Al profesor y poeta Eduardo Gasca, in memoriam
Inevitable volver la vista atrás. No comparto el criterio de los que desdeñan el pasado, y dicen vivir en un presente permanente, lo que creo que es una gran mentira. Estamos habitados por nuestro(s) pasado(s), y es perfectamente legítimo revivirlo(s), sin que ello signifique quedarse atrapado en él (ellos).
Esto viene a cuento porque ayer —14 de noviembre— falleció alguien a quien aprecié mucho. Fue una de las personas que influyeron decididamente en mi formación, literaria, sí, pero también de vida. Me refiero al profesor, poeta, narrador y traductor Eduardo Gasca.
Conté con la oportunidad de tenerlo como profesor en varias asignaturas obligatorias o electivas en la carrera que cursé, Educación mención Castellano y Literatura, en el Núcleo de Sucre (Cumaná) de la Universidad de Oriente. Pero antes de estudiar esa carrera, pues esta no existía, y yo no era estudiante regular de la universidad, fui alumno oyente de Literatura Universal Contemporánea (él me lo permitió). Eso ha debido ser hacia finales de los años 70 y comienzos de los 80. Yo era ya un lector empedernido de literatura (e incluso había pergeñado algunos escritos), pero esta experiencia fue algo así como "la novela de formación" de mi ingreso a la literatura. Fue el camino para entrar, llevado por ese agudo e irónico virgilio, por las obras de Kafka, Faulkner, Hemingway, Proust, entre otros grandes.
En sus clases de la carrera disfruté de la apertura amplia y crítica (a veces suspicaz) al mundo de la teoría literaria, especialmente la narratología. Pero uno de los momentos más importantes en mi formación fue cuando, en una asignatura electiva dictada por él, se me abrió la fascinante obra poética de T. S. Eliot, en especial La tierra baldía y Cuatro cuartetos. El acercamiento a estos complejos libros cambia –en mí lo hizo– la concepción de la poesía. Y eso es uno de los enormes favores que le debo a Eduardo Gasca.
También le debo —junto con la profesora Haydée Párima— un modo de asumir el tratamiento de la literatura que ponía, en primer lugar, la duda, la ambigüedad, con una inteligente pasión. Y eso asimismo se encarnaba en una actitud como educador: nunca dogmático, cerrado, más bien abierto y dubitativo. Lo leí tanto como ensayista, poeta y narrador, pero no fue esa la veta de su aporte que me tocó verdaderamente (quizás escriba algo sobre su poesía, pero mi amigo, el poeta Celso Medina, lo ha hecho con suma agudeza).
Con Eduardo —y me permito el tuteo, pues así lo fue en vida— compartí vivencias inenarrables de lo que es la "amistad literaria" en medio de la celebración modesta, pero en esa fiesta del espíritu que nos arroba, como dice Serrat, "rondando por sórdidos arrabales / donde bajan los dioses sin ser vistos".
Hoy recuerdo a Eduardo, a quien vi muy pocas veces luego de que se fue a vivir a Margarita, pero conservé (conservo) en mi profundo afecto, más allá de las diferencias políticas e ideológicas que nos distanciaron en los últimos 25 años. Para honrarlo he querido "revivir" un poema que le dedicara en mi primer poemario, Breviario de sombras, que titulé "Tiresias", el personaje mítico ya conocido, pero que redescubrí con el acercamiento a Eliot, gracias a su curso. Hoy releí ese poema, y aunque quizás tenga poca afinidad con el espíritu irónico y lúdico de Eduardo, siendo más bien de carácter grave, lo sentí como un augurio.
Tiresias
He presenciado todos los delirios del tiempo
y soñado todos los sueños
–dijo el hombre de la mirada desorbitada–
Dio un paso hacia la sombra
y cerró los párpados
Entonces comenzó en mí la noche y el desvelo.
(a Eduardo Gasca)
¡Salud, poeta!
En este enlace puede acceder a diferentes textos de o acerca de la obra de Eduardo Gasca.
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