Hija de la Tierra, Reina del Cielo.
Hija de la Tierra, Reina del Cielo
Érase, una vez, en una tierra lejana, perfectamente ubicada al norte del sur. En una vasta tierra donde los ríos fluyen desde todas las latitudes, alimentando con agua fresca el suelo, haciendo crecer los árboles más altos y las flores más coloridas; con montañas altas donde la nieve comienza a formarse, con un desierto que nunca estaría solo, y una jungla profunda que permite al mundo respirar un poco más.
Había una joven mujer, de largo cabello negro, con piel marrón como los granos de cacao, con ojos del color del Amazonas, con labios tan rojos como la fruta más jugosa que solo se puede encontrar en lo más profundo de la selva.
Ella soñaba con volar alto, como los pájaros que cantan hermosas canciones de libertad todos los días.
Su familia la tenía encerrada, todas las criaturas querían devorarla, y todos los reyes malvados querían casarse con ella y llevarla a tierras lejanas y desconocidas. Pero ella solo quería volar.
Una noche, cuando la oscuridad era profunda y silenciosa, se acostó en la tierra, acerco sus labios al suelo como si fuera a darle un dulce beso y susurró:
“Madre Tierra, envía a tus hijos para que me lleven lejos. Déjame alcanzar la cascada más alta, y desde su cima, saltaré y me convertiré en un ave, libre para dormir entre las nubes”.
Los hijos de la Tierra escucharon su llamado, y fueron en busca de la bella prisionera. Las aves la ayudaron a descender de su torre, y ella se subió al lomo del jaguar más feroz.
Toda la noche viajaron en silencio, las patas del jaguar acariciando suavemente la tierra, el aire fresco de la noche susurrando entre los árboles. La selva parecía contener el aliento, esperando que ella rompiera sus cadenas.
En la base de la cascada más alta del mundo, comenzó su ascenso. Sus miembros temblaban, y su corazón latía con fuerza, pero el sol, que se alzaba como un faro dorado, la llamaba: “Un poco más; ya casi eres libre”.
Cuando llegó a la cima, tomó una profunda respiración y saltó. El viento la abrazó, elevándola cada vez más alto. No cayó; voló, su cuerpo se estiró y se transformó en una magnífica ave de plumas negras y una vibrante y colorida cola.
Voló lejos, surcando los cielos sobre la selva, deslumbrante, hermosa y poderosa. Voló lejos para no volver jamás, siempre buscando las cascadas más altas y las selvas más profundas, donde pudiera descansar y ver el sol, salir una y otra vez, por siempre libre.
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