Siempre que vamos a casa de Doña Jacinta, allí está Cayetana jugando con los perros. Nosotros vamos a casa de doña Jacinta a buscar la leña para el fogón y Cayetana es la que recoge algunos palitos que se caen del bojote y luego se pone a jugar haciendo circulitos en el aire y en el barro. Ella no habla, solo ríe, con sus tres o cuatro dientes al aire y con los ojitos pequeños de animalito asustado.

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Uno llega y no la ve, porque siempre está metida entre las matas, pero de repente sale con los perros sarnosos y flacos que la siguen por todas partes. Con los perros come, juega y se baña. La madre de Andrés dice que Cayetana tiene piojos y pulgas porque se rasca el cuerpo y la cabeza a cada rato. A veces yo la veo y Cayetana se ríe con su sombra, con la luna, con mi cara, como si la sonrisa fuera una calcomanía que llevara pegada.

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Una vez escuché que Cayetana nació así, que su madre la regaló, porque de la cabeza estaba mala. Que las monjitas del pueblo la recogieron hasta que misia Jacinta se la llevó a su casa. Otras personas dicen que fue un hombre que la dejó plantada y desde ahí a Cayetana se le fueron los tiempos y de este mundo no sabe nada.

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La madre de Antonio dice que no nos acerquemos a ella porque Cayetana siempre está sucia y no se baña, pero cuando vamos a buscar la leña, yo siempre la busco con la mirada. Y Cayetana con la boca abierta, llena de baba, riendo y riendo como si la vida le causara gracia. Y yo pienso que ojalá todos fuéramos como Cayetana y no como la mamá de Antonio que siempre está como brava.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS