Ya dentro veía la tristeza de su abuela, quien recogía las ollas dejadas en el suelo para recoger el agua de las goteras, la veía con preocupación observar al cielo afuera y ver el techo con preocupación, cerrando la puerta del único baño, al mismo tiempo que volvía a lamentar tener ropa tendida dentro de la casa, en cuerdas de alambre dulce que atravesaban el ambiente compartido por ellos dos, dividido solo por cortinas, recordaba como en las ocasiones en que la lluvia caía toda la noche el sonido del techo de zinc lo había dormir muy tranquilo, era el mismo sonido del pollo frito, ese que solo comía en ocasiones cuando su mamá enviaba dinero desde la capital, ahora en el rostro del Roberto adulto se observaba una sonrisa, pero era frenada cuando volvía recordar a su abuela rezando el rosario y con una vela prendida en un rincón, pidiendo en sus oraciones que la lluvia, cesara.