En publicaciones anteriores he recalcado en mis publicaciones la importancia de no sentirse mal por no ser el padre o la madre que dice sí a todo lo que los hijos piden, pues les estamos formando una actitud correcta ante un mundo que no nos dice que si a todo, o por lo menos no a los que no tenemos una familia prestigiosa y una cantidad de dinero considerable que haga nuestros sueños posibles. Los niños que se forman en un ambiente donde hay muchas personas complacientes de sus caprichos, en un 99% de los casos terminan siendo personas despreciables por su mala actitud, pues crecen con la idea de que el mundo gira alrededor de ellos y que el universo está de su parte.

Muchas personas piensan que su realidad está por encima de la de los demás, y puede que sea cierto, pero entender que hay una diversidad muy grande de realidades en el mundo y que cada una influye de manera diferente para su funcionamiento es un pensamiento demasiado grande para las mentes formadas por la complacencia de todos sus caprichos desde temprana edad. El ser humano es un ser caprichoso por naturaleza, no se conforma con lo que tiene sino que siempre va queriendo más de lo que puede tener y se convierte luego en un ser avaricioso, pero antes de convertirse en un avaro sucede que muchas de las cosas que tiene no son merecidas pero aún así las quiere, así como cuando un niño tiene malas calificaciones en la escuela y aún así es recompensado con los juguetes que desea.

Le creamos un conflicto moral a los niños cuando somos complacientes porque ellos no van a saber diferenciar luego entre las diversas realidades, y por ende no tendrán la capacidad de comprender que viven en un mundo que le importa una semilla de sésamo lo que sus caprichos deseen. En otras palabras, un niño mimado se convertirá en un adulto mimado dentro de un mundo que no va a consentir sus deseos, o al menos hablo por aquellas familias en las que no ha sido nada fácil avanzar para consentir a nuestros pequeños, porque hay otras familias que el dinero les ha hecho todo fácil, y es aquí donde se forman dos clases de consentidos que terminan diferente sus vidas en el mundo.

Los primeros son los niños ricos que todo les es fácil, y sus consentimientos los hacen personas que cuando llegan a la edad adulta si quieren algo lo tienen, y si no lo pueden tener lo compran con su dinero, y si no lo pueden comprar usan el poder que tengan a su disposición para obtenerlo acomodé lugar. Estas personas nunca llegan a saber el verdadero valor de las cosas, ni tampoco llegan a respetar las realidades de los que viven a su alrededor, sólo son sujetos que fueron formados con la idea de que todo lo que piensen o deseen puede ser alcanzado o, en cierta forma, conquistado como los españoles o ingleses se hicieron con el Nuevo Mundo. Podríamos pensar que en algún momento la fuente de su riqueza monetaria se extinga y ya no puedan continuar teniéndolo todo, pero eso sólo pasa en Hollywood, en la vida real son extremadamente pocos los casos así porque las personas que siempre han tenido riquezas saben cómo cuidarla para siempre poder gozar de su dicha, en cambio los pobres que se vuelven millonarios como por ejemplo los músicos, deportistas, o alguien que se ganó la lotería, y pierden su fortuna tienen la posibilidad de transformarse pero eso es otro tema.

Aquellos niños que nacen en una familia en la que todos sus deseos son complacidos, pero que no tienen el mismo dinero ni prestigio que otras familias no son dañados de tal forma que cuando sus complacientes ya no estén para ellos sus deseos tendrán que ser llenados por ellos mismos, y si no hubo nadie que les enseñara a cómo conseguir ganarse la vida dentro de este mundo que no regala nada, ni siquiera una oportunidad, sino que siempre dependieron de otra persona que hiciera todo por ellos, van a sufrir las consecuencias de no tener las herramientas para valerse por sí mismos. Quizás sobrevivan pero será muy difícil que aprendan a tener la vida que tenían cuando otra persona hacía todo por ellos, es el equivalente a perdernos en la selva y sobrevivir sin depender de un trabajo o una economía que nos mantenga.