Narrativa: Recuerdo letal ✨ Narrative: Lethal memory
(Edited)
-Español/Spanish-
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¡Hi, mis hermosos gislanders!
Hoy les comparto una narrativa de mi autoría. Para mi es una manera de expresar otra perspectiva y crear historias peculiares, dulces, trágicas, siniestras o fantásticas. Una labor que he abrazado hace muchos años. Espero sea de su agrado, cause un impacto en ustedes y los fidelice a mi pluma. ¡Saludos.!
-Inglés/English-
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Hi, my beautiful gislanders!
Today I share with you a narrative of my authorship. For me it is a way to express another perspective and create peculiar, sweet, tragic, sinister or fantastic stories. A work I have embraced many years ago. I hope you like it, I hope it makes an impact on you and makes you loyal to my pen. Best regards!
-Español/Spanish-
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Recuerdo letal
Pensaba que la vida seria justa y tranquila si era buena persona. Amable y competente, útil. Me habían criado para servir, agradable a la vista, pero sin voz ni decisión. Esa pecaminosa casa del placer era mi hogar. Nadie me había tocado porque mi madre era la mejor y hubiera hecho lo que fuera para sobrevivir, para mantenerme a salvo. ¿Pero dónde puede residir el alma de una niña cuyo centro de su mundo comienza a sangrar? Lo entendí esa noche envuelta en llamas. Yo ya no tenía alma.
La piel de porcelana era un disfraz maravilloso, me ahorraba problemas, pero también era excesivamente llamativa. Y siendo pequeña y frágil solo podían verme con lujuria, jamás como una amenaza. Habían pasado años, la niña se había ido y una mujer le había arrebatado el cuerpo. Más decidida que nunca entré en ese templo profano. Dispuesta a todo, vestida de negro y encaje. Él estaba allí, yo estaba allí y conmigo las treinta mujeres que ordenó asesinar esa noche fría. Sobre mis hombros los pétalos caían tatuados, un pétalo por cada mujer que mató por capricho.
El cambio de guardia estaba llegando a su fin. Podía verlo orar al pie de la estatua, vestido de blanco como un monje. La primavera entraba en la provincia con sigilo y las estrellas eran claras en el cielo. Yo no esperaba redención, ni una tumba con mi nombre, pues no tenía a nadie quien me llorara. Pero yo si había llorado por las muertes que pronto vengaría. Eso me bastaba. La muerte era un vals tenso, seductor, enigmático como él solo y sumamente aterrador. Pero yo no tenía miedo. ¿Tenían miedo aquellos que asesinaban sin el tartamudeo en la oración? ¿Tenían alma siquiera o eran como yo?
La mirada en el suelo y una sonrisa tímida, los insectos que servían al monstruo de mis pesadillas solo podían pensar en alcohol, sexo y muerte. Marionetas a las que tenía que mirar sin asco ni odio, fingir era una pequeña cuota. Demasiado ególatras para siquiera pensar que una mujer tan pequeña pudiera cronometrar los latidos que les quedaban. Nunca lo dejaban solo, un magnate como ese monstruo sabía que su cola era demasiada larga. Cualquiera podría pisarla, pero yo la cortaría de raíz.
Había robado, engañado y matado, pero todo finalizaba con él. Sirviendo las últimas gotas de sake envenenado, con disimulo y paciencia la cuenta regresiva en mi cabeza culminó. La noche era serena, parecía una ceremonia. Las velas del templo estaban a media vida, se derretían con lentitud. Y el incienso quemándose impregnaba todo el aire, no estaba tensa, casi podía sentir al ángel de la muerte observándome con calma. En cuanto el hombre vestido de blanco abrió los ojos, autor de tantas desgracias, todo colapsó.
Los guardias vestidos de traje cayeron al suelo convulsionando, mientras sus bocas, oídos y lagrimales desbordaban la sangre que nunca sería suficiente para pagar por lo que habían hecho. Las camionetas blindadas al pie de la colina explotaron consecutivamente. Había sido sumamente difícil lograrlo, pero sentía una pizca de orgullo aun con mi inexpresiva cara. Absorbí el gemido sorpresa de aquel hombre frente a la estatua a la que le rezaba. Yo nunca había sido religiosa, ni antes ni después de ver la masacre tan brutal a las personas que amaba. Sabía que la gente quería creer en algo, pero yo solo quería cumplir mi promesa y solo necesitaba mi voluntad para eso.
