Relato: Milagrosos vientos de navidad [Esp-Eng]
Hoy les comparto un texto literario de mi autoría,
espero los deleite, inspire y fidelice a mi arte.
Today I share with you a literary text of my authorship,
I hope it will delight you, inspire you and make you loyal to my art.
-Español/Spanish-
-Español/Spanish-
Milagrosos vientos de navidad
Estaba segura de que no lo vería de nuevo, de que su brillante mirada que había iluminado mi vida al llegar se había desvanecido. Mi angustioso corazón no podía soportar su perdida y mi cordura pendía de un hilo. Aquella noche los vientos soplaron fuertes, pero el clima se imponía más allá de una simple ventisca. Venía un gigante que amenazaría nuestra felicidad.
El día había transcurrido tranquilo, agotador por las tareas que implica tener un hogar, pero tranquilo. Mi esposo Diego había cumplido un par de horas de haber llegado de su trabajo. Y yo desde casa podía trabajar de modo online. Estos meses representaban un nuevo escalón, uno que habíamos visto venir pero experimentarlo era completamente diferente. Con nuestra pequeña hija Camila, de tan solo un año, un cuarto miembro se había sumado a la familia. A pesar de haber usado métodos anticonceptivos luego de tener a nuestra amada niña, algo había fallado y volví a quedar en estado. No había sido nuestra intención, pero no podíamos rechazar la vida que habíamos traído al mundo.
Mi preocupación incrementaba. Nos habíamos mudado en cuanto Camila nació, pero los precios de la renta subieron súbitamente, la inflación nos devoraba, a nuestra familia y al resto del país. Desistimos de la vivienda que habíamos elegido, el dinero no alcanzaba y fue así que comenzaron las viviendas temporales. Diego ya tenía tres empleos y yo casi no tenía ni un minuto libre entre cuidar de Camila y mis empleos en línea. Para cuando la temporada más pesada menguó y Diego obtuvo un ascenso en uno de sus empleos, logramos sentir que ya no nos asfixiaríamos. Ayudó mucho que en ningún momento la tomamos en contra del otro, sabíamos perfectamente que cuando eso pasara, la poca armonía y amor a la que nos habíamos aferrado desaparecería. Pero siempre existió una sonrisa tras el cansancio, palabras de aliento y apoyo, ante todo éramos buenos amigos, éramos un buen equipo.
Unos cuantos meses más tarde, en una tarde de Mayo y tras avisarnos que nos desalojarían de la vivienda que ocupábamos, porque el dueño necesitaba vender con urgencia, las náuseas se hicieron presentes. Esa fue la única señal. Lo había ignorado por acarrearlo al estrés, pero pronto todo empezó a ser visible en el momento menos propicio. Los alquileres estaban por el cielo y lo único propio que podíamos adquirir como nuestro y con mucho esfuerzo era un tráiler nuevo. Los sueños comenzaron a sonar a papel arrugándose. Así que estábamos tan ocupados intentando sobrevivir y llevar comida a casa, que para cuando me desmaye no sabíamos lo que se nos venía encima.
El doctor dijo que ya tenía seis meses de embarazo y detenerlo ya no era posible. Era complicado y yo solo quería llorar, pero Diego aceptó lo que estaba sucediendo y me calmó diciendo que todo mejoraría. Los meses pasaron y luego de saber la noticia mi barriga de embarazada, que se había mantenido casi incógnita, explotó con un gran crecimiento. Había sido como un secreto del universo que para cuando se supo ya todo podía estar al descubierto. Había escuchado que eso a veces sucedía, pero no lo había comprobado hasta ese momento.
En Agosto nació Samuel, mi hermoso niño. Mi esposo había tenido razón, todo mejoraría y aunque aún no teníamos una casa propia, darlo a luz sin problemas ya era una bendición. La familia de ambos estaban fuera del país, habían emigrado a otros países en busca de una mejor vida y mejores posibilidades. El conocernos había sido una casualidad en uno de nuestros empleos temporales. El punto era que no teníamos quien nos ayudara, estábamos solos. Pero con gran sorpresa habíamos aguantado logrando rendir entre cuidar de ambos niños y atender a nuestros empleos. Estábamos agotados, era un hecho, pero nada como ver sus rostros hermosos cuando dormían o jugaban.
Había llegado Diciembre y Samuel ya tenía cuatro meses. Había aceptado con tranquilidad lo que se nos pusiera enfrente y todo había fluido muy bien. A pesar del cansancio, habíamos logrado reunir lo suficiente como para pagar la inicial de una casa, era un esfuerzo monumental pero lo estábamos logrando. Hasta que el sábado 16 de diciembre algo terrible tocó tierra, arrastrando no solo nuestros sueños y esperanzas, también a nuestro bebé.
Un tornado había entrado en nuestras vidas, metafórica y literalmente. Estando todos dentro del tráiler, nos aferramos entre nosotros e intentamos sujetarnos a cualquier estructura, pero no fue efectivo para todos. El techo del tráiler fue arrancado sin piedad y nuestros gritos se los devoraba el viento en espiral. El pánico se apoderó tanto de nosotros que temblaba aun agarrando a a camilla, mientras que Diego sujetaba cuanto podía el moisés donde había estado durmiendo nuestro hijo. Resistimos segundos que parecieron horas y minutos que parecieron años. Todo a nuestro alrededor volaba, madera, metal, plástico y… la fuerza no había sido suficiente.
Diego salió volando con el resto de las cosas, abrazando el moisés donde se resguardaba Samuel, grito con desesperación, horror y furia. Quisiera decir que lo vi todo en cámara lenta, pero solo fue un fragmento, esa diminuta escena en la que creí que no los vería de nuevo. Abracé a Camilla con todas las fuerzas que me quedaban y al poco tiempo el tornado se había ido, pero mi corazón había comenzado a sonar a vidrios rotos y un nudo en mi garganta oprimía mi respiración.
La ayuda llegó tiempo después, pero tras asegurarme de que mi niña estaba bien, caminé sobre los escombros para encontrar a las dos cuartas partes que le hacían falta a mi corazón. Caminé, corrí, grité, pero no obtuve respuesta al inició, hasta que a lo lejos un residente de la zona gritó cerca de un árbol caído. Me acerqué mientras que el latido de mi corazón incrementaba al igual que mi opresión en el pecho. Las lágrimas se me escaparon, no podía creerlo y caí de rodillas. Ambos estaban a salvo, Diego tenía una fractura en su pie izquierdo, y a algunos metros en el árbol caído, estaba Samuel, vivo. Ambos estaban vivos. Yo había temido lo peor y es que las esperanzas eran muy pocas, pero allí estaban. Yo solo podía llorar y dar gracias, era lo único que podía articular.
Estábamos vivos, estábamos bien, debíamos estar agradecidos y lo estábamos. Pero eso no ocultaba el hecho de que lo habíamos perdido todo, ni siquiera teníamos donde dormir. La mayoría de las personas en la zona nos conocían por todos nuestros empleos temporales, así que un comentario llegó a oídos de alguien con una voz poderosa y algo sucedió. Dormimos cinco días en un refugio, no teníamos a donde ir. Nuestros papeles habían salido volando, al igual que nuestras pertenencias. A pesar de que las personas dicen a menudo que “lo material se recuperaba”, hacerlo costaba mucho y en la mayoría de los casos no se lograba. No es que fuera materialista, pero estaba consciente de que eran cosas importantes que veía casi imposible recuperar.
El veintiuno de diciembre un grupo de personas de la pequeña ciudad, esos que nos conocían y que les costaba que éramos buenos trabajadores y casi perdemos la vida por el tornado, se acercaron a nosotros en el refugio. Llevaban un sombre en la mano y al poco tiempo llegó una camioneta negra con vidrios polarizados. Nos entregaron el sobre con una sonrisa y al abrirlo, mi corazón comenzó a sonar distinto.
La comunidad había solicitado una ayuda humanitaria para nosotros al alcalde y tras las cientos de firmas que se habían recolectado, acompañada de la insólita noticia del niño de cuatro meses que había sido encontrado vivo en un árbol tras el paso de un tornado, nos concedieron esperanza. Una pequeña casa con cimientos fuertes, había sido donada a nosotros, estaba a nuestro nombre. Y cada una de las personas donaron además algunos insumos para los niños y para nosotros. No sabía cómo reaccionar, casi habíamos muerto y ahora la ayuda que recibíamos me conmovía al borde de las lágrimas.
