Mi abuela siempre hizo las mejores tortas del mundo, con amor, con cariño y siempre dándole ese sabor tan familiar y hogareño. Nos sentábamos en nuestras fechas especiales, como cumpleaños, graduaciones o simplemente un día completamente común donde solo nos provocaba comernos un buen pedazo de torta con cafecito.

Un día en mi cumpleaños estaba muy triste, en ese momento estábamos un poco apretados económicamente ya que teníamos muchos gastos, mi mama me dijo que ese cumpleaños no podría tener mi tortita, pero que para el próximo sí. A pesar de estar triste, yo le dije a mi mama que no se preocupara, que todo estaba bien ya que sabía que el dinero era para hacerle exámenes médicos a mi abuela, yo solo agradecí porque cada uno de ellos estuvieran presentes y que en los próximos también.

Me fui para el liceo ya que tenía clases en la tarde y me concentre en prestar atención en clases y hacer todos mis deberes escolares, los profesores y mis compañeros me cantaron cumpleaños y me puse muy feliz, pero esa felicidad no se comparó con la que tuve al llegar a mi casa y encontrarme a todos mis familiares en la mesa y mi abuela colocando el número de mi edad encima de la torta, me vio y me sonrió y me dio un beso, un abrazo y me dio la bendición, mi mama me dio un beso y cada uno de mis familiares lo hizo.

Yo le pregunte a mi mama que porque habían gastado el dinero de mi abuela, y ella me respondió que eso lo llevaban ahorrando desde diciembre para poder tener mi tortita.

Fue un día muy especial para mí, ese año cumplí 13 añitos y ahora teniendo 21 lo recuerdo con amor y felicidad y agradezco y honro enormemente a la familia tan maravillosa que el universo me pudo dar.