Él comenzó a gritar, esperando que alguno de sus insectos le dijera lo que pasaba, que lo sacara de ahí, pero fue inútil. Incluso dos horas antes había podido eliminar a mi mayor obstáculo, un ex soldado de dos metros con treinta, estoico, pero hombre al fin. No hizo falta mucho cuando con insinuaciones me sentó en sus piernas. No importa cuanto músculo y altura puedas tener, el cuello siempre será un punto débil. Lo entendió cuando mi larga daga se lo atravesó, ocasionándole un gorgojeo. Sus ojos estaban fúricos, se negaba a morir y habíamos luchado hasta que sus fuerzas terminaron. Culminé el encuentro con unas cuantas costillas rotas, tal vez una posible contusión y el hombro dislocado, pero el gigante había caído. El guardián del monstruo.
En medio del silencio y la incertidumbre, se escuchaba un sonido consistente. Las laceraciones de mi katana en el cuello de cada insecto agonizando en el suelo. EL monstruo gritó acorralado lleno de furia, creyó que provocaría a su asesino. Pero la verdad era que me había tomado diez años infiltrarme y sacrificar todo de mi para este momento. Así que no tenía ninguna prisa. En el momento en el que me quedé de pie en medio del templo, a uno metros de quien provocaba mis pesadillas, recordé todo.
Reviví el momento en el que, a pesar de las treinta mujeres en el lugar, él quería a la única niña allí. Con sonrisas y seducciones intentaron convencerlo de lo contrario y elegir a alguna de ellas, pero él me quería a mí. No había tomado una gota de sake cuando la paciencia se le agotó y golpeó a mi madre y a mis tías. “El no necesitaba permiso de nadie. Una cortesana era una cortesana aunque tuviera solo nueve años”, había dicho. Pero cuando todas se interpusieron, su temperamento empeoró. Fue momentáneo, pero vi y sentí cuando ellas tomaron la decisión. Se abalanzaron sobre mí, algunas con sus cuerpos semidesnudos y algunas envueltas en telas de colores hermosos. Mientras él daba la orden y las balas comenzaron a abrir agujeros a través de los cuerpos de las mujeres que habían sido mi familia. Yo caí al suelo debajo de ellas. La sangre estaba caliente cuando me empapó la ropa, la piel, el cabello. Pero el golpe con el suelo me arrastró a la inconsciencia. Cuando desperté, mis pulmones ardían, mi hogar estaba en llamas y el humo me había despertado. Los cuerpos aún estaban tibios, pero ahora eran sumamente pesados. Sin darme cuenta había empezado a llorar y cuando vi a mi madre con una bala en la cabeza caí de rodillas. Quería morir allí, quemarme con todas ellas. Pero me hubieran salvado para nada. Así que escapé del fuego para atrasar mi muerte hasta esta noche.
Su risa manchada de ira llenó el eco del lugar. De seguro esperaba más, tal vez un clan enemigo de la mafia o la misma interpol. Pero solo estaba yo. La venganza podía empujarte más allá que cualquier jurisdicción, darte más poder que cualquier dinero sucio o cualquier ley. Orgulloso como era empezó a burlarse mientras yo me acercaba a él. No era necesario un discurso de odio o de propósito. Los vengadores vaciaban todo de ellos en el momento en el que tenían a sus monstruos en donde los querían, se abrían de par en par para mostrar su dolor y lo que los condujo a ello. La travesía del castigador. Yo no lo necesitaba.
Solo unos pasos nos separaban. Molesto por mis oídos sordos ante sus palabras sin importancia, me aferré con fuerza a mi katana y ladeé la cabeza con curiosidad. Quería ver lo que era capaz de hacer una cucaracha sin ejército. Nada más peligroso que un psicótico con poder. A sus pies había estado su propia katana, descansando y finalmente la tomó desenvainándola. Con el olor de la sangre en el aire, comenzó el choque del metal. Era un oponente decidido y certero, pero yo era ágil y flexible. La vejez no ayudaba en estos combates, la velocidad era necesaria y los reflejos debían estar pulidos.