Nunca había creído demasiado en el espíritu navideño, tal vez solo era coincidencia que sucediera en esta época, pero era veinticinco de diciembre y estaba con mis hijos y mi esposo en una casa que siempre habíamos soñado con tener. No todo sería entregado en bandeja de plata, había mucho trabajo por delante, pero estábamos vivos y ya eso era un milagro. Mi pequeño hijo que había salido volando y que creí que solo volvería a ver en sueños como la aparición de un ángel, estaba entre mis brazos vestido con un adorable traje de navidad. No era de creer en milagros y tal vez esto no era uno, pero estaba agradecida. Agradecida con quienes nos ayudaron y agradecida con la fuerza bendita que mantuvo viva a mi familia.
Era una navidad que para bien o para mal, jamás olvidaría.
El día había transcurrido tranquilo, agotador por las tareas que implica tener un hogar, pero tranquilo. Mi esposo Diego había cumplido un par de horas de haber llegado de su trabajo. Y yo desde casa podía trabajar de modo online. Estos meses representaban un nuevo escalón, uno que habíamos visto venir pero experimentarlo era completamente diferente. Con nuestra pequeña hija Camila, de tan solo un año, un cuarto miembro se había sumado a la familia. A pesar de haber usado métodos anticonceptivos luego de tener a nuestra amada niña, algo había fallado y volví a quedar en estado. No había sido nuestra intención, pero no podíamos rechazar la vida que habíamos traído al mundo.
Mi preocupación incrementaba. Nos habíamos mudado en cuanto Camila nació, pero los precios de la renta subieron súbitamente, la inflación nos devoraba, a nuestra familia y al resto del país. Desistimos de la vivienda que habíamos elegido, el dinero no alcanzaba y fue así que comenzaron las viviendas temporales. Diego ya tenía tres empleos y yo casi no tenía ni un minuto libre entre cuidar de Camila y mis empleos en línea. Para cuando la temporada más pesada menguó y Diego obtuvo un ascenso en uno de sus empleos, logramos sentir que ya no nos asfixiaríamos. Ayudó mucho que en ningún momento la tomamos en contra del otro, sabíamos perfectamente que cuando eso pasara, la poca armonía y amor a la que nos habíamos aferrado desaparecería. Pero siempre existió una sonrisa tras el cansancio, palabras de aliento y apoyo, ante todo éramos buenos amigos, éramos un buen equipo.
Unos cuantos meses más tarde, en una tarde de Mayo y tras avisarnos que nos desalojarían de la vivienda que ocupábamos, porque el dueño necesitaba vender con urgencia, las náuseas se hicieron presentes. Esa fue la única señal. Lo había ignorado por acarrearlo al estrés, pero pronto todo empezó a ser visible en el momento menos propicio. Los alquileres estaban por el cielo y lo único propio que podíamos adquirir como nuestro y con mucho esfuerzo era un tráiler nuevo. Los sueños comenzaron a sonar a papel arrugándose. Así que estábamos tan ocupados intentando sobrevivir y llevar comida a casa, que para cuando me desmaye no sabíamos lo que se nos venía encima.
El doctor dijo que ya tenía seis meses de embarazo y detenerlo ya no era posible. Era complicado y yo solo quería llorar, pero Diego aceptó lo que estaba sucediendo y me calmó diciendo que todo mejoraría. Los meses pasaron y luego de saber la noticia mi barriga de embarazada, que se había mantenido casi incógnita, explotó con un gran crecimiento. Había sido como un secreto del universo que para cuando se supo ya todo podía estar al descubierto. Había escuchado que eso a veces sucedía, pero no lo había comprobado hasta ese momento.
En Agosto nació Samuel, mi hermoso niño. Mi esposo había tenido razón, todo mejoraría y aunque aún no teníamos una casa propia, darlo a luz sin problemas ya era una bendición. La familia de ambos estaban fuera del país, habían emigrado a otros países en busca de una mejor vida y mejores posibilidades. El conocernos había sido una casualidad en uno de nuestros empleos temporales. El punto era que no teníamos quien nos ayudara, estábamos solos. Pero con gran sorpresa habíamos aguantado logrando rendir entre cuidar de ambos niños y atender a nuestros empleos. Estábamos agotados, era un hecho, pero nada como ver sus rostros hermosos cuando dormían o jugaban.
