Las 3 Víctimas de Mi Desaparición Forzosa 🪓

Hoy me deshice de 3 personas. Hoy mis ganas de seguir desapareciendo se cobraron nuevas víctimas. Ya no tolero ningún ápice de rechazo y mucho menos cuando intento lo que es debido. Y yo trato, como el terco que soy, de llevarle la contraria al desaliento, no me amilano cuando, sintiendo que no debo intentarlo, me lanzo a un vacío diferente al que ya padezco.

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Casi siempre recaigo en mi lado negativo, termino sintiéndome invisible para algunos ojos humanos y el alma se da cuenta cuando otra la desprecia.

Ella se llamaba Alondra. Opto en hablar en pasado de alguien que ya no está, que está viva, pero que desde hoy ya no vive en mí.

Siempre que quise hablar con ella para pedirle consejos sobre mi relación, no me respondía. A veces le invitaba un café y decía que no podía ir. La llamé pocas veces y no me contestó. Aludió que no usaba mucho el teléfono.

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Yo me la pasaba haciéndole todo tipo de señales de auxilio y en mi entusiasmo de darle oportunidades a la gente, creía que mi lenguaje era inaudible, dudaba a su favor creyendo que no tenía tiempo, que era cierta la prisa, que sí estaba ocupada.

Un día comenzó a hacer una rifa para los fondos de graduación de su hija. Me escribió un texto genérico que le envió a sus contactos. Le respondí enseguida y también respondió rápidamente. Fui haciéndole muchas preguntas y todas las respondió con atención. Sí, le compré la rifa. Me di cuenta ese día que la atención oportuna no tiene precio y que cuando alguien te necesita, sí te contesta pronto.

Dejé que su apuro fuese la señal moral de su educación. Le permití que corriera libre sabiendo que no le volvería a hablar y que ella no se daría cuenta que yo había dado el primer paso de distancia de los muchos que caminé a su cercanía.

Esto de no ser invitado me hace sentir un óbice y aquel agravio es vitamina para mi síndrome de Estocolmo. En algún momento, ante una lástima que me lastima, hago lo debido: huir de los captores que tienen indiferencia por mi rescate y a los que entregué alguna importancia.

Es muy extraño, sentirte de más con alguien que echas de menos. Eso me sucedió también con Antonio. Me debía dinero, no era mucho, pero yo lo socorrí alguna vez y un día me lo encontré en una fiesta. Se disculpó diciendo que no tenía aquel efímero saldo, pero luego su descuido fue otro.

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En dos ocasiones más lo sorprendí derrochando su economía en lujos que yo no podía darme y lo vi a la cara, sin decirle nada, dejando nuevamente que lo imperceptible de una decepción marcara mi despedida.

¿No lo ves? Para mí estaba claro que el dinero era lo de menos, pero el respeto era lo de más.

A esas alturas, me sentía como una sobra que sólo encajaba ocasionalmente en la vida de terceros sin el don de mutuos, porque así lo decidían. De alguna manera, poco elegante, moderaban el privilegio que debería ser que tenerme cerca.

Diminuto te ves, diminuto te sientes. Luces tan neutro al mirarte que no hay margen para el error de reconocerte como alguien que no fue admitido cuando quiso ser aprobado, cuando tenías mérito para ser palpable e incluido en las verdaderas amistades.

He notado como la gente improvisa su mirada y mucho más aquel tono de voz que conoces y que sabes vacilante. Yo noté la duda de Ámbar. Ella titubeó ante mi propuesta de volver más seria nuestra relación. Primero escuché su risa nerviosa y luego hizo un chiste de mi proposición. La mire al rostro y noté cómo su sonrisa se fue desencajando y bajando de decibeles hasta convertirse efímeramente en el preludio de un murmullo... El elocuente silencio me dio una respuesta definitiva.

Quería pensarlo y no la culpo, de eso no. En cambio, yo estuve decidido a partir. En ese momento en que me quedaba solo, necesitaba fuertes aliados para no derrumbarme y no quise que fuera mi propia debilidad la que inspirara a otros a permanecer. Necesitaba no pesarle tanto cuando a quien se quedara o que fuera lo suficientemente valiente para erigirnos.