La primera herida fue en su tobillo y contraatacó logrando solo cortar mi cabello, cerca de mi mejilla. A la segunda sudaba frío y la sangre sobresalía de su hombro. La colera le hacia ver rojo y no atacaba con precisión, ya no. Mi rostro estaba inexpresivo, pero en el fondo lo estaba disfrutando. La danza peligrosa era lenta pero vigorosa. A la tercera herida finalmente gritó, su mano presionaba la herida en su vientre, su cara estaba roja de la rabia. Cuando cayó al suelo, en un último intento de defensa, reveló una daga negra escondida en su túnica blanca. Sin poderlo anticipar la enterró con éxito en mi muslo izquierdo. El dolor me recorrió el cuerpo y se unió a las otras dolencias que yo no había atendido desde que inició el día.
Sin palabras finales, con un movimiento fluido y letal, mi katana realizó un corte limpio atravesando de derecha a izquierda la línea en su cuello. La separación de ambas partes hizo un sonido viscoso y yo liberé el aliento que no sabía que estaba conteniendo. Finalmente se había ido. Sentía cómo de mi espalda el peso desaparecía, mis lágrimas contenidas finalmente habían encontrado su camino fuera de mí. En el fondo, a lo lejos los gritos de órdenes, armas y hombres subiendo la colina, me llegó a los oídos. Pero por primera vez en diez años finalmente me sentía ligera.
Me acosté en el suelo, saqué la daga en mi muslo y mi cuerpo gritaba de dolor, la sangre me empapó el encaje bajo del vestido. Mi katana descansaba en mi pecho y en un pequeño bolsillo busque el dispositivo que había guardado. El sonido de las botas contra las escaleras se escuchaba cerca, pero yo cerré los ojos y vi como si fuera un sueño cómo los treinta pétalos tatuados se iban desvaneciendo. Sonreí para al final ver a mi madre en mi mente, en mis recuerdos. Rodeada de insectos horribles apuntándome con sus armas, los convertí en luciérnagas con solo presionar el botón en mi mano. El templo en la colina explotó llevándome a mi merecido descanso. En el silencio, la voz de mi madre me hizo abrir los ojos. En la blancura de la inmensidad mis tías reían de la felicidad. Mi madre me tomó el rostro con ambas manos y con una sonrisa me abrazó con fuerza. Esto era lo único que quería, aquí pertenecía.
La piel de porcelana era un disfraz maravilloso, me ahorraba problemas, pero también era excesivamente llamativa. Y siendo pequeña y frágil solo podían verme con lujuria, jamás como una amenaza. Habían pasado años, la niña se había ido y una mujer le había arrebatado el cuerpo. Más decidida que nunca entré en ese templo profano. Dispuesta a todo, vestida de negro y encaje. Él estaba allí, yo estaba allí y conmigo las treinta mujeres que ordenó asesinar esa noche fría. Sobre mis hombros los pétalos caían tatuados, un pétalo por cada mujer que mató por capricho.
El cambio de guardia estaba llegando a su fin. Podía verlo orar al pie de la estatua, vestido de blanco como un monje. La primavera entraba en la provincia con sigilo y las estrellas eran claras en el cielo. Yo no esperaba redención, ni una tumba con mi nombre, pues no tenía a nadie quien me llorara. Pero yo si había llorado por las muertes que pronto vengaría. Eso me bastaba. La muerte era un vals tenso, seductor, enigmático como él solo y sumamente aterrador. Pero yo no tenía miedo. ¿Tenían miedo aquellos que asesinaban sin el tartamudeo en la oración? ¿Tenían alma siquiera o eran como yo?
La mirada en el suelo y una sonrisa tímida, los insectos que servían al monstruo de mis pesadillas solo podían pensar en alcohol, sexo y muerte. Marionetas a las que tenía que mirar sin asco ni odio, fingir era una pequeña cuota. Demasiado ególatras para siquiera pensar que una mujer tan pequeña pudiera cronometrar los latidos que les quedaban. Nunca lo dejaban solo, un magnate como ese monstruo sabía que su cola era demasiada larga. Cualquiera podría pisarla, pero yo la cortaría de raíz.
Había robado, engañado y matado, pero todo finalizaba con él. Sirviendo las últimas gotas de sake envenenado, con disimulo y paciencia la cuenta regresiva en mi cabeza culminó. La noche era serena, parecía una ceremonia. Las velas del templo estaban a media vida, se derretían con lentitud. Y el incienso quemándose impregnaba todo el aire, no estaba tensa, casi podía sentir al ángel de la muerte observándome con calma. En cuanto el hombre vestido de blanco abrió los ojos, autor de tantas desgracias, todo colapsó.