Había llegado Diciembre y Samuel ya tenía cuatro meses. Había aceptado con tranquilidad lo que se nos pusiera enfrente y todo había fluido muy bien. A pesar del cansancio, habíamos logrado reunir lo suficiente como para pagar la inicial de una casa, era un esfuerzo monumental pero lo estábamos logrando. Hasta que el sábado 16 de diciembre algo terrible tocó tierra, arrastrando no solo nuestros sueños y esperanzas, también a nuestro bebé.
Un tornado había entrado en nuestras vidas, metafórica y literalmente. Estando todos dentro del tráiler, nos aferramos entre nosotros e intentamos sujetarnos a cualquier estructura, pero no fue efectivo para todos. El techo del tráiler fue arrancado sin piedad y nuestros gritos se los devoraba el viento en espiral. El pánico se apoderó tanto de nosotros que temblaba aun agarrando a a camilla, mientras que Diego sujetaba cuanto podía el moisés donde había estado durmiendo nuestro hijo. Resistimos segundos que parecieron horas y minutos que parecieron años. Todo a nuestro alrededor volaba, madera, metal, plástico y… la fuerza no había sido suficiente.
Diego salió volando con el resto de las cosas, abrazando el moisés donde se resguardaba Samuel, grito con desesperación, horror y furia. Quisiera decir que lo vi todo en cámara lenta, pero solo fue un fragmento, esa diminuta escena en la que creí que no los vería de nuevo. Abracé a Camilla con todas las fuerzas que me quedaban y al poco tiempo el tornado se había ido, pero mi corazón había comenzado a sonar a vidrios rotos y un nudo en mi garganta oprimía mi respiración.
La ayuda llegó tiempo después, pero tras asegurarme de que mi niña estaba bien, caminé sobre los escombros para encontrar a las dos cuartas partes que le hacían falta a mi corazón. Caminé, corrí, grité, pero no obtuve respuesta al inició, hasta que a lo lejos un residente de la zona gritó cerca de un árbol caído. Me acerqué mientras que el latido de mi corazón incrementaba al igual que mi opresión en el pecho. Las lágrimas se me escaparon, no podía creerlo y caí de rodillas. Ambos estaban a salvo, Diego tenía una fractura en su pie izquierdo, y a algunos metros en el árbol caído, estaba Samuel, vivo. Ambos estaban vivos. Yo había temido lo peor y es que las esperanzas eran muy pocas, pero allí estaban. Yo solo podía llorar y dar gracias, era lo único que podía articular.
Estábamos vivos, estábamos bien, debíamos estar agradecidos y lo estábamos. Pero eso no ocultaba el hecho de que lo habíamos perdido todo, ni siquiera teníamos donde dormir. La mayoría de las personas en la zona nos conocían por todos nuestros empleos temporales, así que un comentario llegó a oídos de alguien con una voz poderosa y algo sucedió. Dormimos cinco días en un refugio, no teníamos a donde ir. Nuestros papeles habían salido volando, al igual que nuestras pertenencias. A pesar de que las personas dicen a menudo que “lo material se recuperaba”, hacerlo costaba mucho y en la mayoría de los casos no se lograba. No es que fuera materialista, pero estaba consciente de que eran cosas importantes que veía casi imposible recuperar.
El veintiuno de diciembre un grupo de personas de la pequeña ciudad, esos que nos conocían y que les costaba que éramos buenos trabajadores y casi perdemos la vida por el tornado, se acercaron a nosotros en el refugio. Llevaban un sombre en la mano y al poco tiempo llegó una camioneta negra con vidrios polarizados. Nos entregaron el sobre con una sonrisa y al abrirlo, mi corazón comenzó a sonar distinto.
La comunidad había solicitado una ayuda humanitaria para nosotros al alcalde y tras las cientos de firmas que se habían recolectado, acompañada de la insólita noticia del niño de cuatro meses que había sido encontrado vivo en un árbol tras el paso de un tornado, nos concedieron esperanza. Una pequeña casa con cimientos fuertes, había sido donada a nosotros, estaba a nuestro nombre. Y cada una de las personas donaron además algunos insumos para los niños y para nosotros. No sabía cómo reaccionar, casi habíamos muerto y ahora la ayuda que recibíamos me conmovía al borde de las lágrimas.