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Jamás el adiós salió de mi boca, tampoco de mis letras, pero sí se lo debía a mi corazón que se llenaba de hielo ante estas 3 víctimas de mi desaparición forzada.

Emigrar parece un despecho de mi orgullo y es todo lo contrario. En realidad, es
el mayor acto de simpatía que he tenido con mi dignidad. Ya no puedo quedarme a esperar a que los inconvenientes se larguen, es mejor que el éxodo de malos acompañantes comience por uno mismo.

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Three people got rid of me today. Today my desire to continue disappearing has claimed new victims. I no longer tolerate any hint of rejection, much less when I try to do the right thing. Y I try, as the stubborn one that I am, to take the contrary to the discouragement, I do not get discouraged when, feeling that I should not try, I throw myself into a different void than the one I already suffer.

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More often than not I fall back on my negative side, I end up feeling invisible to some human eyes, and the soul notices when another scorns it.

Her name was Alondra. Opto en hablar en pasado de alguien que ya no está, que está viva, pero que desde hoy ya no vive en mí.

Whenever I wanted to talk to her to ask her advice about my relationship, she did not answer me. Sometimes I invited her for a coffee and she said she couldn't go. I called her a few times and she didn't answer, to which she alluded that she didn't use the phone much.

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Here I kept making all kinds of distress signals to her, and in my enthusiasm to give people chances, I thought my language was inaudible, hesitated in her favor believing she didn't have time, that she was in a hurry, that she was indeed busy.

One day she started a raffle for her daughter's graduation funds. She wrote me a generic text that she sent to her contacts. I replied right away and she responded quickly as well. I asked her many questions and she answered all of them with attention. Yes, I bought the raffle. I realized that day that timely attention is priceless and that when someone needs you, they do answer promptly.

So I let his hurry be the moral signal of his education. I allowed her to run free knowing that I would not speak to her again and that she would not realize that I had taken the first step away from the many I walked to her proximity.

This not being invited makes me feel an obstacle and that aggravation is a vitamin for my Stockholm syndrome. At some point, in the face of a pity that hurts me, I do the right thing: flee from the captors who are indifferent to my rescue and to whom I have given some importance.

It is very strange, feeling extra with someone you miss. That happened to me also with Antonio. He owed me money, it wasn't much, but I helped him sometime and one day I met him at a party. He apologized saying he didn't have that ephemeral balance, but then his oversight was another one.

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On two more occasions I caught him squandering his economy on luxuries I couldn't afford, and I looked him in the face, saying nothing to him, again letting the imperceptible of a disappointment mark my farewell.

Don't you see? It was clear to me that money was the least of it, but respect was the most.

At that point, I felt like a leftover who only occasionally fit into the lives of third parties without the gift of mutuality, because they chose to. Somehow, inelegantly, they moderated the privilege it should be to have me around.

Tiny you look, tiny you feel. You look so neutral when I look at you that there is no room for the error of recognizing you as someone who was not admitted when you wanted to be approved, when you had merit to be palpable and included in true friendships.

I have noticed how people improvise their look and much more that tone of voice that you know and that you know is hesitant. I noticed Amber's doubt. She hesitated at my proposal to make our relationship more serious. First I heard her nervous laugh and then she made a joke of my proposal. I looked at her for a face and noticed how her smile was unraveling and lowering its decibels until it became ephemerally the prelude to a murmur.... The eloquent silence gave me a definitive answer.

She wanted to think about it and I don't blame her, not for that. Instead, I was determined to leave. At that moment when I was left alone, I needed strong allies to keep me from collapsing and I didn't want my own weakness to inspire others to stay. I needed to not weigh so heavily when whoever stayed or whoever was brave enough to stand up for us.

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Farewell never came from my mouth, nor from my letters, but I owed it to my heart that filled with ice before these 3 victims of my forced disappearance.

Emigrating seems to be a spite of my pride and it is quite the opposite. In fact, it is the greatest act of sympathy I have ever had with my dignity. I can no longer wait for the inconveniences to go away, it is better that the exodus of bad companions begins with oneself.