El Secuestro Imaginario de Houdini

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Otra vez boca abajo, sumergiéndome al ahogo de mi propio habitáculo lleno de agua. Me encierro herméticamente para morir en otro intento por asombrar al mundo. No le hagan caso a mi cara de resquemor, tampoco a los golpes de mis pataleos, es que la gota que ha rebasado al vaso la he agregado adrede yo.

En medio de la presión que ejerce el entorno, siempre alguien cubre mi encierro con un telón. Nada por aquí, nada por allá... nado y nado... ¡Asombroso! Todo se realiza en aras de la expectación.

El público latente me vigila, espera por mi escape y yo lo ansío como ninguno de ellos. Es algo de vida o muerte salir de allí a toda costa, así sea premeditado el someterme a mí mismo a un secuestro imaginario.

No se trata de magia, no. Es un truco nada más y el gran acto posee un desafío más sicológico que físico. No hace falta ninguna distracción.


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El secreto de todo esto es que la llave de la puerta de mi chirona está al alcance de mis manos. No corro peligro por ello. Lo que nadie imagina, o supone, es que una vez dentro de aquel meollo, surge un conflicto entre mi Síndrome del Estocolmo y mi Síndrome del Impostor, los cuales se debaten en si todo lo que hago es un simple engaño, en si debo tenerme lástima, o sentir admiración.

Es así que comienza mi gusto por permanecer en el inhóspito cautiverio y no me refiero al de mis encantos. Sumergido en la desesperación, la piel se me arruga y no es culpa del agua, sino del tiempo que me demoro apegándome a la persona que decidió privarme de libertad y fui yo quien eligió arriesgarse a someterse a una confeccionada trena.

La prestidigitación primordial consiste en no ahogarse. Debo aspirar a mi supuesto talento de Houdini, mientras sigo con el mundo patas pa´ arriba y de rehen por considerarme un fraude, mas nadie duda de mi habilidad, en cambio, yo sí lo considero como una ilusión.

Creo que no sirvo para nada, excepto para sentir indignidad por mí mismo. También me convalezco por haberme puesto en situaciones incómodas de propia reclusión, con una ajustada camisa de fuerzas y pesadas cadenas, tratando de ver si mi instinto de supervivencia reaccionaba y aprendía a respirar sin las trabas que me he puesto yo mismo, o la indomable vida.

Allí, rodeado por la voraz presión atmosférica de dos estados de la materia, veo a las burbujas de culpa disiparse para mostrarme la ruta de mi fuga. Tras lograrlo, mi primera cara de consternación es por no considerar que mi talento merece, aunque sea, un aplauso que explote y se desaparezca en el aire -que por momentos me falta- o con la ovación que se traba con el agua restante en mis oídos.


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En el otro lado de mi alteración, hay un sentimiento que me imprime orgullo por ser yo mismo quien se encadena, cuando decide quedarse somnoliento e inmóvil, secuestrado por el sujeto que prefiere hacerse la vista gorda con el alto desempeño que posee y cuestiona toda la magia que posee.

¡Qué irónico! Todos esperan a que yo salga por el sitio previsto. De alguna forma, siempre se sorprenden cuando finalmente emerjo por el lugar que me merezco y que no es otro que la pequeña prisión que construí para mi pantomima. De ayudantes tengo al ego y al orgullo, pero ellos no hacen alarde de mis fugas, lo ven como algo sin mérito.

Debo decir que no todo es malo, a veces le doy profundo valor a todo el sacrificio que ha significado mi propio confinamiento en aquella cámara de tortura china y es porque, quizá, estoy a gusto acá. Allá afuera puede que no esté calmo como, de hecho, parece que lo estoy. Insisto, no le hagan caso a los golpes que le doy al vidrio, la agonía es parte del show.

He sentido a la parca en mis faltas de respiración. Hasta ahora, he aguantado mucho y por muy raro que lo parezca, he dejado de tenerme lástima y he comenzado a tenerme miedo. Es que en el fondo, tanto de la caja, como de mi propia vida, tengo miedo.

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He oído, y he leído, que el temor deberían sentirlo otros con mi presencia y supongo que he sido contagiado, un poco, por ese pavor. Pude convertirlo en la necesidad de creerme, bien sea ocasionalmente, tan bueno como Harry.

Sigo confundido todavía. Son muchas las circunstancias en que adoro a mi secuestrador. Lo mismo ocurre con mi auto regulación, sé que sería capaz de curarme de las heridas impostoras y estocólmicas, pero dudo que pueda recuperarme si la moneda vira la cara hacia los delirios de la grandeza.

