Estación El Milagro [Also in English]
La estación El Milagro, era un lugar donde los ecos de la vida cotidiana se mezclaban con el zumbido de los trenes. La multitud se deslizaba entre sombras, cada quien en su burbuja de pensamientos. En un rincón, dos miradas chocaron; el universo había conspirado para detener el tiempo.
Ella, de cabellos oscuros que caían como un velo, sonrió. Él, con un porte que destilaba algo indescifrable, devolvió el gesto. Era un encuentro cargado de silencio; el tipo de momento que podría pasar desapercibido para cualquiera, excepto para ellos. Sin embargo, lo extraordinario residía en lo invisible: ella no era de la ciudad, él venía de otro país. La aparente banalidad de la estación contrastaba con el vínculo que había comenzado a formarse, algo tan vasto que ninguna barrera física podría contener. Los vagones no llegaban; nunca lo harían. Todo lo que importaba en aquel instante eran las sonrisas que iluminaban el espacio como dos soles distantes, fundiendo planetas en un universo privado.
En otro lugar, muy lejos y, sin embargo, en el mismo mundo, una mujer estaba del lado externo de las barandas del viaducto. Su silueta era un espectro, invisible para el mundo, que seguía su curso y sus ojos estaban atrapados entre el cielo y el abismo. Las garras de un viento gélido jugaban con su cabello mientras sus pensamientos se tambaleaban entre la esperanza y la desesperación. Las voces en su mente eran un coro implacable, eran los ecos de decisiones fallidas, de sueños rotos, de puertas cerradas.
En una oficina que parecía arrancada de un catálogo de lujo, un hombre estaba sentado frente a un escritorio de caoba pulida. Desde su silla de cuero, miraba un paisaje que cualquier poeta habría envidiado: un cerro majestuoso bajo un cielo adornado con motas de algodón grisáceo que acariciaban la cruz iluminada. Pero su mirada estaba vacía, su mente estaba atrapada en un pensamiento que ninguno de sus logros podía disipar. Sobre el escritorio descansaba una Glock semiautomática, negra y elegante, un objeto que no debería estar ahí, y, sin embargo, parecía encajar con el ambiente de forma macabra.
Había conseguido todo lo que la vida le había enseñado que era importante: dinero, prestigio, reconocimiento. Pero en ese momento, en la soledad de su oficina, esos trofeos eran tan huecos como el cañón de la Glock. Había un peso en su pecho que ninguna joya valiosa podía aliviar. Mientras la pistola lo miraba con intensidad, el hombre suplicaba una forma de cómo vencer el vacío reinante en él.
En la galaxia, en el plano de lo intangible, algo comenzó a moverse. La mujer en el viaducto y el hombre en la oficina eran como estrellas que gravitaban hacia un colapso inevitable. Aunque separados por distancias insalvables, estaban unidos por un lazo invisible: el peso de lo que podrían perder. Para ella, era la posibilidad de que un día su mundo pudiera cambiar, de que la noche diera paso al amanecer. Para él, era la idea de que su éxito podría tener un propósito mayor que la acumulación de cosas. Ambos estaban al borde, en diferentes abismos, pero la gravedad del desespero los mantenía suspendidos en una plegaria a un tal Jesús.
En la estación del metro, el aire se había vuelto más denso. Las miradas seguían atrapadas, las sonrisas habían desaparecido, reemplazadas por una extraña tensión. Ella sentía una presión en el pecho, algo que le reclamaba actuar. Él también lo percibía, una conexión inexplicable que pulsaba entre ellos. Ambos cerraron los ojos y respiraron profundamente, pidiendo que esa sensación se levantara, que aquello malo huyera de allí. Al abrir los ojos, todo cambió.
En el viaducto, la mujer se alejó del borde, sus pensamientos reemplazados por un recuerdo difuso de una mirada y una sonrisa le hicieron voltear para mirar la cruz que brillaba en la montaña. En la oficina, el hombre se levantó de la silla con una sensación extraña. La Glock quedó sobre el escritorio, inofensiva, mientras él se acercaba a la ventana para contemplar la cruz en el cerro.
Nadie podría explicar lo que había sucedido. Quizás había sido un instante compartido en un lugar que trascendía el espacio y el tiempo. Quizás las almas también tienen trenes que las llevan a destinos invisibles. Lo cierto es que, en esa estación de metro donde los vagones nunca llegaban, el universo había conspirado para salvar. Ella y él, no volvieron a cruzarse, pero estaban convencidos de que una mirada puede construir un puente entre el cielo y la tierra.
