Hispaliterario 6 │Puche (ESP-ENG)
Cuando éramos niños, mis hermanos y yo, escuchábamos las historias que nos contaba el abuelo cada noche que se iba la luz. Nos reuníamos en el patio, sobre las sillas de mimbre, bajo la luz de la luna, lejos de las tinieblas que habitaban la casa. Algunas historias eran de miedo y otras de aventuras; pero nunca creímos que fueran reales.
Una noche se fue la luz y salimos para el patio, como si aquello formara parte de un acuerdo tácito. Sacamos las sillas y nos sentamos esperando que el abuelo hablara. Entonces Ricardo, el tercero de nosotros, tuvo ganas de ir al baño y le pidió a nuestra madre, entre nervioso y asustado, que lo acompañara.
—Ay, vale, tan grandote y tan cobarde —exclamó el abuelo—. Vaya solo y deje a su mamá tranquila.
—Pero… está muy oscuro, abuelo —dijo Ricardo.
—¿Y eso qué?
Ninguno de nosotros dijo nada, incluso mamá se quedó inmóvil, esperando ver cómo reaccionaba Ricardo. Al final, cedió a la presión y fue al baño. Las sombras de la casa, provocadas por las escasas velas que había en la sala y la cocina, bailaron mientras Ricardo las atravesaba con paso inseguro.
—¡Cuidado con Puche! —gritó el abuelo, y soltó una carcajada.
—¿Quién es Puche, abuelo? —preguntó Fabiana, la segunda de nosotros y la única hembra.
—Es un monstruo que se come a los niños.
Luego de esa noche escuchábamos la advertencia cuando no había luz y queríamos ir al baño, a dormir, o simplemente a la cocina. «Cuidado con Puche», decía el abuelo, ahora con seriedad, como si al revelarnos la existencia de aquel ser, su conciencia lo obligara a mantenernos alerta.
Dos años más tarde, el abuelo murió de cáncer. Tras su muerte, nos sentábamos en el patio durante las noches a ver las estrellas, recordando los momentos junto a él, convenciéndonos de que tal vez estaba allá en el cielo con la abuela. Como herencia nos dejó la casa que con tanto esfuerzo había comprado, reconstruido y mantenido durante años. Era una casa colonial, enorme como una mansión, repleta de pasillos, habitaciones y baños como si fuera sido construida para un batallón.
Tres años después la mayoría de nosotros asistía al liceo, salvo Joel y Ramón, que eran los menores y continuaban en la escuela. Habíamos cambiado tanto que solo la casa nos recordaba cómo fuimos alguna vez. Ahora cuando se iba la luz por las noches, jugábamos al escondite.
Una noche se fue la luz, nuestros padres se acostaron temprano porque estaban cansados y les dije a mis hermanos para jugar. El único que protestó fue Ricardo, que para ese momento tenía doce años.
—No chamo, yo no quiero jugar eso con esta oscurana. La última vez no veía nada y duré como media hora buscándolos.
—Si eres cagado, chamo —dijo Joel.
—¿No te da pena, Ricardo, que tu hermano menor te diga así? —inquirió Fabiana.
—¿Y a ti no te da pena que tu cara sea tan fea? —replicó Ricardo.
—Cállense —exclamé—. ¿Vamos a jugar o no?
—Yo sí quiero jugar —dijo Ramón.
—Y yo —añadió Joel.
—La única gallina aquí es Ricardo —comentó Fabiana.
—¿Vas a jugar, chamo? —le pregunté—. Tampoco es obligado.
Ricardo hizo un gesto de fastidio y resignación, antes de ceder a la presión.
—Bueno, está bien. Pero recuerden lo que decía el abuelo…
—¡Cuidado con Puche! —exclamamos burlonamente al unísono, y luego nos echamos a reír.
Eran alrededor de las diez de la noche. Corría el mes de mayo, pero las lluvias no habían caído todavía. El cielo estaba despejado, pintado de estrellas. Apagamos las velas antes de empezar y nos reunimos en el patio.
—Yo contaré primero —dijo Ricardo, para demostrar que no tenía miedo.