Nunca había creído demasiado en el espíritu navideño, tal vez solo era coincidencia que sucediera en esta época, pero era veinticinco de diciembre y estaba con mis hijos y mi esposo en una casa que siempre habíamos soñado con tener. No todo sería entregado en bandeja de plata, había mucho trabajo por delante, pero estábamos vivos y ya eso era un milagro. Mi pequeño hijo que había salido volando y que creí que solo volvería a ver en sueños como la aparición de un ángel, estaba entre mis brazos vestido con un adorable traje de navidad. No era de creer en milagros y tal vez esto no era uno, pero estaba agradecida. Agradecida con quienes nos ayudaron y agradecida con la fuerza bendita que mantuvo viva a mi familia.
Era una navidad que para bien o para mal, jamás olvidaría.
-Inglés/English-
-Inglés/English-
Miraculous winds of Christmas
I was sure I would not see him again, that his bright gaze that had lit up my life upon his arrival had faded. My anguished heart could not bear his loss and my sanity hung in the balance. That night the winds blew strong, but the weather was imposing itself beyond a mere blizzard. A giant was coming that would threaten our happiness.
The day had been quiet, tiring because of the chores involved in running a household, but quiet. My husband Diego had been home from work for a couple of hours. And I could work online from home. These months represented a new step, one we had seen coming but experiencing it was completely different. With our little daughter Camila, just one year old, a fourth member had joined the family. Despite having used birth control after having our beloved baby girl, something had gone wrong and I was pregnant again. It had not been our intention, but we could not reject the life we had brought into the world.
My concern was growing. We had moved as soon as Camila was born, but rent prices suddenly went up, inflation was devouring us, our family and the rest of the country. We gave up the house we had chosen, the money was not enough and so the temporary housing began. Diego already had three jobs and I hardly had a minute to spare between taking care of Camila and my online jobs. By the time the heaviest season waned and Diego got a promotion at one of his jobs, we managed to feel that we would no longer be suffocating. It helped a lot that at no time did we ever hold it against each other, we knew perfectly well that when that happened, what little harmony and love we had clung to would disappear. But there was always a smile after the tiredness, words of encouragement and support, above all we were good friends, we were a good team.
A few months later, on a May afternoon and after we were told that we would be evicted from the house we were occupying, because the owner needed to sell urgently, nausea set in. That was the only sign. I had ignored it because of the stress, but soon everything started to become visible at the wrong time. Rents were sky high and the only thing we could acquire as our own with much effort was a new trailer. Dreams began to sound like crumpling paper. So we were so busy trying to survive and bring home food, that by the time I passed out we didn't know what was coming.
The doctor said I was already six months pregnant and stopping it was no longer possible. It was complicated and I just wanted to cry, but Diego accepted what was happening and calmed me down saying that everything would get better. The months passed and after hearing the news my pregnant belly, which had remained almost incognito, exploded with a big growth. It had been like a secret of the universe that by the time it came out everything could be out in the open. I had heard that this sometimes happened, but I had not checked it out until that moment.
In August Samuel, my beautiful baby boy, was born. My husband had been right, everything would get better and although we still didn't have a house of our own, giving birth to him without any problems was already a blessing. Both of our families were out of the country, they had emigrated to other countries in search of a better life and better possibilities. We had met by chance in one of our temporary jobs. The point was that we had no one to help us, we were alone. But to our great surprise, we had managed to make ends meet between taking care of both children and attending to our jobs. We were exhausted, that was a fact, but there was nothing like seeing their beautiful faces when they slept or played.
December had arrived and Samuel was now four months old. He had calmly accepted whatever was put in front of us and everything had flowed very well. Despite the fatigue, we had managed to scrape together enough money to put a down payment on a house, it was a monumental effort but we were getting there. Until Saturday, December 16, when something terrible touched down, sweeping away not only our hopes and dreams, but also our baby.
A tornado had entered our lives, metaphorically and literally. As we were all inside the trailer, we clung to each other and tried to hold on to any structure, but it was ineffective for all of us. The roof of the trailer was mercilessly ripped off and our screams were devoured by the spiraling wind. Panic took hold of us so much that we trembled, still clutching the stretcher, while Diego held on to the bassinet where our son had been sleeping as tightly as he could. We held on for seconds that seemed like hours and minutes that seemed like years. Everything around us was flying, wood, metal, plastic and... the strength had not been enough.
