Primer año sin Lucrecia. Madre de fiestas.

Sin duda, hay personas exclusivas en la vida que se quedan para siempre como marca imborrable aunque se ausenten del plano terrenal, y es algo que sucede con Lucrecia Prado a quien yo consideraba la madre sustituta después que mi madre Cecilia murió en el año 2002.

Lucrecia falleció hace apenas unos 4 meses y llegó a transformarse en mi público número 1 con mi cuatro y mis canciones, algo que ella empezó a oír desde 1975 cuando un amigo me llevó a su casa ubicada con el número 43 en la calle Santa Isabel de San Juan de los Morros.

Desde entonces cada semana me ligué a ella y su familia porque hice una amistad muy grande con todos sus hijos y nietos y nos íbamos fines de semana que si a Maracay, Calabozo o Valencia, a celebrar cualquier motivo porque la alegría de las fiestas era Lucrecia.

Yo llegaba a cualquier hora a casa de ella y se levantaba a escuchar mi serenata pues yo le llevaba todo artista o buen aficionado al canto de la música venezolana.

Aquel patio fue testigo de sancochos, parrillas, comidas especiales y, sobre todo, de conjuntos de arpa, cuatro y maracas.

Lucrecia se nos fue a los 91 años con la mente clara y lúcida aunque su cuerpo ya no respondía a los movimientos.

Yo cada día domingo de la madre asistía a esa cita con mucho entusiasmo y, cuando estaba en otra ciudad, me esforzaba por llegar siempre a buena hora.

Hoy extraño amargamente a Lucrecia la alegría de las fiestas, pero doy gracias a Dios por haber compartido décadas con un ser tan especial.

First year without Lucretia. Mother of parties.

Undoubtedly, there are unique people in life who remain forever as an indelible mark even if they are absent from the earthly plane, and this is something that happens with Lucrecia Prado whom I considered the surrogate mother after my mother Cecilia died in 2002.

Lucrecia passed away only 4 months ago and became my number one audience with my cuatro and my songs, something she started to hear since 1975 when a friend took me to her house located at number 43 in Santa Isabel street in San Juan de los Morros.

From then on I became friends with her and her family every week because I made a great friendship with all her children and grandchildren and we would go to Maracay, Calabozo or Valencia on weekends to celebrate any occasion because Lucrecia was the joy of the festivities.

I would arrive at any time at her house and she would get up to listen to my serenade because I would bring her any artist or good fan of Venezuelan music.

That courtyard witnessed sancochos, barbecues, special meals and, above all, harp, cuatro and maracas ensembles.

Lucrecia left us at the age of 91 with a clear and lucid mind, although her body no longer responded to movement.

Every Mother's Sunday I would attend this event with great enthusiasm and, when I was in another city, I always made an effort to arrive at the right time.

Today I bitterly miss Lucretia and the joy of the holidays, but I thank God for having shared decades with such a special person.

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