Los guardias vestidos de traje cayeron al suelo convulsionando, mientras sus bocas, oídos y lagrimales desbordaban la sangre que nunca sería suficiente para pagar por lo que habían hecho. Las camionetas blindadas al pie de la colina explotaron consecutivamente. Había sido sumamente difícil lograrlo, pero sentía una pizca de orgullo aun con mi inexpresiva cara. Absorbí el gemido sorpresa de aquel hombre frente a la estatua a la que le rezaba. Yo nunca había sido religiosa, ni antes ni después de ver la masacre tan brutal a las personas que amaba. Sabía que la gente quería creer en algo, pero yo solo quería cumplir mi promesa y solo necesitaba mi voluntad para eso.
Él comenzó a gritar, esperando que alguno de sus insectos le dijera lo que pasaba, que lo sacara de ahí, pero fue inútil. Incluso dos horas antes había podido eliminar a mi mayor obstáculo, un ex soldado de dos metros con treinta, estoico, pero hombre al fin. No hizo falta mucho cuando con insinuaciones me sentó en sus piernas. No importa cuanto músculo y altura puedas tener, el cuello siempre será un punto débil. Lo entendió cuando mi larga daga se lo atravesó, ocasionándole un gorgojeo. Sus ojos estaban fúricos, se negaba a morir y habíamos luchado hasta que sus fuerzas terminaron. Culminé el encuentro con unas cuantas costillas rotas, tal vez una posible contusión y el hombro dislocado, pero el gigante había caído. El guardián del monstruo.
En medio del silencio y la incertidumbre, se escuchaba un sonido consistente. Las laceraciones de mi katana en el cuello de cada insecto agonizando en el suelo. EL monstruo gritó acorralado lleno de furia, creyó que provocaría a su asesino. Pero la verdad era que me había tomado diez años infiltrarme y sacrificar todo de mi para este momento. Así que no tenía ninguna prisa. En el momento en el que me quedé de pie en medio del templo, a uno metros de quien provocaba mis pesadillas, recordé todo.
Reviví el momento en el que, a pesar de las treinta mujeres en el lugar, él quería a la única niña allí. Con sonrisas y seducciones intentaron convencerlo de lo contrario y elegir a alguna de ellas, pero él me quería a mí. No había tomado una gota de sake cuando la paciencia se le agotó y golpeó a mi madre y a mis tías. “El no necesitaba permiso de nadie. Una cortesana era una cortesana aunque tuviera solo nueve años”, había dicho. Pero cuando todas se interpusieron, su temperamento empeoró. Fue momentáneo, pero vi y sentí cuando ellas tomaron la decisión. Se abalanzaron sobre mí, algunas con sus cuerpos semidesnudos y algunas envueltas en telas de colores hermosos. Mientras él daba la orden y las balas comenzaron a abrir agujeros a través de los cuerpos de las mujeres que habían sido mi familia. Yo caí al suelo debajo de ellas. La sangre estaba caliente cuando me empapó la ropa, la piel, el cabello. Pero el golpe con el suelo me arrastró a la inconsciencia. Cuando desperté, mis pulmones ardían, mi hogar estaba en llamas y el humo me había despertado. Los cuerpos aún estaban tibios, pero ahora eran sumamente pesados. Sin darme cuenta había empezado a llorar y cuando vi a mi madre con una bala en la cabeza caí de rodillas. Quería morir allí, quemarme con todas ellas. Pero me hubieran salvado para nada. Así que escapé del fuego para atrasar mi muerte hasta esta noche.
Su risa manchada de ira llenó el eco del lugar. De seguro esperaba más, tal vez un clan enemigo de la mafia o la misma interpol. Pero solo estaba yo. La venganza podía empujarte más allá que cualquier jurisdicción, darte más poder que cualquier dinero sucio o cualquier ley. Orgulloso como era empezó a burlarse mientras yo me acercaba a él. No era necesario un discurso de odio o de propósito. Los vengadores vaciaban todo de ellos en el momento en el que tenían a sus monstruos en donde los querían, se abrían de par en par para mostrar su dolor y lo que los condujo a ello. La travesía del castigador. Yo no lo necesitaba.