Diego flew out with the rest of the things, hugging the bassinet where Samuel was sheltered, screaming with despair, horror and fury. I would like to say that I saw it all in slow motion, but it was only a fragment, that tiny scene in which I thought I would never see them again. I hugged Camilla with all the strength I had left and before long the tornado was gone, but my heart had begun to sound like broken glass and a lump in my throat constricted my breathing.
Help arrived some time later, but after making sure my little girl was okay, I walked over the debris to find the two quarters that were missing from my heart. I walked, I ran, I shouted, but got no response when I started, until in the distance a resident of the area shouted near a fallen tree. I approached as my heartbeat increased and so did the tightness in my chest. Tears escaped me, I couldn't believe it and fell to my knees. Both were safe, Diego had a fracture in his left foot, and a few meters away in the fallen tree, was Samuel, alive. They were both alive. I had feared the worst and there was very little hope, but there they were. I could only cry and give thanks, it was the only thing I could articulate.
We were alive, we were well, we should be thankful and we were. But that didn't hide the fact that we had lost everything, we didn't even have a place to sleep. Most people in the area knew us from all our temporary jobs, so a comment reached the ears of someone with a powerful voice and something happened. We slept for five days in a shelter, we had nowhere to go. Our papers had flown away, as had our belongings. Although people often say that "material things were recovered," it cost a lot to do so, and in most cases it was not achieved. Not that I was materialistic, but I was aware that these were important things that I saw almost impossible to recover.
On the twenty-first of December a group of people from the small town, those who knew us and who thought we were good workers and almost lost our lives because of the tornado, approached us at the shelter. They carried a shadow in their hand and soon after a black van with tinted windows arrived. They handed us the envelope with a smile and as I opened it, my heart began to sound different.
The community had requested humanitarian aid for us from the mayor and after the hundreds of signatures that had been collected, accompanied by the unusual news of the four-month-old child who had been found alive in a tree after a tornado, we were granted hope. A small house with a strong foundation had been donated to us, it was in our name. And each of the people also donated some supplies for the children and for us. I didn't know how to react, we had almost died and now the help we received moved me to the verge of tears.
I had never believed much in the Christmas spirit, maybe it was just a coincidence that it happened at this time, but it was December 25th and I was with my children and my husband in a house we had always dreamed of having. Not everything would be handed to us on a silver platter, there was a lot of work ahead, but we were alive and already that was a miracle. My little son who had flown away and who I thought I would only see again in dreams as the apparition of an angel, was in my arms dressed in an adorable Christmas suit. I wasn't one to believe in miracles and maybe this wasn't one, but I was grateful. Thankful for those who helped us and thankful for the blessed force that kept my family alive.
It was a Christmas that for better or worse, I would never forget.
The day had been quiet, tiring because of the chores involved in running a household, but quiet. My husband Diego had been home from work for a couple of hours. And I could work online from home. These months represented a new step, one we had seen coming but experiencing it was completely different. With our little daughter Camila, just one year old, a fourth member had joined the family. Despite having used birth control after having our beloved baby girl, something had gone wrong and I was pregnant again. It had not been our intention, but we could not reject the life we had brought into the world.
My concern was growing. We had moved as soon as Camila was born, but rent prices suddenly went up, inflation was devouring us, our family and the rest of the country. We gave up the house we had chosen, the money was not enough and so the temporary housing began. Diego already had three jobs and I hardly had a minute to spare between taking care of Camila and my online jobs. By the time the heaviest season waned and Diego got a promotion at one of his jobs, we managed to feel that we would no longer be suffocating. It helped a lot that at no time did we ever hold it against each other, we knew perfectly well that when that happened, what little harmony and love we had clung to would disappear. But there was always a smile after the tiredness, words of encouragement and support, above all we were good friends, we were a good team.
A few months later, on a May afternoon and after we were told that we would be evicted from the house we were occupying, because the owner needed to sell urgently, nausea set in. That was the only sign. I had ignored it because of the stress, but soon everything started to become visible at the wrong time. Rents were sky high and the only thing we could acquire as our own with much effort was a new trailer. Dreams began to sound like crumpling paper. So we were so busy trying to survive and bring home food, that by the time I passed out we didn't know what was coming.
