El gran escritor Octavio Díaz es conocido por su literatura perfectamente adaptada a la realidad con un toque de terror y hechos paranormales. Nadie entiende cómo puede pasearse entre lo terrorífico y la vida de una persona normal sin perder el rumbo de las historias. Es admirable.

Octavio es alérgico a las personas, es decir, no puede entrar en un grupo social y mucho menos mantener una relación de amistad ni socializar con nadie.

Un buen día, el editor de Díaz me contrato como su asistente. Acabo de graduarme y soy el indicado para llevar las notas y el desorden, además de tratar con un genio antisocial de la literatura.

Realmente mi trabajo es muy sencillo. Llego a la casa de Díaz, me siento en mi escritorio que está afuera de la de puerta de su despacho y simplemente espero que salga con un montón de hojas que debo organizar y apuntar para enviar a la editorial.

Así pasó el tiempo y todos los días eran la misma rutina. Díaz entraba en su despacho y cerraba la enorme puerta. Y por horas solamente se escuchaba el techado de su robusta y antigua máquina de escribir.

En mi contrato quedó estipulado que por ningún motivo debía invadir el espacio del señor Díaz. Soy muy profesional, así que me apego al contrato. Pero últimamente me mata la curiosidad de saber que es lo que pasa allí dentro una vez que se cierra la puerta.

Por casualidad hoy Díaz entró temprano a su despacho y la gran puerta rebotó y quedó abierta. Se escucharon las teclas de la máquina de escribir y por la pequeña abertura de la puerta una luz roja intermitente despertó mi curiosidad.

Me levanté y quise cerrar para no interrumpir su trabajo, cuándo me acerqué lo que mis ojos vieron fue algo increíble.

De la máquina salía la luz roja, proyectaba como una película flotante, el despacho estaba vacío, era como un espacio flotante y Díaz parecía poseído por aquella máquina del demonio.

Me asusté, cerré la puerta sin hacer ruido y me senté temblando en mi escritorio. Horas después Díaz salió, como todos los días y me entregó sus notas. Mis manos temblaban como gelatina y pude recibir sus papeles.

Debía organizar el material de ese día pero mi curiosidad era tan grande que dejé todo aquello sobre mi escritorio y decidí investigar. Me acerqué a la gran puerta y parece que algo andaba mal con la bisagras por qué una vez más estaba abierta. Tal vez siempre fue así y yo no me había dado cuenta que no cerraba por completo.

Cuidadosamente entré y todo se veía normal, había una biblioteca enorme con muchos libros, muebles, archivos. Nada de esto estaba aquí cuando Díaz estaba escribiendo. Me acerqué a una mesa y vi unos recortes de periódico de todas partes del mundo. Al ver las noticias pude reconocer las historias, eran todas aquellas que he transcrito desde que empecé a trabajar.

Mientras Octavio Díaz tecleaba sus macabras historias en su máquina demoníaca, en alguna parte del mundo iba pasando tal cual lo escribía. Asesinatos, traiciones, estafas, todo lo que su mente retorcida imaginaba en el mundo iba pasando.

Me di cuenta porque Octavio era un solitario y misterioso hombre,pero quién podría amar alguien así?. Alguien que sabía el mal que hacía al mundo y no le importaba. Según leí en sus notas "el hombre necesita terror para ponerle emisión a su vida". Nunca entenderé a este hombre

Una fuerza inexplicable me atrajo a la máquina y pude leer una inscripción grabada en el rustico metal de sobre las teclas:

Tendrás fama y gloria, a cambio debes esparcir por el mundo la sombría maldad de los demonios.

Me senté frente a la maquina y sentía como las sombras se apoderaban de mi alma. Escribí la historia más tétrica que se me pudo ocurrir y me desmayé, quedé inconciente hasta la mañana que desperté y fui corriendo a casa.

En el trascurso de esa mañana me mandaron un enlace con una noticia que me dejó paralizado:

El gran Octavio Díaz se suicida de una manera brutal y se encuentra en su máquina de escribir una nota detallada de todo el suicidio.

FIN