Se colocó debajo de la mata de guayaba que había cerca del porche, comenzó a contar y nosotros salimos corriendo a escondernos en el interior de la casa.
En mi afán de no ser encontrado, entré en el cuarto del abuelo, que nadie ocupaba desde su muerte, y al que mis hermanos, en especial Ricardo, le tenían miedo y respeto. La puerta chirrió cuando la abrí. El olor a polvo y cosas viejas penetró en mi nariz. Me tapé con la franela para no estornudar. El cuarto estaba completamente a oscuras. Cerré la puerta a mis espaldas, con cuidado para no hacer ruido, y permanecí de pie en medio de la estancia, esperando que mi vista se adaptara a las tinieblas.
Al cabo de un rato distinguí la forma de la cama que había a mi izquierda, el escaparate frente a ella, la mesa de noche, el guardarropas, la cesta vacía en el rincón, los sombreros colgados del perchero que había en una de las paredes, mi reflejo que podía confundirse con una sombra en el espejo de la peinadora de la abuela. Cerré los ojos para no pensar en nada aterrador. La idea de quedarme allí escondido comenzaba a disgustarme.
Iba a salir para esconderme en otra parte, pero escuché los pasos de Ricardo. En medio de aquella quietud y silencio, el sonido de sus pisadas era fuerte y claro. Caminaba con lentitud, atento a cada rincón de la casa, en busca de los muchachos. De vez en cuando chocaba con algún objeto, hacía un ruido tremendo, y yo condenaba su torpeza porque podía despertar a nuestros padres y se acabaría el juego.
Escuché cómo se acercaba a las habitaciones contiguas y abría las puertas. Maldije mi mala suerte y su repentina valentía. Me escondí debajo de la cama, aguantando nuevamente las ganas de estornudar, y continúe atento a los sonidos del pasillo. Ricardo arrastraba un poco los pies, como si le costara caminar. Lo supe cuando llegó hasta la puerta del cuarto del abuelo. Allí se quedó, del otro lado, como si dudara entre abrir la puerta o no.
Cuando la puerta se abrió, una figura enorme, parecida a un hombre de dos metros y medio, se encontraba al otro lado. Desde la posición en cual estaba la cama podía verlo. Dejó caer algo al suelo, como si se tratara de un costal de papas, se agachó y entró al cuarto. Su cuerpo era delgado y peludo. Sus brazos largos, parecidos a los de un esqueleto, colgaban de lado a lado cuando se giraba y olfateaba el aire. Sus ojos eran rojos, como si las llamas del infierno brillaran a través de ellos. Me tapé la boca con ambas manos para no gritar.
No cabía duda. Aquella cosa maldita que olfateaba el cuarto del abuelo en busca de una presa era Puche. O tal vez aquella bestia no tenía nombre; pero existía y había venido a buscarnos. Su respiración, ignorada por mí hasta ese momento, era acelerada, como si estuviera impaciente. Caminó con cierta torpeza hacia la cama y sus pies huesudos quedaron a pocos metros de mi cara. Podía sentirme, sabía que yo estaba allí y quería llevarme con él.
Recordé que la mayoría de los animales huelen el miedo y pensé que si cerraba los ojos y me calmaba él dejaría de buscarme. No sé cuánto tiempo estuve así, con los ojos cerrados, negando la existencia de aquel ser, buscando la calma interior.
Cuando escuché que se alejaba, abrí los ojos y lo vi agacharse de nuevo para salir del cuarto. Recogió lo que había dejado en el piso antes de entrar y se marchó lentamente. Recé una y mil veces para que llegara la luz. No me atrevía a salir de mi escondite. La puerta del cuarto había quedado abierta y los ruidos de la casa entraban con mayor claridad.
Al cabo de un rato, la luz llegó y escuché a mis hermanos moverse por la casa. Sus voces eran desesperadas y confusas. Luego escuché que nuestros padres se unían a la conversación y les pedían a mis hermanos que hablaran uno a la vez. Abandoné mi escondite y salí al pasillo. Todos estaban reunidos en la sala. Fabiana lloraba y temblaba de miedo porque también lo había visto. Joel y Ramón estaban pálidos. Nuestros padres parecían confundidos y preguntaban qué había pasado mientras ellos dormían.
