Hace muchos años, una noche cálida de Maracay, Venezuela, me encontraba sentado, trabajando en un proyecto. De repente, comencé a sentir una molestia que no permitía estar cómodo en la silla. Después de tanto bailar sentado buscando comodidad, me dieron ganas de orinar y procedí a ir a la sala de baño. Cuando saco el hermoso prendedor que Dios me dio, me di cuenta de que, al lado del plátano, estaba una manga inmensa. Seguí en el proceso de vaciar mi vejiga, pero con una preocupación abismal, tanto que pensé que me desmayaría. Estaba aterrorizado. Mi escroto tenía un tamaño gigantesco.

Al día siguiente me dirigí alarmado a una clínica cerca de casa. Allí me atendió un médico general y de inmediato me pasaron con el urólogo. El especialista examinó la zona afectada y de regalo utilizó el dedo. Ese desgraciado no me avisó para prepararme. Eso no estaba en mi agenda. Se me hicieron exámenes de sangre y un ecosonograma. Una vez obtenidos los resultados, se me recetó antibióticos y desinflamatorios. Al día siguiente se notó la mejoría.

Seguí con mi vida y un par de meses después, estando en la ducha, noté que el testículo que antes se había inflamado, está duro; algo nada normal. Fui al médico y este me mandó un eco para determinar qué sucedía. Cuando la especialista del eco, me pasó el aparato, su cara mostró preocupación. Esto me llevó a preguntar si sucedía algo malo. La respuesta fue que el testículo estaba muerto. Cuando a un hombre le dicen que hay algo muerto en su zona genital es para llorar. Yo no lloré, pero el otro testículo se subió a mi garganta.

Lo bueno de la especialista Maritza, fue que de inmediato me sugirió por escrito realizarme un examen que pocas clínicas hacían. La tarde de ese día me dediqué en averiguar las clínicas. Apenas salió el sol me dirigí a la clínica Lugo (muy famosa en la ciudad) y después de un buen rato ya estaba camino a casa. El resultado lo entregarían 24 horas después. Como tenía que cumplir con unas responsabilidades laborales, le pedí a la socia de aquel entonces que buscará los exámenes.

Amaneció, me fui a trabajar y ella fue a buscar los resultados. A mitad de mañana, me llama mi madre, quien vivía en Caracas y me dice que toda la familia estaba conmigo, que mantuviera la fe en alto y que no cayera en desesperación. Yo estaba full ocupado y no le di importancia a las palabras de mamá. Si me parecieron extrañas, pero pensé que lo hablaría al desocuparme. Minutos después, recibí la llamada de quién era mi cuñada y en un llanto que me alarmó, me dijo que contará con ella y su esposo. Que José Miguel ya estaba haciendo contacto con un especialista urólogo. Luego colgó.

En ese momento manché el bóxer. Algo pasaba y nadie me hablaba claro. Otra llamada llegó, era la socia. "Papi, te tengo malas noticias" y ¡chupulum!, me soltó que este catire tenía cáncer. Mi mundo se derrumbó. Sentí que todo me molestaba, las luces, los sonidos, la gente. Mi pensamiento era que iba a morir. Como ya había visto el sufrimiento de amigos que fallecieron por el cáncer, lo que se atornilló en mi mente fue que no me iba a calar ese sufrimiento, que si iba a morir, debía ser lo más pronto posible. Estaba pensando en el suicidio. Me retiré de la oficina para dirigirme a casa y evaluar cómo acabaría con mi vida.

Al llegar a casa, me recibió la degenerada. Me abrazó llorando. Toño, yo también lloré. Le pedí que por favor me diera agua. Ella se dirigió a la cocina y yo me percaté que en la mesa del comedor estaba el sobre con los resultados de la clínica. Abrí el sobre para leer los detalles y encontré un milagro. Según los numeritos, estaba sano. El testículo sí estaba muerto, pero el examen tumoral indicaba que no había presencia de células cancerígenas. No la maté porque soy un hombre de bien. Pero la insulté hasta más no poder. Ella había leído mal y lo que interpretó se lo hizo saber a toda la familia y amigos. Una bola se hizo correr de que moriría. La irresponsabilidad de aquella mujer me hizo sufrir, casi que me hizo cometer una locura e hizo sufrir a mi familia.

El testículo tuvo que ser extraído y lo tomé sin preocupación. El urólogo ya me había dado las respuestas que esperaba. No iba a perder mi virilidad y no iba a quedar hablando como Michael Jackson.

Una equivocación en la lectura creo una noticia y luego un rumor que se extendió y que causó sufrimiento.

Gracias a Dios, hoy estoy echando la vaina pareja y con el firme objetivo de llegar a los 105 años sin usar pañales. Nunca más supe de la socia.