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En un pequeño pueblo, rodeado de belleza inigualable y hermosos paisajes verdes, vivía una hermosa joven que tenía unas trenzas que llegaban hasta sus muslos; No había nadie más en el pueblo con unas trenzas tan largas como la de Cattleya. Estaban tan bien cuidadas que, cuando el sol de mediodía llegaba a su cabeza, sus trenzas reflejaban la luz del sol como si fueran hilos de oro, y por la noche, a la luz de la luna, eran como finos hilos de plata.

Cattleya era muy conocida porque la gente aseguraba que sus trenzas eran mágicas y que tenían el poder de curar tanto las heridas físicas como las heridas del alma. Cada vez que alguna persona dl pueblo sentía algún malestar, acudían a ella. Era increíble como sus ojos se llenaban de compasión y amor por las personas del pueblo. Cuando estaba delante de la persona, solo tomaba sus trenzas y las pasaba por las heridas, haciendo que el dolor desapareciera y la sanación fuese más rápida que lo normal. Y si el dolor era en el alma, solamente abrazaba a esa persona y con sus trenzas rodeaba ambos cuerpos; Las lágrimas comenzaban a brotar de ambas personas y al cabo de unos minutos, el dolor se había ido por completo.

Ella era una sanadora sin decir una sola palabra.

Con el tiempo, su fama comenzó a crecer y llegó mucho más allá de los límites del pueblo, haciendo que personas desconocidas llegaran en busca de su don para aliviar el dolor. Día y noche, gente entraba y salía de su casa felices porque recibían lo que habían venido a buscar.

Una mañana, Cattleya se sintió muy débil, no obstante, ayudó a una niña que se había herido la rodilla cerca del río mientras jugaba. Todos se maravillaron porque decían que, su compasión, amor y nobleza no tenía límites.

Los días transcurrieron y Cattleya seguía sintiéndose mal. Todos, preocupados, le preguntaron la razón por la cual no usaba sus propias trenzas para curarse a sí misma, a lo cual respondió que su don era para los demás y que le fue dado con la condición de que no lo podía usar para ella misma. Para explicarles a los presentes dijo:

— Una flor no usa su propio aroma para sí misma, sino para todo lo que la rodea; No se jacta ni envidia nada porque sabe que todo lo tiene dentro de sí; Es más, solo está para mostrar su belleza a todo el que desee mirarla y apreciar su perfume.

Después de unos días, decidió que era hora de transmitir su don a alguien más, que tuviese la capacidad de mostrar amor y compasión por todo lo que le rodea. Rocío, era la candidata perfecta; Una niña dulce y llena de amor para todos.

Cattleya la trajo a vivir a su casa y comenzó a enseñarle los secretos del bosque y cómo el amor y la compasión podían hacer que el don lo tuviese; Pasaban los días y Rocío aprendía cada vez más, aplicando su saber y su don sobre Cattleya y sus familias.

Las trenzas de Rocío comenzaron a crecer y a crecer, llegando a ser tan largas como su propia estatura. Fue maravilloso volver a ver a Cattleya sanando y ayudando nuevamente a las personas y ahora con la ayuda de Rocío, era más sencillo el trabajo porque podían descansar más y ayudar a más personas.

Muchas veces olvidamos dedicarnos tiempo a nosotros mismos, para brindarlo a la gente que nos rodea, y por más fama que podamos tener, debemos entender que no podemos dar a otros lo que no nos damos a nosotros mismos. La fama de ellas fue mucho más grande, y con su ejemplo mostraron que, el amor, la compasión y el cuidado, pueden proveer un mundo lleno de maravillas y curación, tanto físicas como las del alma. El amor lo puede todo.

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