—¿Dónde está Ricardo? —pregunté cuando llegué a la sala y no lo vi.
Buscamos por toda la casa, pero Ricardo había desaparecido sin dejar rastro. Nuestros padres, como era de esperarse, no creyeron en nuestra versión de los hechos, llamaron a la policía y esta se hizo cargo de un caso que parecía secuestro; sin embargo, nunca volvimos a ver a Ricardo.
Veinte años después, aún hablo con Fabiana, Joel y Ramón sobre lo que pasó aquella noche, pero ellos insisten en que es mejor olvidar lo ocurrido. Si no fuera sido por nosotros y nuestra insistencia, nuestros padres no hubieran vendido la casa. No queríamos jugar, dormir o estar en aquel lugar. Extrañábamos a Ricardo. Odiábamos quedarnos solos. Teníamos miedo de que la luz se fuera de noche. Por esta razón, adoptamos la costumbre de tener velas, lámparas recargables o plantas eléctricas en nuestros hogares para estar preparados. No obstante, cuando mis hijos quieren ir al baño o a dormir, a pesar de estar casi todo iluminado, le pido a mi mujer que los acompañe, o los acompaño yo, por temor a escuchar salir de mi boca las mismas palabras que pronunciaba el abuelo.
Esta es mi participación para el Hispaliterario 6.
Me gustaría invitar a @nafonticer a formar parte de esta actividad.
Las imágenes utilizadas son de David Monje, Dylan Hunter, Joshua Rodriguez y Dima Pechurin, fotógrafos de Unsplash.com
Si te ha gustado la historia házmelo saber en los comentarios.
When we were children, my siblings and I listened to the stories grandfather told us every night when the power went out. We would gather in the yard, on the wicker chairs, under the moonlight, far from the darkness that inhabited the house. Some stories were scary and others adventurous, but we never believed they were real.
One night there was a power outage and we went out to the patio, as if it was part of an unspoken agreement. We pulled out the chairs and sat down, waiting for grandfather to speak. Then Ricardo, the third of us, felt like going to the bathroom and nervously and frightened asked our mother to go with him.
—So big and so cowardly —exclaimed Grandpa— Go alone and leave your mother alone.
—But... it's very dark, grandfather —said Ricardo.
—What about that?
None of us said anything, even Mom stood still, waiting to see how Ricardo would react. Finally, she gave in to the pressure and went to the bathroom. The shadows in the house, caused by the few candles in the living room and kitchen, danced as Ricardo walked unsteadily through them.
—Watch out for Puche! —Grandfather shouted, and burst out laughing.
—Who is Puche, grandfather? —asked Fabiana, the second of us and the only female.
—It's a monster that eats children.
After that night we listened to the warning when there was no light and we wanted to go to the bathroom, to sleep, or simply to the kitchen. "Beware of Puche", Grandpa would say, now with seriousness, as if by revealing to us the existence of that being, his conscience forced him to keep us on our toes.
Two years later, Grandpa died of cancer. After his death, we would sit on the patio at night watching the stars, remembering the moments with him, convincing ourselves that maybe he was up there in heaven with grandma. As an inheritance he left us the house he had so painstakingly bought, rebuilt and maintained for years. It was a colonial house, huge as a mansion, full of corridors, rooms and bathrooms as if it had been built for a battalion.
Three years later most of us were attending high school, except for Joel and Ramon, who were the youngest and still in school. We had changed so much that only the house reminded us of how we once were. Now when the lights went out at night, we played hide and seek.
One night the power went out, our parents went to bed early because they were tired and I told my brothers to play. The only one who protested was Ricardo, who by that time was twelve years old.
—No boy, I don't want to play that game with this dark. Last time I couldn't see anything and I spent about half an hour looking for them.
—You're a coward, kid —said Joel.
—Aren't you ashamed, Ricardo, that your younger brother calls you that? —asked Fabiana.
—And don't you feel sorry that your face is so ugly? —Ricardo replied.
—Shut up —I exclaimed— Are we going to play or not?
—I do want to play —said Ramón.
—And me —added Joel.
—The only chicken here is Ricardo —commented Fabiana.
