La persona en mi vida de la que estoy más celosa.

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La persona en mi vida de la que estoy más celosa.

Es de mí misma, de mi yo más joven, estoy celosa de la niña de 5 años que alguna vez fui.

Viviendo la vida, sin ninguna preocupación en el mundo, excepto sentarse con mi mamá o abuela, a cortar algunas fotos del periódico y algunas letras de una revista vieja para hacer su tarea del preescolar.

La yo de 5 años, que vivía en un ahora, en el presente eterno, la que no sabía de momentos, solo seguir las reglas. La que sabía que algunos días tenía que ir a un lugar con otros niños para jugar, cantar canciones, colorear letras grandes y dibujos de pájaros y gatos, y ese lugar se llamaba escuela.

Recuerdo ir a un “jardín de infantes de música” donde todos estábamos desafinados, solo tocando panderetas, flautas y cualquier otro instrumento musical, lo suficientemente fácil como para enseñarle a niños de 5 años qué es la música.

Estoy celosa de la que pasa horas inconmensurables jugando, montando en bicicleta, viendo dibujos animados en la televisión.

Porque, ¿qué más puede hacer un niño de 5 años?.
Una niña de 5 años, que es hija única, la primera hija de sus padres, la primera nieta, la primera sobrina…

A la que todo el mundo le decía: te pareces a tu bisabuela. Una bisabuela que no recuerdo.

Solo recuerdo jugar, todo el tiempo. Recuerdo algunos “grandes momentos” como Navidad y algunos cumpleaños pero mi infancia es una mezcla de años. Supongo que eso le pasa a todo el mundo, ¿verdad?

Es curioso cómo algunas cosas pueden traer recuerdos…

Justo ahora, escribiendo esto, puedo recordar claramente una fotografía que debe estar en la casa de mi madre, dentro de algún álbum antiguo.

Pero puedo ver claramente la imagen: soy yo, con un vestido negro grande, con flores pequeñas, mi cabello en una cola alta (el mismo peinado que sigo usando), con rizos grandes, guantes blancos, medias blancas (Mierd, como solía odiar esas cosas con toda mi alma, me picaban mucho e incomodaban*) y, por supuesto, zapatos blancos brillantes.

Cuando tenía cinco años, significaba que era pura, llena de alegría y sencillez. Sin responsabilidades, solo la libertad de ser. Esa es la persona de la que más celosa estoy: mi yo más joven, que vivió el momento y solo conoció la felicidad.

Pero en lugar de insistir en esa envidia, elijo abrazarla. Los recuerdos de mi infancia, de hacer tareas con mamá, tocar música desafinada, andar en bicicleta y ver dibujos animados, son tesoros que llevo conmigo. Me recuerdan la alegría pura e inmaculada que la vida puede ofrecer.

Esos momentos moldearon quién soy hoy. Me enseñaron el valor de la creatividad, la importancia del juego y la belleza de vivir el momento. Aunque no puedo volver a ser esa niña despreocupada de cinco años, todavía puedo honrarla encontrando alegría en las pequeñas cosas, abrazando la creatividad y apreciando cada momento.

La vida puede ser más complicada ahora, pero la esencia de esa niña alegre todavía reside dentro de mí. Siempre que necesito un recordatorio de felicidad, pienso en esa fotografía y recuerdo las alegrías simples de mi juventud.

Al hacerlo, me doy cuenta de que el espíritu de mi yo de cinco años todavía puede guiarme, trayendo luz y positividad a mi presente y futuro.

Entonces, aquí está para mí, de cinco años, una fuente eterna de inspiración y un recordatorio de que la alegría y la simplicidad siempre están a nuestro alcance, sin importar cuán adultos seamos.

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