Solo unos pasos nos separaban. Molesto por mis oídos sordos ante sus palabras sin importancia, me aferré con fuerza a mi katana y ladeé la cabeza con curiosidad. Quería ver lo que era capaz de hacer una cucaracha sin ejército. Nada más peligroso que un psicótico con poder. A sus pies había estado su propia katana, descansando y finalmente la tomó desenvainándola. Con el olor de la sangre en el aire, comenzó el choque del metal. Era un oponente decidido y certero, pero yo era ágil y flexible. La vejez no ayudaba en estos combates, la velocidad era necesaria y los reflejos debían estar pulidos.
La primera herida fue en su tobillo y contraatacó logrando solo cortar mi cabello, cerca de mi mejilla. A la segunda sudaba frío y la sangre sobresalía de su hombro. La colera le hacia ver rojo y no atacaba con precisión, ya no. Mi rostro estaba inexpresivo, pero en el fondo lo estaba disfrutando. La danza peligrosa era lenta pero vigorosa. A la tercera herida finalmente gritó, su mano presionaba la herida en su vientre, su cara estaba roja de la rabia. Cuando cayó al suelo, en un último intento de defensa, reveló una daga negra escondida en su túnica blanca. Sin poderlo anticipar la enterró con éxito en mi muslo izquierdo. El dolor me recorrió el cuerpo y se unió a las otras dolencias que yo no había atendido desde que inició el día.
Sin palabras finales, con un movimiento fluido y letal, mi katana realizó un corte limpio atravesando de derecha a izquierda la línea en su cuello. La separación de ambas partes hizo un sonido viscoso y yo liberé el aliento que no sabía que estaba conteniendo. Finalmente se había ido. Sentía cómo de mi espalda el peso desaparecía, mis lágrimas contenidas finalmente habían encontrado su camino fuera de mí. En el fondo, a lo lejos los gritos de órdenes, armas y hombres subiendo la colina, me llegó a los oídos. Pero por primera vez en diez años finalmente me sentía ligera.
Me acosté en el suelo, saqué la daga en mi muslo y mi cuerpo gritaba de dolor, la sangre me empapó el encaje bajo del vestido. Mi katana descansaba en mi pecho y en un pequeño bolsillo busque el dispositivo que había guardado. El sonido de las botas contra las escaleras se escuchaba cerca, pero yo cerré los ojos y vi como si fuera un sueño cómo los treinta pétalos tatuados se iban desvaneciendo. Sonreí para al final ver a mi madre en mi mente, en mis recuerdos. Rodeada de insectos horribles apuntándome con sus armas, los convertí en luciérnagas con solo presionar el botón en mi mano. El templo en la colina explotó llevándome a mi merecido descanso. En el silencio, la voz de mi madre me hizo abrir los ojos. En la blancura de la inmensidad mis tías reían de la felicidad. Mi madre me tomó el rostro con ambas manos y con una sonrisa me abrazó con fuerza. Esto era lo único que quería, aquí pertenecía.
-Inglés/English-
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Lethal memory
I thought life would be fair and peaceful if I was a good person. Kind and competent, helpful. I had been bred to serve, pleasing to the eye, but without voice or decision. That sinful house of pleasure was my home. No one had touched me because my mother was the best and would have done anything to survive, to keep me safe. But where can the soul of a girl whose center of her world begins to bleed reside? I understood that night engulfed in flames. I no longer had a soul.
The porcelain skin was a wonderful disguise, it saved me trouble, but it was also excessively conspicuous. And being small and fragile, I could only be seen with lust, never as a threat. Years had passed, the girl was gone and a woman had taken her body. More determined than ever I entered that unholy temple. Ready for anything, dressed in black and lace. He was there, I was there and with me the thirty women he had ordered murdered that cold night. On my shoulders the petals fell tattooed, one petal for each woman he killed on a whim.
The changing of the guard was coming to an end. I could see him praying at the foot of the statue, dressed in white like a monk. Spring was creeping into the province and the stars were clear in the sky. I did not expect redemption, nor a grave with my name on it, for I had no one to mourn me. But I had wept for the deaths I would soon avenge. That was enough for me. Death was a tense waltz, seductive, enigmatic as itself and extremely terrifying. But I was not afraid. Were those who killed without stuttering in prayer afraid? Did they even have a soul or were they like me?
Eyes on the ground and a shy smile, the insects that served the monster of my nightmares could only think of alcohol, sex and death. Puppets I had to look at without disgust or hatred, pretending was a small fee. Too egomaniacal to even think that such a small woman could time their remaining heartbeats. Never left alone, a tycoon like that monster knew his tail was too long. Anyone could step on it, but I would nip it in the bud.
