El 24 de junio tiene asociada muchas fechas y motivos resaltantes, aparte de la celebración sagrada o profana de San Juan. Entre ellas, la muerte de Carlos Gardel, ocurrida en 1935, figura idolatrada en la cultura popular y masiva, y en la afectividad de muchos, como el máximo representante del tango. En esta microficción imagino a Gardel en la antesala de su muerte.

Se acostó tarde esa noche. En el sueño se veía mirando por la ventana del avión para tratar de contemplar el azul del cielo, pero una nube espesa lo cubría todo. Le vino, entonces, como un relámpago aquel terrible fogonazo a su cuerpo después de la placentera celebración de su cumpleaños en aquel salón de baile. ¡Ah, cuántas farras de mi Buenos Aires querido! Mas no era ese su momento fatal. No era “Mi noche triste”, pensó.

Entre los ramalazos de la noche y el recuerdo, se reconoció en las calles del arrabal en el que se formó, compartiendo en aquellas vecindades humildes de inmigrantes, y a su madre planchando ropa para sobrevivir. Y las milongas que recorrían el aire de aquellas casas y corazones. Es que mi vida fue un tango desde muy temprano, le vino esa frase a su discurrir entrecortado.

Llevaba el arrabal en mi sangre, se dijo. Nunca lo olvidó, y volvió a él aunque solo fuera para llorarlo en su reaparecido corazón de niño. “Volver con la frente marchita”… “Es un soplo la vida”…, había cantado tantas veces.

Ahora, en este “cambalache” que es la vida, querido Discépolo. Mucha fama, lujos, placeres de alta sociedad, estrellas que no del cielo, fatuidades… recuerdo, con “aquellas luces a lo lejos”, a la vida de aquel ensueño que sigue suspirando en mí. Respiró profundamente y se durmió. El viaje de mañana sería largo.