En el espacio infinito, dos estrellas parpadearon antes de desaparecer en la inmensidad del cosmos. Los observadores del universo dirían que fue una coincidencia. Pero para quienes saben mirar más allá de lo visible, fue un milagro de esos que la gente no comenta, que nadie se entera. En los momentos más oscuros, siempre hay una conexión capaz de iluminar vidas.
Todos los Derechos Reservados. © Copyright 2024 Germán Andrade G.
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Es mi responsabilidad compartir con ustedes que, como hispanohablante, he tenido que recurrir al traductor Deepl para poder llevar mi contenido original en español al idioma inglés. También, hago constar que he utilizado la herramienta de revisión gramatical Grammarly.
Caracas, 11 de diciembre del 2024
🌟English
El Milagro station was a place where the echoes of daily life mingled with the hum of the trains. The crowd glided through the shadows, each in his bubble of thoughts. In a corner, two gazes collided; the universe had conspired to stop time.
She, with dark hair that fell like a veil, smiled. He, with a demeanor that exuded something indecipherable, returned the gesture. It was an encounter charged with silence; the kind of moment that could go unnoticed by anyone but them. However, the extraordinary lay in the invisible: she was not from the city, he came from another country. The apparent banality of the station contrasted with the bond that had begun to form, something so vast that no physical barrier could contain it. The cars were not coming; they never would. All that mattered in that instant were the smiles that lit up the space like two distant suns, melting planets into a private universe.
Elsewhere, far away and yet in the same world, a woman stood on the outer side of the viaduct railings. Her silhouette was a specter, invisible to the world, following her course, her eyes trapped between the sky and the abyss. The claws of an icy wind played with her hair as her thoughts teetered between hope and despair. The voices in her mind were a relentless chorus, they were the echoes of failed decisions, of broken dreams, of closed doors.
In an office that looked like something out of a luxury catalog, a man sat at a polished mahogany desk. From his leather chair, he gazed at a landscape that any poet would have envied: a majestic hill under a sky adorned with specks of grayish cotton that caressed the illuminated cross. But his gaze was empty, his mind was trapped in a thought that none of his accomplishments could dispel. On the desk rested a semi-automatic Glock, black and sleek, an object that shouldn't be there, and yet it seemed to fit the mood in a macabre way.
He had achieved everything that life had taught him was important: money, prestige, and recognition. But at that moment, in the solitude of his office, those trophies were as hollow as the barrel of the Glock. There was a weight on his chest that no valuable jewelry could relieve. As the gun glared intensely at him, the man begged for a way how to overcome the emptiness reigning in him.
In the galaxy, on the plane of the intangible, something began to move. The woman on the viaduct and the man in the office were like stars gravitating toward an inevitable collapse. Though separated by unbridgeable distances, they were united by an invisible bond: the weight of what they might lose. For her, it was the possibility that one day their world might change, that night might give way to dawn. For him, it was the idea that their success might have a greater purpose than the accumulation of things. Both were on the brink, in different abysses, but the gravity of despair kept them suspended in a prayer to Jesus.
In the subway station, the air had become thicker. The gazes were still trapped, the smiles had disappeared, replaced by a strange tension. She felt a pressure in her chest, something that demanded action. He sensed it too, an inexplicable connection pulsing between them. They both closed their eyes and breathed deeply, asking for that feeling to lift, for that bad thing to flee from there. When they opened their eyes, everything changed.
On the viaduct, the woman stepped back from the edge, her thoughts replaced by a fuzzy memory of a look and a smile made her turn to look at the cross shining on the mountain. In the office, the man rose from his chair with a strange feeling. The Glock remained on the desk, harmless, while he approached the window to contemplate the cross on the hill.
No one could explain what had happened. Perhaps it had been an instant shared in a place that transcended space and time. Perhaps souls also have trains that take them to invisible destinations. What is certain is that, in that subway station where the cars never arrived, the universe had conspired to save. She and he never crossed paths again, but they were convinced that a glance could build a bridge between heaven and earth.
In infinite space, two stars blinked before disappearing into the vastness of the cosmos. Observers of the universe would say it was a coincidence. But for those who know how to look beyond the visible, it was one of those miracles that people don't talk about, that no one knows about. In the darkest moments, there is always a connection capable of illuminating lives.
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Caracas, December 11, 2024
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It is my responsibility to share with you that, as a Spanish speaker, I have had to resort to the translator Deepl to translate my original Spanish content into English. I also state that I have used the grammar-checking tool Grammarly.
Dos historias que se mezclan y entrelazan, que al mirar más allá la conexión deambulan y los milagros suceden en la vida, ponerle fin a la vida, no es la mejor solución, ojala ocurran miles de destellos que nos hagan recapacitar, una conspiración del Universo para que ocurra ese milagro...
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