I had stolen, cheated and killed, but it all ended with him. Pouring the last drops of poisoned sake, with dissimulation and patience the countdown in my head culminated. The night was serene, it seemed like a ceremony. The candles in the temple were at half life, melting slowly. And the burning incense permeated the air, I was not tense, I could almost feel the angel of death watching me calmly. As soon as the man dressed in white opened his eyes, the author of so many misfortunes, everything collapsed.
The suit-clad guards fell to the ground convulsing, as their mouths, ears and tears overflowed with blood that would never be enough to pay for what they had done. The armored trucks at the bottom of the hill exploded consecutively. It had been extremely difficult to pull off, but I felt a hint of pride even with my expressionless face. I absorbed the man's surprised groan in front of the statue he was praying to. I had never been religious before or after seeing such a brutal massacre of the people I loved. I knew people wanted to believe in something, but I just wanted to fulfill my promise and I only needed my will for that.
He started screaming, hoping one of his insects would tell him what was going on, get him out of there, but it was no use. Even two hours earlier I had been able to eliminate my biggest obstacle, a six-foot-thirty former soldier, stoic, but a man nonetheless. It didn't take much when with innuendo he sat me on his lap. No matter how much muscle and height you may have, the neck will always be a weak point. He understood when my long dagger pierced him, causing him to gurgle. His eyes were furious, he refused to die and we had fought until his strength was gone. I ended the encounter with a few broken ribs, maybe a possible concussion and a dislocated shoulder, but the giant had fallen. The guardian of the monster.
Amidst the silence and uncertainty, a consistent sound could be heard. The lacerations of my katana on the neck of each insect agonizing on the ground. The monster screamed in a corner full of fury, he thought he would provoke his killer. But the truth was that it had taken me ten years to infiltrate and sacrifice everything of myself for this moment. So I was in no hurry. The moment I stood in the middle of the temple, one meter away from the one who provoked my nightmares, I remembered everything.
I relived the moment when, despite the thirty women in the place, he wanted the only girl there. With smiles and seductions they tried to convince him otherwise and choose one of them, but he wanted me. He hadn't had a drop of sake when his patience ran out and he hit my mother and aunts. “He didn't need anyone's permission. A courtesan was a courtesan even if she was only nine years old,” he had said. But when they all stepped in, his temper took a turn for the worse. It was momentary, but I saw and felt when they made the decision. They rushed at me, some with their bodies half-naked and some wrapped in beautifully colored cloth. As he gave the order and the bullets began to tear holes through the bodies of the women who had been my family. I fell to the ground beneath them. The blood was warm as it soaked my clothes, my skin, my hair. But the blow to the ground dragged me into unconsciousness. When I awoke, my lungs were burning, my home was on fire and the smoke had awakened me. The bodies were still warm, but now they were extremely heavy. Without realizing it I had begun to cry and when I saw my mother with a bullet in her head I fell to my knees. I wanted to die there, to burn with all of them. But they would have saved me for nothing. So I escaped from the fire to delay my death until tonight.
His laughter tainted with anger filled the echo of the place. I was surely expecting more, perhaps an enemy clan of the mafia or Interpol itself. But there was only me. Revenge could push you further than any jurisdiction, give you more power than any dirty money or any law. Proud as he was he began to sneer as I approached him. There was no need for hate speech or purpose. Avengers emptied everything out of them the moment they had their monsters where they wanted them, they opened wide to show their pain and what drove them to it. The punisher's journey. I didn't need it.
Only a few steps separated us. Annoyed by my deaf ears to their unimportant words, I clutched my katana tightly and cocked my head curiously. I wanted to see what a cockroach without an army was capable of. Nothing more dangerous than a psychotic with power. At his feet had been his own katana, resting and he finally took it unsheathing it. With the smell of blood in the air, the clash of metal began. He was a determined and accurate opponent, but I was agile and flexible. Old age did not help in these fights, speed was necessary and reflexes had to be polished.
The first wound was in his ankle and he counterattacked only managing to cut my hair, near my cheek. The second time he broke out in a cold sweat and blood was coming out of his shoulder. The anger made him look red and he didn't attack with precision, not anymore. My face was expressionless, but deep down I was enjoying it. The dangerous dance was slow but vigorous. At the third wound he finally screamed, his hand pressed against the wound in his belly, his face was red with rage. When he fell to the ground, in a last attempt at defense, he revealed a black dagger hidden in his white tunic. Without being able to anticipate it, he successfully buried it in my left thigh. Pain shot through my body and joined the other ailments I had not attended to since the day began.
