El Intruso que fue Invitado | P R O S A
Ella y yo solo estamos hablando. Soy un agradable completo desconocido, soy el intruso que fue invitado. Todo lo que ella sabe de mí es que luzco bien ante los ojos ajenos, porque me conservo, cuido mi apariencia y también mi léxico. Esa parte, que es la más obvia, es una de mis presentaciones.
Griselda es también una extraña, pero tiene los mismos hábitos comunicativos. Es una mujer hermosa, de cabello oscuro y una curvilínea figura. Al igual que yo, se alimenta primero de los datos más definidos de sus trofeos.
Entre ambos, no existe ningún vinculo sexual. De hecho, nuestras conversaciones están sanas del oscuro lado pecaminoso. Estamos vestidos preventivamente con el prejuicio de no sabernos ansiosos uno del otro. Es que no hay pistas de ello, ambos hemos sido muy sigilosos de mostrar el hambre que tenemos.
Sucede que lo más rotundo de mi ser está cubierto por mi cortesía, por mi prudencia, por mi silencio. Como un buen devorador, sé disimular que mi voraz apetito se encuentra cazando, aunque en ese fisgoneo, en verdad, me convierto en la presa de mi presa.
Hay prudencia en la mirada que acecha a la doncella, quien también cauta, devela la mitad de sus verdades. El hambre puede disimularse un tiempo, pero no por siempre. En algún momento esa hambre te muestra lo carnívoro que eres, porque cuando tienes la más primitiva hambre, eres capaz de todo con tal de comer.
Volviendo a los temas de las conversas, reitero que no tienen ningún tono fogoso. Estamos más cerca del abismo de un adiós que de estrecharnos las manos con alguna cercanía.
De hecho, la muralla de hielo está intacta de lo roto, quizás se encuentra hasta más congelada. Uno puede creer que hay que decir mucho para traspasar la frontera del deseo, pero a veces, no muchas veces, pero sí de vez en cuando, lo gélido hará que alguien sugiera un método para calentarse.
Tal vez fui yo, pero también dije que puedo ser una presa. Vacilante y discreto, todo entre línea, hasta que fue mejor llamar las cosas por su propio nombre, sin esconder nada, sin negociar con la duda y dejando claro que pese a ser extraños, teníamos en común el mismo apetito.
Fue así que nos dimos cuentas que los dos necesitamos y deseamos lo mismo. Ahora estamos desnudos, pero no de pieles, sino dejando al descubierto todos los riesgos de saltarnos el ártico que no supimos desquebrajar.
Aquello que clamamos en nuestra mentes empieza a encenderse. La pieles siguen erizadas, pero ya no es el por el frío, sino por la sorpresa de que ya el lenguaje no debe ser precavido y puede, y debe, ser invasivo.
Esta vez las dudas se sienten bien, porque lo correcto razona con morbo y ya no se detiene en ser cortés. Puede, incluso, ser tosco y soez, y ante la coincidencia de los apetitos por las carnes del otro, aquel lenguaje será vitaminas para la sangre que empieza a circular por donde el cuerpo palpita.
Tan drástico como este relato sucedió. Antes de todo, no había nada, solo un iceberg que fue una piedra circunstancial que luego circundamos.
Lo cierto es que ahora estamos debilitados por el frío. De alguna forma, romper el hielo no era lo más optimo para nuestro caso. Debíamos derretirlo y desmenuzarlo a toda costa, demostrando que el afecto estaba ahí, tan contenido y reprimido como la temperatura que no medíamos.
Era la hora de olvidarnos que éramos dos personas conocidas que no sabían nada del otro, pero que al saber que ardíamos en una misma caldera, sobrarían las preguntas y demasiadas palabras.
Ella, ya con una temperatura más agradable en sus sensaciones, me preguntó que cómo iba a hacer para calentarla. Era ahora o nunca. Antes de desnudar lo físico, debíamos quedar al descubierto de nuestras más grotescas intenciones.
Le dije:
Tomaré un aceite cuyo néctar tenga la fragancia de las orquídeas y dejaré caer muchas gotas en la espalda tuya, la temperatura del óleo es agradable.
Estás boca abajo, con los ojos cerrados, mientras froto con mis manos tu espalda, tu cuello y tu cintura. Recorro todo una y otra vez, rápidamente, para acelerar el pulso, la respiración y el clima del venidero clímax. Pero además me voy deteniendo en los lugares donde presienta que te gusta más, donde sientes un poco de presión y ligero dolor. Hablamos de que este es un dolor que te agrada porque va desapareciendo para dar paso al relajo.
