La bella señora Muerte, señora que apasiona, cautiva, a la que se le han escrito canciones, poemas, cuentos, la que está por doquier, la que casi nunca falta en una película o noticia. ¡Qué señora para destacar!

La primera vez que supe de ella tenía cuatro años y fue cuando se llevaron a mi abuela Pancha. Aun después de tantas vueltas al sol todavía tengo fresca esas imágenes. Al poco tiempo, esa señora (la muerte) se volvió aparecer cuando se llevó a mi prima Rosario, con quien jugaba cuando íbamos a casa del tío Servelión en Calabozo, una ciudad llanera de Venezuela.

Más tarde, estudiando la primaria en el colegio San José en Maracay, Venezuela, la susodicha volvió a emerger para llevarse a Ricardo, un compañero de aula. En todos esos momentos sentí tristeza, pero aparentemente superé esos acontecimientos. Digo, aparentemente, porque me parece extraño que ninguno de esos momentos pasó al olvido.

Después mi vida transcurrió sin que la cautivadora pasará cerca de mí o de los míos. Si supe de ella cuando en la familia hablaban de alguien o lo que se veía o escuchaba en las noticias.

Muertes que me pegaron y no tenía que ver con esas personas fue la de Cherry Navarro y después la de Renny Ottolina, ambos de la farándula. Sobre todo, Renny quien estuvo en casa todos los días en horas del mediodía y en las noches del domingo. Su muerte trágica me provoco dolor y verraquera.

Del resto todo iba a las mil maravillas hasta que una madrugada, justo a las tres, papá se me presentó en mi habitación viviendo yo en Valencia con mi esposa e hijos y él en Caracas. Minutos después sonó el teléfono, era mi hermanito Raúl Eduardo dándome la noticia que el viejo había fallecido por un infarto fulminante. En ese momento me di cuenta de que había tenido una vida de fantasía, una vida aislada de la muerte, pensaba que eso no podía pasarme y menos a los míos.

Antes de partir de la funeraria al cementerio, un sacerdote católico dio un sermón y una frase quedó en mí: “la muerte es parte de la vida”. La vida sin mi papá no volvió a ser la misma. Todavía lloro por su partida.

La partida de mamá no nos pegó tanto como la de papá, debe ser porque estaba anunciada. Mamá luchó contra un cáncer voraz. Esa mujer sí que fue vergataria, le dieron dos meses de vida y ella sé sobregiro ocho años. Pero esa vez la muerte me sorprendería; mamá murió en mis brazos.

Ocho años después, en plena pandemia, fallece mi hermano César Enrique. La señora Muerte otra vez me pegó duro, Kike también murió en mis brazos. Justo un año después, mi hermano Luis falleció en Buenos Aires. Yo le preguntaba a la señora esa: ¿Por qué se tenía que llevar a mis hermanitos menores si por el orden de llegada me tocaba a mí? Otra vez estoy llorando.

Al poco tiempo me llaman de Calabozo para decirme que mi primo Jacinto, quien me enseñó muchas cosas cuando niño (cosas tremendas), se había caído por las escaleras de la casa y al golpear la cabeza quedó en el sitio. Yo le pedía a la vieja esa, la siniestra, que dejara en paz a mi familia.

Pasaron dos años y en enero de este año, mi hijo mayor, David Leonardo, me llama para decirme que su mamá había fallecido por un paro respiratorio. Eso no lo podía creer, otra vez la muerte se aparecía para golpear a la familia. Tahimi y yo nos habíamos divorciado hacía más de 20 años, y nunca dejamos de ser amigos, estábamos felices porque recientemente nos habían ascendido a abuelos. Lloré su partida y hoy en día no creo que se haya ido. David, todavía llora.

En estos días, conversando con mi amigo Tito Jaimes, mi hermano del alma, le decía que nos estábamos quedando solos, que la gran mayoría se habían ido. Él respondió con su voz estruendosa que claro que nos estábamos quedando solos porque yo había decretado que viviríamos hasta los 105 años sin usar pañales y sin defecar en los boxers. O sea, vampiros, pues.

Ok, ahora, entremos en el ejercicio como tal. Yo no puedo hacerme esa pregunta que plantea nuestra admirada amiga @damarysvibra: ¿Cómo puedo vivir mi vida en plenitud cuando sé que puedo morir en cualquier instante?

Respuesta:

No puedo porque después de haber atravesado la línea del medio cupón, de haber estado abrazado en la sinvergüencería hasta más no poder, de haber bebido como un cosaco, de haber comido hasta la saciedad, haber amado con full pasión y haber echado la vaina pareja, de haber construido hermosas relaciones con familiares, panas y conocidos, ya he vivido a plenitud, es más, me pasé de la raya. Estoy listo para que la señora esa se me venga encima. Pero toca esperar mucho más porque, según Tito, yo por bocón decreté una maldición vampírica.