Sapo y Rana, Rana y Sapo jugaban cerca de un charco; Sapo saltaba en la orilla, Rana saltaba en el agua. Un alacrán que miraba le dio por pensar en alto: «qué tal si a estos dos chiquillos les hago una de malillo»
     ─¡Eh!, Sapo, ¿cómo es que tú, con tan portentoso porte no saltas más que la rana? Apuesto a que si te reta de un solo brinco te gana.
     ─¿Me gana? ¡ja! aunque mis patas sean cortas me rinde mucho el andar y a cualquiera que me rete enseguida dejo atrás.
     Alacrán gritó, luego a la Rana, procurando que el vanidoso sapo escuchara:
     ─Oíste, Rana, lo que Sapo dijo; que en caso de competencia, saltando dejaría atrás a ranas y saltamontes y aseguro que escuché que también gana al canguro.
     ─Que Sapo tan lengua larga ¬─comentó normal la Rana.
     Y volvió a la carga el Alacrán con su labia:
     ─Les propongo que compitan y al ganador, como premio, lo nombraré “Rey del Salto” y todos los de mi especie se rendirán ante el rey y jamás le clavaremos el aguijón y seremos sus esclavos hasta que el mundo se acabe.
     ─¡Yo encantado! ─dijo Sapo─. Y para mañana es tarde, empecemos de una vez, pues quiero tener esclavos.
     ─¿Qué apuros tienes, Sapito? ─habló la Rana, calmada─ recuerda que el Alacrán es traicionero y malvado, ¿qué tal que después del reto no quiera ser nuestro esclavo?
     ─Doy mi palabra a los dos y si acaso estoy mintiendo entre los dos me han de quitar lo malo a fuerza de puro palo.
     Y habiendo pensado bien la rana aceptó la apuesta:
     ─Y eso sí ─le dijo a Sapo─, saltaremos limpiamente hasta llegar a la meta y el triunfo que logre uno el otro se lo respeta.

     Sapo y Rana, Rana y Sapo esperaron poco rato mientras Alacrán marcaba por donde serían los saltos. Rana miraba a Alacrán por si acaso alguna trampa; Sapo, que quería ganar, arrimó disimulado un bejuco hasta los pies y se lo amarró a la Rana sin que ella lo notara.
     Cuando Alacrán explicó las vueltas que debían dar, de inmediato dio señal de que podían arrancar. Sapo y Rana, Rana y Sapo saltan alto, largo y fuerte; pero de pronto la Rana, que se encontraba en la altura, es regresada hasta el suelo y cae cual fruta madura. Sapo no mira hacia atrás porque sabe que la Rana, molesta tiembla de rabia, se apura para ganar porque sueña con lo alto, ser de todo el universo el único “Rey del Salto”
     Rana se quedó en el sitio con la panza adolorida, con las piernas medio rotas y con la cara partida. El Sapo llegó a la meta luciendo un hermoso salto y enseguida, al Alacrán, le sentenció con voz firme:
     ─Cumpla usted con la promesa y nómbreme “Rey del Salto”
     ─¡Pues Sapo!, ¡claro que sí! ─dijo Alacrán de inmediato─; vayamos hasta mi cueva donde tengo la corona bonita porque está nueva.
     Le pidió que se agachara para subir a su lomo y Sapo, pensando en su nuevo trono, lo dejó que se montara; y fue subir y meter el aguijón hasta el fondo y enseguida el tonto Sapo siente el veneno en lo hondo.
     ─¿Por qué lo hiciste, Alacrán? Rompiste tu juramento.
     ─No, te he enterrado el aguijón antes de nombrarte rey; porque es que sería muy triste ser esclavo; y de un tramposo, peor porque no habría ley.

     El Sapo cerró los ojos; se fue a brincar a otro mundo. La Rana quedó tendida, pero salva y pensativa. Y el Alacrán nuevamente se fue a posar a otra orilla, a ver si encontraba a quien destrozarle la tortilla.