De momento, mis desvaríos son por la escasez de nuevos aires. Respiro, inhalo, exhalo y me sumerjo... Todavía cuestiono si es un riesgo el permanecer hundido en la misma superficie. De lo que sí tengo certeza es que aún no ejecuto mi mejor truco y que siempre intento ganarme otro aplauso más, así sea uno solo.


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Again face down, plunging into the drowning of my own water-filled habitat. Hermetically enclosing myself to die in yet another attempt to astonish the world. Ignore my resentful face, or the thumps of my kicks, I have deliberately added the drop that has overflowed the glass.

In the midst of the pressure exerted by the environment, someone always covers my confinement with a curtain. Nothing here, nothing there... I swim and nothing... ¡Amazing! Everything is done for the sake of expectation.

The latent public is watching me, waiting for my escape and I long for it like none of them. It is something of life or death to get out of there at any cost, even if it is premeditated to subject myself to an imaginary kidnapping.

This is not magic, no. This is a trick, nothing more, and the big act is more of a psychological challenge than a physical one. There is no need for any distraction.


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The secret to all this is that the key to the door of my chirona is at my fingertips. I'm in no danger from it. What no one imagines, or supposes, is that once I am inside that hole, a conflict arises between my Stockholm Syndrome and my Impostor Syndrome, which debate whether everything I do is a simple deception, whether I should be pitied or admired.

So begins my taste for remaining in inhospitable captivity, and I don't mean my charms. Submerged in despair, my skin wrinkles and it is not the fault of the water, but of the time I spend getting attached to the person who decided to deprive me of my freedom and it was I who chose to risk submitting myself to a confectioned prison sentence.

Prestidigitation is not to drown. I must aspire to my supposed talent of Houdini, while I am still with the world “paws up” and hostage for considering myself a fraud, but nobody doubts my ability, on the other hand, I do consider it as an illusion.

I believe that I am good for nothing, except to feel indignity for myself. And I also convalesce for having put myself in uncomfortable situations of my own confinement, in a tight straitjacket and heavy chains, trying to see if my survival instinct would react and learn to breathe without the shackles I have put on myself, or the indomitable life.

Surrounded by the voracious atmospheric pressure of two states of matter, I see the bubbles of guilt dissipate to show me the route of my escape. After I succeed, my first face of consternation is for not considering that my talent deserves, even if only, an applause that explodes and disappears in the air -which at times I lack- or with the ovation that locks with the remaining water in my ears.


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On the other side of my alteration, there is a feeling that imprints me with pride for being the one chained myself, when I decide to remain drowsy and immobile, hijacked by the subject who prefers to turn a blind eye to the high performance he possesses and questions all the magic he possesses.

How ironic! Everyone waits for me to come out on the intended site. Somehow, they are always surprised when I finally emerge through the place I deserve and that is none other than the small prison I built for my pantomime. As helpers I have ego and pride, but they do not flaunt my escapes, they see it as something without merit.

I must say that not everything is bad, sometimes I give deep value to all the sacrifice that has meant my own confinement in that Chinese torture chamber and it is because, perhaps, I am comfortable here. Out there I may not be calm as, in fact, I seem to be. I insist, pay no attention to the banging on the glass, the agony is part of the show.

My shortness of breath has been a grim reaper. So far, I have endured a lot and oddly enough, I have stopped feeling sorry for myself and have begun to fear myself. It's just that deep down, both of the box, and of my own life, I'm afraid.

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Oh, I've heard, and read, that dread should be felt by others with my presence and I suppose I've been infected, a little, by that dread. Might have turned it into the need to believe myself, albeit occasionally, to be as good as Harry.

Still, I remain confused. So many circumstances in which I adore my abductor. The same goes for my self-regulation, I know I would be able to heal myself from impostor and stocholic wounds, but I doubt I could recover if the coin flips to delusions of grandeur.

At the moment, my ravings are due to the scarcity of new airs. I breathe, inhale, exhale, and submerge.... Whether it is a risk to remain submerged on the same surface, I still question. What I do know for sure is that I have not yet performed my best trick and that I always try to earn one more applause, even if it is only one.

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Muy interesante la unión de tus dos circunstancias, también sigo muy confundida.

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La confusión es parte de ese existencialismo del deber ser, de lo que debería ser y no es. Es la mente lo que realmente nos aprisiona y no nos deja fluctuar, tan poderoso y frágil que es nuestro cerebro y suele ser más torpe cuando cae en su lado endeble.

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