—Are you going to play, kid? —I asked him—. It's not mandatory.
Ricardo made a gesture of annoyance and resignation, before giving in to the pressure.
—Well, that's fine. But remember what grandpa used to say...
—Watch out for Puche! —we exclaimed mockingly in unison, and then burst out laughing.
It was around ten o'clock at night. We were in the month of May, but the rains had not yet fallen. The sky was clear, painted with stars. We blew out the candles before we started and gathered in the courtyard.
—I'll count first —said Ricardo, to show he was not afraid.
He stood under the guava bush near the porch, began to count and we ran off to hide inside the house.
In my eagerness not to be found, I entered my grandfather's room, which no one had occupied since his death, and which my brothers, especially Ricardo, feared and respected. The door creaked when I opened it. The smell of dust and old things penetrated my nose. I covered my nose with my flannel to keep from sneezing. The room was completely dark. I closed the door behind me, careful not to make noise, and stood in the middle of the room, waiting for my eyesight to adjust to the darkness.
After a while I made out the shape of the bed to my left, the window in front of it, the night table, the closet, the empty basket in the corner, the hats hanging on the coat rack on one of the walls, my reflection that could be mistaken for a shadow in the mirror of grandma's hairdresser. I closed my eyes so as not to think of anything frightening. The idea of hiding there was beginning to disgust me.
I was about to leave to hide somewhere else, but I heard Ricardo's footsteps. In the midst of that stillness and silence, the sound of his footsteps was loud and clear. He walked slowly, attentive to every corner of the house, looking for the boys. From time to time he would bump into some object, making a tremendous noise, and I condemned his clumsiness because he could wake up our parents and the game would be over.
I listened as he approached the adjoining rooms and opened the doors. I cursed my bad luck and his sudden bravery. I hid under the bed, again resisting the urge to sneeze, and continued to listen for sounds in the hallway. Ricardo was shuffling his feet a bit, as if he was having trouble walking. I knew it when he reached the door to Grandpa's room. He stood there, on the other side, as if hesitating whether to open the door or not.
When the door opened, a huge figure, resembling an eight-foot man, stood on the other side. From the position of the bed I could see him. He dropped something on the floor, as if it were a sack of potatoes, crouched down and entered the room. His body was thin and hairy. His long, skeleton-like arms hung from side to side as he turned and sniffed the air. Its eyes were red, as if the flames of hell were glowing through them. I covered my mouth with both hands to keep from screaming.
There was no doubt about it. That cursed thing that sniffed around grandfather's room looking for prey was Puche. Or maybe that beast had no name; but it existed and had come looking for us. His breathing, ignored by me until that moment, was accelerated, as if he was impatient. He walked rather awkwardly towards the bed and his bony feet were just a few feet from my face. He could feel me, he knew I was there and he wanted to take me with him.
I remembered that most animals smell fear and I thought that if I closed my eyes and calmed down he would stop looking for me. I don't know how long I stayed like that, with my eyes closed, denying the existence of that being, looking for inner calm.
When I heard him walk away, I opened my eyes and saw him bending down again to leave the room. He picked up what he had left on the floor before he came in and slowly left. I prayed a thousand times for the light to come. I did not dare to come out of my hiding place. The door to the room had been left open and the noises from the house came in more clearly.
After a while the light came on and I heard my brothers moving around the house. Their voices were desperate and confused. Then I heard our parents join the conversation and ask my brothers to speak one at a time. I left my hiding place and went out into the hallway. Everyone was gathered in the living room. Fabiana was crying and trembling with fear because she had seen it too. Joel and Ramon were pale. Our parents looked confused and asked what had happened while they slept.
After a while, the light came and I heard my brothers moving around the house. Their voices were desperate and confused. Then I heard our parents join the conversation and ask my brothers to speak one at a time. I left my hiding place and went out into the hallway. Everyone was gathered in the living room. Fabiana was crying and trembling with fear because she had seen it too. Joel and Ramon were pale. Our parents looked confused and asked what had happened while they slept.
—Where is Ricardo? —I asked when I got to the living room and didn't see him.