The doctor said I was already six months pregnant and stopping it was no longer possible. It was complicated and I just wanted to cry, but Diego accepted what was happening and calmed me down saying that everything would get better. The months passed and after hearing the news my pregnant belly, which had remained almost incognito, exploded with a big growth. It had been like a secret of the universe that by the time it came out everything could be out in the open. I had heard that this sometimes happened, but I had not checked it out until that moment.
In August Samuel, my beautiful baby boy, was born. My husband had been right, everything would get better and although we still didn't have a house of our own, giving birth to him without any problems was already a blessing. Both of our families were out of the country, they had emigrated to other countries in search of a better life and better possibilities. We had met by chance in one of our temporary jobs. The point was that we had no one to help us, we were alone. But to our great surprise, we had managed to make ends meet between taking care of both children and attending to our jobs. We were exhausted, that was a fact, but there was nothing like seeing their beautiful faces when they slept or played.
December had arrived and Samuel was now four months old. He had calmly accepted whatever was put in front of us and everything had flowed very well. Despite the fatigue, we had managed to scrape together enough money to put a down payment on a house, it was a monumental effort but we were getting there. Until Saturday, December 16, when something terrible touched down, sweeping away not only our hopes and dreams, but also our baby.
A tornado had entered our lives, metaphorically and literally. As we were all inside the trailer, we clung to each other and tried to hold on to any structure, but it was ineffective for all of us. The roof of the trailer was mercilessly ripped off and our screams were devoured by the spiraling wind. Panic took hold of us so much that we trembled, still clutching the stretcher, while Diego held on to the bassinet where our son had been sleeping as tightly as he could. We held on for seconds that seemed like hours and minutes that seemed like years. Everything around us was flying, wood, metal, plastic and... the strength had not been enough.
Diego flew out with the rest of the things, hugging the bassinet where Samuel was sheltered, screaming with despair, horror and fury. I would like to say that I saw it all in slow motion, but it was only a fragment, that tiny scene in which I thought I would never see them again. I hugged Camilla with all the strength I had left and before long the tornado was gone, but my heart had begun to sound like broken glass and a lump in my throat constricted my breathing.
Help arrived some time later, but after making sure my little girl was okay, I walked over the debris to find the two quarters that were missing from my heart. I walked, I ran, I shouted, but got no response when I started, until in the distance a resident of the area shouted near a fallen tree. I approached as my heartbeat increased and so did the tightness in my chest. Tears escaped me, I couldn't believe it and fell to my knees. Both were safe, Diego had a fracture in his left foot, and a few meters away in the fallen tree, was Samuel, alive. They were both alive. I had feared the worst and there was very little hope, but there they were. I could only cry and give thanks, it was the only thing I could articulate.
We were alive, we were well, we should be thankful and we were. But that didn't hide the fact that we had lost everything, we didn't even have a place to sleep. Most people in the area knew us from all our temporary jobs, so a comment reached the ears of someone with a powerful voice and something happened. We slept for five days in a shelter, we had nowhere to go. Our papers had flown away, as had our belongings. Although people often say that "material things were recovered," it cost a lot to do so, and in most cases it was not achieved. Not that I was materialistic, but I was aware that these were important things that I saw almost impossible to recover.
On the twenty-first of December a group of people from the small town, those who knew us and who thought we were good workers and almost lost our lives because of the tornado, approached us at the shelter. They carried a shadow in their hand and soon after a black van with tinted windows arrived. They handed us the envelope with a smile and as I opened it, my heart began to sound different.
The community had requested humanitarian aid for us from the mayor and after the hundreds of signatures that had been collected, accompanied by the unusual news of the four-month-old child who had been found alive in a tree after a tornado, we were granted hope. A small house with a strong foundation had been donated to us, it was in our name. And each of the people also donated some supplies for the children and for us. I didn't know how to react, we had almost died and now the help we received moved me to the verge of tears.
I had never believed much in the Christmas spirit, maybe it was just a coincidence that it happened at this time, but it was December 25th and I was with my children and my husband in a house we had always dreamed of having. Not everything would be handed to us on a silver platter, there was a lot of work ahead, but we were alive and already that was a miracle. My little son who had flown away and who I thought I would only see again in dreams as the apparition of an angel, was in my arms dressed in an adorable Christmas suit. I wasn't one to believe in miracles and maybe this wasn't one, but I was grateful. Thankful for those who helped us and thankful for the blessed force that kept my family alive.
It was a Christmas that for better or worse, I would never forget.
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