Without final words, with a fluid and lethal motion, my katana made a clean cut through from right to left line across his neck. The separation of the two parts made a slimy sound and I released the breath I didn't know I was holding. It was finally gone. I felt the weight lift off my back, my pent up tears had finally found their way out of me. In the background, in the distance the shouts of orders, guns and men climbing the hill, reached my ears. But for the first time in ten years I finally felt light.
I lay on the ground, drew the dagger in my thigh and my body screamed in pain, blood soaked the lace under my dress. My katana rested on my chest and in a small pocket I reached for the device I had kept. The sound of boots against the stairs could be heard nearby, but I closed my eyes and watched as if in a dream as the thirty tattooed petals faded away. I smiled to finally see my mother in my mind, in my memories. Surrounded by horrible insects pointing their guns at me, I turned them into fireflies with the push of the button on my hand. The temple on the hill exploded taking me to my well-deserved rest. In the silence, my mother's voice made me open my eyes. In the whiteness of the vastness my aunts were laughing with happiness. My mother took my face in both hands and with a smile hugged me tightly. This was all I wanted, I belonged here.
The porcelain skin was a wonderful disguise, it saved me trouble, but it was also excessively conspicuous. And being small and fragile, I could only be seen with lust, never as a threat. Years had passed, the girl was gone and a woman had taken her body. More determined than ever I entered that unholy temple. Ready for anything, dressed in black and lace. He was there, I was there and with me the thirty women he had ordered murdered that cold night. On my shoulders the petals fell tattooed, one petal for each woman he killed on a whim.
The changing of the guard was coming to an end. I could see him praying at the foot of the statue, dressed in white like a monk. Spring was creeping into the province and the stars were clear in the sky. I did not expect redemption, nor a grave with my name on it, for I had no one to mourn me. But I had wept for the deaths I would soon avenge. That was enough for me. Death was a tense waltz, seductive, enigmatic as itself and extremely terrifying. But I was not afraid. Were those who killed without stuttering in prayer afraid? Did they even have a soul or were they like me?
Eyes on the ground and a shy smile, the insects that served the monster of my nightmares could only think of alcohol, sex and death. Puppets I had to look at without disgust or hatred, pretending was a small fee. Too egomaniacal to even think that such a small woman could time their remaining heartbeats. Never left alone, a tycoon like that monster knew his tail was too long. Anyone could step on it, but I would nip it in the bud.
I had stolen, cheated and killed, but it all ended with him. Pouring the last drops of poisoned sake, with dissimulation and patience the countdown in my head culminated. The night was serene, it seemed like a ceremony. The candles in the temple were at half life, melting slowly. And the burning incense permeated the air, I was not tense, I could almost feel the angel of death watching me calmly. As soon as the man dressed in white opened his eyes, the author of so many misfortunes, everything collapsed.
The suit-clad guards fell to the ground convulsing, as their mouths, ears and tears overflowed with blood that would never be enough to pay for what they had done. The armored trucks at the bottom of the hill exploded consecutively. It had been extremely difficult to pull off, but I felt a hint of pride even with my expressionless face. I absorbed the man's surprised groan in front of the statue he was praying to. I had never been religious before or after seeing such a brutal massacre of the people I loved. I knew people wanted to believe in something, but I just wanted to fulfill my promise and I only needed my will for that.
He started screaming, hoping one of his insects would tell him what was going on, get him out of there, but it was no use. Even two hours earlier I had been able to eliminate my biggest obstacle, a six-foot-thirty former soldier, stoic, but a man nonetheless. It didn't take much when with innuendo he sat me on his lap. No matter how much muscle and height you may have, the neck will always be a weak point. He understood when my long dagger pierced him, causing him to gurgle. His eyes were furious, he refused to die and we had fought until his strength was gone. I ended the encounter with a few broken ribs, maybe a possible concussion and a dislocated shoulder, but the giant had fallen. The guardian of the monster.
Amidst the silence and uncertainty, a consistent sound could be heard. The lacerations of my katana on the neck of each insect agonizing on the ground. The monster screamed in a corner full of fury, he thought he would provoke his killer. But the truth was that it had taken me ten years to infiltrate and sacrifice everything of myself for this moment. So I was in no hurry. The moment I stood in the middle of the temple, one meter away from the one who provoked my nightmares, I remembered everything.
