Se acaba de abrir en España la celebración del centenario del nacimiento del poeta José Hierro –3 de abril de 1922–, como lo ha hecho y seguirá haciendo por este año la Fundación Cultural española que lleva su nombre (@fcpjosehierro). Hierro obtuvo varios premios distinguidos como el Premio Príncipe de Asturias de Literatura, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Premio Cervantes, entre otros.

José Hierro es uno de los poetas de mayor relevancia de la llamada “generación de postguerra”, es decir, de aquella que produce su obra en los años posteriores a la finalización de la llamada “Guerra Civil Española” (1936-1939). Fue autor de una poesía tocada por el prosaísmo, ya iniciado por otros poetas españoles anteriores, pero al que él le da una prestancia particular. Una poesía que puede pasar de la iluminación (como en el poema que reproduciré), la gravedad del desaliento (no era para menos por lo que se vivía en España) y la reflexión.

Cuando fui profesor de Literatura Española contemporánea, dediqué tiempo a tratar esa generación, que tiene a poetas muy importantes como Gabriel Celaya, José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, de los que más me interesan.

Entre los poemas de Hierro que solía trabajar con mis estudiantes estaban “Para un esteta” y “Teoría”, pues son poemas autorreflexivos, o sea, que hablan sobre su concepción de la poesía y el arte. Pero siendo poemas un poco extensos, reproduciré uno más breve, que también me gusta mucho y es un bello poema, de uno de sus primeros libros: Alegría, de 1947.

Alucinación

Amanece. Descalzo he salido a pisar los caminos,
a sentir en la carne desnuda la escarcha.
¡Tanta luz, tanta vida, tan verde cantar de la hierba!
¡Tan feliz creación elevada a la cima más alta!
Siento el tiempo pasar y perderse y tan sólo por fuera de mí se detiene.
Y parece que está el universo encantado, tocado de gracia.
¡Tanta luz, tanta vida, tan frágil silencio!
¡Tantas cosas eternas que mellan al tiempo su trágica espada!
¡Tanta luz, tan abiertos caminos!
¡Tanta vida que evita los siglos y ordena en el día su magia!
Si la flor, si la piedra, si el árbol, si el pájaro;
si su olor, su dureza, su verde jadeo, su vuelo entre el cielo y la rama.
Si todos me deben su vida, si a costa de mí, de mi muerte es posible su vida,
a costa de mí, de mi muerte diaria...

¡Tanta luz, tan remoto latir de la hierba...!
(Descalzo he salido a sentir en la carne desnuda la escarcha).
¡Tanta luz, tan oscura pregunta!
¡Tan oscura y difícil palabra!
¡Tan confuso y difícil buscar, pretender comprender y aceptar,
y parar lo que nunca se para.

Se trata de un poema de una belleza sensorial y espiritual muy resaltante, configurado por imágenes sensoriales de una elocuencia insoslayable. La experiencia del amanecer y del sentir la vida de la naturaleza en esa época, que se realza como el testimonio del misterio que puede estar contenido, por ejemplo, en el “verde cantar de la hierba”, se confronta con la “oscura y difícil palabra”, con la limitación para “comprender y aceptar”, actitudes a las que los humanos accedemos a duras penas.

Creo que este poema tiene una cierta influencia de la iluminadora poesía de Jorge Guillén, poeta de la generación que lo precedió, la “Generación del 27”, en poemas como “Mientras el aire es nuestro” o “Más allá”.

¡Celebremos al gran poeta que fue (es) José Hierro!

A una selección de poemas de José Hierro pueden acceder por estos enlaces 1 y 2.

Gracias por su lectura.