Es así que uso ambas manos, y también los brazos, para proseguir por tus piernas y muslos. El movimiento comienza a ser más rápido y se detiene en los tobillos, hasta finalmente acabar a los pies. Luego retrocedo la misma acción en dirección opuesta y repito todo hasta volver a subir a tus caderas y postrar mi yemas en tus hombros.
Es un vaivén de manos yendo y recorriéndote para correrte y venirte a sentir por aquellos lugares donde sientes placer y placidez. Zonas de tu cuerpo que al sentir el tacto, y el vapor de mi respiración, te liberan y te dan gozo, se trepan en tu paz y te untan calma en los ansiedad de los nervios que ahora trepidan por dentro de ti.
Para ese momento, ya tu cuerpo está resbaloso y suave... Te brilla la piel, rechina la luz en tus senos y pelvis. Hay pequeños rojizos en tu dermis, dónde la presión ha surgido efectos por las caricias en abrasión. Piloerección, vibras, tiemblas. La mayor expectación la genera la distancia,
Luego de que estés necesitada de mis manos, cuando sienta que quieres más de mis zalemas, me alejo un momento para verte incómoda, sí, absolutamente incomoda, y tal inquietud es la advertencia de tus nervios al no estar satisfecha por el escaso contacto. Subes la cara y no dices nada, pero tienes expresión de una queja que puede ser saciada, de una queja que necesita y demanda mayor frotación. Es más una cara de deseo que clama que, por favor, me acerque otra vez, como finalmente me lo pides.
-Ven a mí, ven, te lo ruego. Necesito arder y aniquilar mi lado frío.
Estamos lejos, pero de alguna forma te volteo y pongo boca arriba. Olvidas que estás desnuda, está vez sin telas complicadas. Dejo caer gotas de aceite sobre tu clavícula y estas descienden a tu pecho... ese recorrido hace que te debilites más y te desesperes más y lo primero que muestra rigidez son los pezones y luego tu cuello.
La mirada se nos torna lasciva y yo aproximo mi rostro al tuyo para darte un beso en los labios, un beso inicialmente tierno y lento que va atormentando a cuatro labios apasionados. La humedad nos orbita las fauces con las que nos comemos y en las gargantas erectas se sienten las venas colmándose de la sangre que debe vestir al diablo.
Vapor desprenden los poros. Yo también estoy prensado y entiendo entonces que esa sensación es la forma intensa y desesperante con la que invadí tu cuerpo que tirita anhelante de sexo, de saborear los fluidos y todo lo que se sienta resbaladizo. ¡Qué magnífica se ve tu figura curvilínea aceitada!
Somos el magma del escalofrío y no queda otro remedio que entregarnos a un nuevo forcejeo, porque nuestros cuerpos ya no están conformes sólo con las manos que recorrieron los lugares a los que me diste permiso. No hubo señal de reproche durante mi intervención. He sido el aliado que ha provocado que estés temblando en medio de un voraz y repentino incendio.
Necesitamos aún expedir nuestros líquidos, pero hasta ahora sólo hemos incurrido en una conversación a mucha distancia que sucedió antes de romper el hielo, cuando no sabíamos qué decirnos para continuar sabiendo si teníamos algo en común y lo único común fue que, de repente, estamos leyendo que pudiéramos derretirnos sin haber roto la pared sólida que nunca traspasamos porque, bueno, nadie creería que antes del primer café, le pusimos cubitos de hielo a dos bebidas calientes y luego cuatro labios se sintieron calientes y valientes de olvidar la discreción.
-Te invito un café, ¿vamos?
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Prosa inspiradora que atrae lo desconocido al mismo deseo que arde en dos cuerpos que se atraen en un encuentro misterioso y coqueto de las mismas palpitaciones e intenciones de los deseos.
Feliz y bendecida tarde.
El encuentro es misterioso porque, en esa etapa de la seducción no ha sucedido, son sólo, como bien lo mencionas, palpitaciones e intenciones. Sigo trabajando en mejorar y pulir este tipo de escritura. Muchas gracias por la visita.
Adelante amigo. Feliz y bendecido día.
Muy buen relato, en el que logras inmiscuirnos en el proceso erótico imaginario de los cuerpos en juego, pero nos confrontas con la realidad de ambos personajes, siempre con ese tono irónico que caracteriza tus creaciones. Saludos, @miguelmederico.
@commentrewarder
Gracias, José. Siempre es un desafío literario iniciar el aspecto psicológico de este tipo de texto, que creo que es donde reside el encendido erótico y, por lo tanto, la pieza medular de la prosa, la cual vital para que se prosiga la lectura, especialmente cuando la extensión es amplia.
Normalmente, ante un primera mirada del escrito, nunca estoy conforme, pero en la medida que pasa el tiempo es que me agrada más el resultado. Un abrazo
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