We searched all over the house, but Ricardo had disappeared without a trace. Our parents, as expected, did not believe our version of events, called the police and they took charge of a case that looked like kidnapping; however, we never saw Ricardo again.
Twenty years later, I still talk to Fabiana, Joel and Ramon about what happened that night, but they insist that it is better to forget what happened. If it were not for us and our insistence, our parents would not have sold the house. We didn't want to play, sleep or be in that place. We missed Ricardo. We hated being alone. We were afraid the light would go out at night. For this reason, we adopted the habit of having candles, rechargeable lamps or electric plants in our homes to be prepared. However, when my children want to go to the bathroom or to sleep, despite the fact that almost everything is illuminated, I ask my wife to accompany them, or I accompany them myself, for fear of hearing the same words that grandfather used to say come out of my mouth.
This is my participation for the Hispaliterario 6.
I would like to invite @nafonticer to be part of this activity.
Images used are by David Monje, Dylan Hunter, Joshua Rodriguez and Dima Pechurin, photographers from Unsplash.com
If you liked the story let me know in the comments below.
https://twitter.com/juniorgomezp/status/1553177373931102208
https://twitter.com/celf_magazine/status/1555376271072403459
The rewards earned on this comment will go directly to the people( @juniorgomez, @celf.magazine ) sharing the post on Twitter as long as they are registered with @poshtoken. Sign up at https://hiveposh.com.
Saludos @juniorgomez
Es un relato que nos transporta a la infancia de inmediato, los juegos y las aventuras nocturnas, los retos pueriles y los incontables miedos. Pudo suceder en cualquier casa de cualquier pueblo de estas tierras.
Muchas gracias por la valoración y el apoyo. Saludos.
You have a great imagination!!!!
You have created a story that would scare even the bravest child.
Even I was scared. 😁❤️ They should add this, like an episode in Are You Afraid of the Dark or Goosebumps. You gave me chills!!!
Great! Glad to hear the story is scary. Thanks so much for reading and commenting. Regards!
No soy amante de las historias de terror o suspenso, está me mantuvo con la piel de gallina hasta el final, a pesar de que la leí de día y con compañía, me dió mucho miedo pero también la disfruté. Me gustó mucho lo sencilla que es tu forma de escribir. Espero poder leer más historias como esta.
¡Vaya! Me alegra que la hayas disfrutado, a pesar de lo que me cuentas. Gracias por leer y comentar. Saludos.
¡Hola, @juniorgomez!
Tengo que confesar que adoré la historia. Me encanta la narrativa del relato que no da pie a la tranquilidad del lector, sino que con cada oración aumenta la tensión y el terror. Muchas veces los adultos cuando los niños están pequeños suelen asustarlos con cosas como "Puche", y aunque parezca divertido me parece un poco cruel de su parte traumar de esa manera a los niños 😥 Pero aunque el final de Ricardo me lo esperé, no pude evitar la tristeza y al mismo tiempo la emoción (por lo de que la leyenda se volviese realidad) al llegar a ese punto.
Me gustan mucho éste tipo de historias y con ésta en específico disfruté mucho 🤩 ¡Gracias por compartir y también por la invitación! Espero te vaya muy bien, ¡nos leemos luego!
Hola, @nafonticer.
Qué fino que te haya gustado la historia. Tienes razón, es cruel asustar a los niños con historias de terror; a esa edad la imaginación no tiene límites.
Muchas gracias por pasar, leer y comentar. Lo aprecio.
Qué estés bien. Espero leerte pronto.
Saludos.
Excelente.
Me acordé de mis tiempos de juventud en el hato de mis abuelos.
Y no, no nos pasó algo sí, pero...
Felicitaciones.
Quedé con la intriga...
Gracias por pasar, leer y comentar.
Saludos.
Con una carga de folclor literario, este relato atrapa por la forma en que manejas el misterio que va se va condensando hasta que aparece, finalmente el monstruo; un relato propio de nuestras culturas latinoamericanas y que celebramos que hayas compartido con nosotros.
Me alegra que el relato pueda ser considerado de esa manera. Cuando lo escribí pensaba en leyendas venezolanas como El Silbón o La Sayona; aunque estas no son de monstruos precisamente. Gracias por la valoración. Saludos.