I relived the moment when, despite the thirty women in the place, he wanted the only girl there. With smiles and seductions they tried to convince him otherwise and choose one of them, but he wanted me. He hadn't had a drop of sake when his patience ran out and he hit my mother and aunts. “He didn't need anyone's permission. A courtesan was a courtesan even if she was only nine years old,” he had said. But when they all stepped in, his temper took a turn for the worse. It was momentary, but I saw and felt when they made the decision. They rushed at me, some with their bodies half-naked and some wrapped in beautifully colored cloth. As he gave the order and the bullets began to tear holes through the bodies of the women who had been my family. I fell to the ground beneath them. The blood was warm as it soaked my clothes, my skin, my hair. But the blow to the ground dragged me into unconsciousness. When I awoke, my lungs were burning, my home was on fire and the smoke had awakened me. The bodies were still warm, but now they were extremely heavy. Without realizing it I had begun to cry and when I saw my mother with a bullet in her head I fell to my knees. I wanted to die there, to burn with all of them. But they would have saved me for nothing. So I escaped from the fire to delay my death until tonight.
His laughter tainted with anger filled the echo of the place. I was surely expecting more, perhaps an enemy clan of the mafia or Interpol itself. But there was only me. Revenge could push you further than any jurisdiction, give you more power than any dirty money or any law. Proud as he was he began to sneer as I approached him. There was no need for hate speech or purpose. Avengers emptied everything out of them the moment they had their monsters where they wanted them, they opened wide to show their pain and what drove them to it. The punisher's journey. I didn't need it.
Only a few steps separated us. Annoyed by my deaf ears to their unimportant words, I clutched my katana tightly and cocked my head curiously. I wanted to see what a cockroach without an army was capable of. Nothing more dangerous than a psychotic with power. At his feet had been his own katana, resting and he finally took it unsheathing it. With the smell of blood in the air, the clash of metal began. He was a determined and accurate opponent, but I was agile and flexible. Old age did not help in these fights, speed was necessary and reflexes had to be polished.
The first wound was in his ankle and he counterattacked only managing to cut my hair, near my cheek. The second time he broke out in a cold sweat and blood was coming out of his shoulder. The anger made him look red and he didn't attack with precision, not anymore. My face was expressionless, but deep down I was enjoying it. The dangerous dance was slow but vigorous. At the third wound he finally screamed, his hand pressed against the wound in his belly, his face was red with rage. When he fell to the ground, in a last attempt at defense, he revealed a black dagger hidden in his white tunic. Without being able to anticipate it, he successfully buried it in my left thigh. Pain shot through my body and joined the other ailments I had not attended to since the day began.
Without final words, with a fluid and lethal motion, my katana made a clean cut through from right to left line across his neck. The separation of the two parts made a slimy sound and I released the breath I didn't know I was holding. It was finally gone. I felt the weight lift off my back, my pent up tears had finally found their way out of me. In the background, in the distance the shouts of orders, guns and men climbing the hill, reached my ears. But for the first time in ten years I finally felt light.
I lay on the ground, drew the dagger in my thigh and my body screamed in pain, blood soaked the lace under my dress. My katana rested on my chest and in a small pocket I reached for the device I had kept. The sound of boots against the stairs could be heard nearby, but I closed my eyes and watched as if in a dream as the thirty tattooed petals faded away. I smiled to finally see my mother in my mind, in my memories. Surrounded by horrible insects pointing their guns at me, I turned them into fireflies with the push of the button on my hand. The temple on the hill exploded taking me to my well-deserved rest. In the silence, my mother's voice made me open my eyes. In the whiteness of the vastness my aunts were laughing with happiness. My mother took my face in both hands and with a smile hugged me tightly. This was all I wanted, I belonged here.
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Muy bonita. Como hiciste esos titulos en fondo blanco con la palabra ingles.
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Demasiado bueno Gisland, me alegro que hayas subido otro post despues de tanto je, saludos me encantó. n.n
Ah claro claro, si era una infiltrada ya todo tendría un poco más de sentido. Es que volar a todo el mundo es bastante serio jajaja mucha rabia ahí contenida. Esto pasaba toooodo en mi cabeza como una película, con flasbacks y todo!! Si tuvieras que elegir un actor para representar al malo malote, quien sería?
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