Su traje era un lindo plumaje de indio, tan colorido como un turpial de arcoíris, con bordados y brocados de diferentes matices de colores, vestía un valle de flores silvestres, usaba lindas alpargatas que había elaborado su madre, adornaba su cabello largo azabache, tejido con trenzas ceremoniales que sellaban el pacto con los dioses, procurando pintar su cara ovalada como lo había aprendido de su tribu, en cada combate que iba hacia este ritual, como símbolo de protección y bendición para ir al combate.

Desde acá en adelante, empezó a emprender su lucha para la liberación de su gente y pueblos hermanos, con su baluarte y estandarte empuño su arma, de esquina a esquina de sus caderas tersas, tenía dos macanas como relámpagos de Catatumbo, una cerbatana que marcaba la senda de la justicia, dos cuchillos filosos como el crujir del viento sereno, un hacha que volaba como un vórtice de fuego, en su espalda llevaba el gran arco con sus flechas de pócimas mágicas dadas por los dioses, estas eran elaboradas a mano a punto de hueso, piedra afiladas y quemadas a fuego lento, sencillamente esta guerrera, era una experta en el manejo de arma y combate.

Así empezó sus hazañas, la querida princesa guerrera, era alta como un Samán, prodigiosa, de piernas lánguidas, muslos fuertes y un cuerpo esbelto, que le habían asignado comandar un gran número de Mariches. Esta sigilosa mujer, prefería atacar por las noches, en especial en los días lluviosos y con neblina, eran sus mejores estrategias de combate a la guerra, tenía ojos de águila y se movía como un jaguar en las montañas, valles, ríos y mares, era una gran maestra.

A su regreso a la tribu, la linda princesa era recibida con su gran ejército a todo dar, prendían fogatas, sonaban los tambores, se armaba una gran fiesta de bienvenida. Huerena Urimare les contaba sus historias a los niños de sus combates interminables, de su vida en las montañas y los lazos de amigos con otros pueblos, su gran corazón se abría ante ellos. Era inspiración para su gente a seguir sus pasos, los niños y mujeres la admiraban con gran devoción, se sentían protegidos con su cuerpo esbelto de casi dos metros.

Empezó a despertar la admiración de Gueime Curupao, el gran guerrero siempre la acompañaba en sus batallas, se hechizaba con sus lindos ojos que alumbraban sus noches como la luna y su cuerpo encantador, de una belleza angelical, era prodigiosa como una diosa, solo ella permitía acercarse a cualquier varón de su tribu o de la alianza. Sentía un cierto sentimiento por ese amigo de infancia, quien nunca la había dejado ni por un segundo, era compañero de lucha, sentía una gran admiración.

La guerrera empezó a resonar en cada lucha que daba, indujo desde las primeras batallas ser inmune a la muerte de los blancos españoles e ingleses, nunca había sido herida, era siempre la primera en la fila en empuñar sus armas de combate contra el enemigo. El espíritu de los dioses la bendecían y acompañaban en cada asalto, era temida por sus adversarios, que decían que estaba poseída por los dioses, quedaban atónito sus enemigos, era una fiera salvaje para defender a sus hermanos de lucha.

Así, fueron sus luchas una y otra vez, dando el todo por el todo con sus soldados, resistiendo valientemente ante la opresión de sus grandes enemigos que impregnaron sus sangres heroicas de su pueblo hasta los últimos días, pues la superaban en número, pero no se daba por vencida, era indomable, invencible y toda una heroína, tan solo era la Princesa Guerrera Huerena Urimare, de la tribu de Chiragoto de los valles de Huerena y Mariche.

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Fuentes consultadas:

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 Maleida Marcano/@maleidamarcano.
 Las Fotografías son de mi propiedad y fueron tomadas por mi teléfono Infinix Hot 10i.

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