Anacoreta en mis Desapegos
Podría casi decir que detesto los lugares llenos de gente, pero no me atrevo a hacerlo, porque -de alguna manera- sería negarme a mí mismo, que a veces soy medio humano y medio gente.
En realidad, parezco un robot, una pieza mecánica hecha de huesos y un corazón decepcionado por sus antiguos cofrades. Donde quiera que voy, ellos están ahí, muchedumbres de personas que van haciendo que la naturaleza luzca como un caos atiborrado de caminantes errantes.
Ya no sé estar con nadie más, es mi capricho no elegir a ningún otro ser y, en cambio, decantarme por la soledad que jamás me defrauda al decir algo indebido, al hacer algo traicionero, o al estar lejos cuando la debilidad me da por desahogarme lanzando miles de palabras al viento.
Son numerosos los curiosos que me preguntan si no me canso de estar solo... en verdad, no... esta vida es mía y es, o ha pertenecido a mis padres, pero de resto, no tiene ningún dueño. Podría ser para quien la pretenda honradamente, podría estar destinada a tener sucesora que se lo gane.
Y yo prefiero habitar una montaña desierta de los gritos de la gente y la ciudad, y oír plácidamente cómo rugen la hojas de los árboles y cómo el aire que pierdo en mis deslumbro agita sus silbidos cuando es el sol, o la lluvia, los que combinan sus melodías sin los estorbos de las palabras humanas.
Y también prefiero estar en mi cuarto oyendo un chelo, o un piano; leyendo, escribiendo, o cantando, que en medio de voraces espíritus que te consumen la energía al quejarse de las miserias que tiene la vida.
No podrías entenderlo si no has disfrutado la intensidad del silencio cuando tratas de identificar cómo suenan las ausencias de ruidos y escuchas cómo lates en medio de las nadas que sueles visitar al escaparte de la sociedad.
Yo suelo desconfiar de todos, y me incluyo. Hay, todavía, un instinto animal que nos hace depender de otros, por eso es imposible irse del todo y no toparse con algún alguien pasando por al lado tuyo, para saludar con cortesía, o para ignorarte como si no existieras.
Ese último suelo ser yo, pero no soy grosero, sólo estoy solo, tratando de alejarme de los tormentos, de lo que no comprendo, de lo que me roba energía, de los desprecios y, a veces, un simple saludo me recuerda que pertenezco a esa especie que disimula, con una sonrisa y una mirada esquiva, que disfruta ser indómito en lo solitario. En realidad, preferiría que fuese la luna la que me hablara, o que fuera la lluvia la que se inmiscuyera en mis lágrimas saladas y no, precisamente, un ente humano, que ha sido quien siempre me ha lastimado.
Le huyo a la gente, no por capricho, sino por precaución. Parezco, y sueno, como el culpable, pero soy la víctima que oculta, con mudes, el alma que lleva rota a causa de lo que han infringido quienes dijeron que iban a ayudarle y todo aquello comenzó con un simple saludo.
Me gusta esta soledad en la que no le hablo a muchas personas, pero todos los días converso conmigo mismo para ser un mejor prototipo. Por lo general, soy media y medio persona, media y medio robot y la mitad de un estúpido cuando estoy acompañado.
Y todas esas mitades aún no completan el proyecto de mi ser humano, por eso permanezco optando por todas la ausencias. Nada más acudo, y recurro, a las necesarias para seguir confeccionado la más actualizada versión de mi ser.
Decidí emprender negocios con mi lado solitario y estoy más tranquilo que cuando estaba rodeado de hombres y mujeres, todavía más confundidos que yo. Elegí excluirme de lo frecuentado y volverme sabio para sufragar con quién puedo estar pleno, tranquilo y cómodo, en la correcta cercanía.
Suena, parece, loco, pero es una anacoreta en mis desapegos como forma de vida. Soy más cauto cuando escucho cualquier ruido y debo disimular que un saludo cortés me rosa cuando voy caminando mis senderos y prefiero, por estos momentos, aislarme de las voces y gestos humanos, por meros, educados y simples que sean y, en cambio, sólo escuchar lo que me tiene que decir la brisa.
Estoy viendo mis errores y siempre levanto la mano, en señal de aprobación, cuando alguien se dirige a mí. Luego, sigo de largo.
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I could almost say that I detest crowded places, but I dare not do so, because - somehow - it would be denying myself, that sometimes I am half human and half people.
In reality, I look like a robot, a mechanical piece made of bones and a heart disappointed by its former confreres. Wherever I go, they are there, crowds of people who go about making nature look like a chaos crammed with wandering walkers.
I no longer know how to be with anyone else, it is my whim not to choose any other being and, instead, to opt for solitude that never lets me down when I say something inappropriate, when I do something treacherous, or when I am far away when weakness gives me the urge to let off steam by throwing thousands of words to the wind.
There are many curious people who ask me if I do not get tired of being alone... in truth, no... this life is mine and it is, or has belonged to my parents, but otherwise, it has no owner. It could be for whoever honestly intends it, it could be destined to have a successor who earns it.
And I prefer to inhabit a mountain deserted of the cries of people and the city, and to hear placidly how the leaves of the trees roar and the air that I lose in my dazzle shakes its whistles when it is the sun, or the rain, are those that combine their melodies without the hindrances of human words.
And I also prefer to be in my room listening to a cello, or a piano; reading, writing, or singing, than in the midst of voracious spirits that consume your energy by complaining about the miseries that life has.
You could not understand it if you have not enjoyed the intensity of silence when you try to identify how the absences of noises sound and listen to how you can listen to the bates in the middle of the swims that you usually visit when escaping from society.
I tend to distrust everyone, and I include myself. There is still an animal instinct that makes us depend on others, so it is impossible to leave completely and not run into someone passing by you, to greet you politely, or to ignore you as if you did not exist.
That last one is usually me, but I'm not rude, I'm just alone, trying to get away from the torments, from what I don't understand, from what steals my energy, from the scorns, and sometimes a simple greeting reminds me that I belong to that species that dissimulates, with a smile and an elusive look, that enjoys being untamed in the solitary. Actually, I would prefer that it was the moon that speaks to me, or that it was the rain that would get into my salty tears and not, precisely, a human being, who has always been the one who has hurt me.
I run away from people, not on a whim, but as a precaution. I look, and sound, like the guilty one, but I am the victim who hides, with mudes, the soul that is broken because of what those who said they were going to help me have inflicted and all that started with a simple greeting.
I like this solitude where I don't talk to many people, but every day I talk to myself to be a better prototype. I'm usually half and half a person, half and half a robot and half a stupid when I'm in company.
And all these halves still do not complete the project of my human being, that's why I remain opting for all the absences. I only resort, and I resort, to the necessary ones to continue making the most updated version of my being.
I decided to do business with my solitary side and I am calmer than when I was surrounded by men and women, even more confused than me. I chose to exclude myself from the frequented and become wise in order to find out with whom I can be full, calm and comfortable, in the right closeness.
It sounds, it seems, crazy, but it is the anchorite who has saved me. I am more cautious when I hear any noise and I must dissimulate that a polite greeting rose when I am walking my paths and I prefer, for these moments, to isolate myself from human voices and gestures, however mere, polite and simple they may be and, instead, just listen to what the breeze has to tell me.
I am seeing my mistakes and I always raise my hand, in approval, when someone addresses me. Then, I move on.
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