaldas.

Dos partidos con aquel uniforme que ya era mío, dos partidos con un 9 que no había podido marcar, que había estado tan cerca y tan lejos de gritar su primer gol oficial en un equipo; ¡Un nueve sin gol no es un nueve! Pero sí era un niño lleno de ilusión y sin malicia que disfrutaba sin malicia el acariciar el balón con los pies.

Otro sábado por la mañana, una mañana calurosa típica del verano en Cuautla, Morelos; un partido más, en apariencia, en realidad el partido que cambiaría todo para mí en torno al balón. Los “Halcones” enfrentábamos a “Cocacolitas” – sí, un equipo de pequeños, como yo, cuyos padres trabajaban en la planta embotelladora de Coca-Cola cercana a casa, y sí, sus camisetas rojas con el logo de la marca impreso en abdomen con el mismo color blanco de los pantaloncillos, más representativo imposible.