Desde que me conozco he sentido el impulso por servir a los demás, colaborar, ayudar. Tal vez sea porque desde niño se me asignaron responsabilidades o porque simplemente soy muy buena gente. También es posible que al haber estudiado en colegios católicos de alguna forma fui influenciado por su doctrina, eso de amar al prójimo es amarte a ti mismo y como consecuencia amar a Dios. Eso no está mal, malo es cuando los demás creen que es una obligación y pretenden que tu colaboración o servicio se puede exigir porque ya una vez lo otorgaste. Es que la gente se acostumbra rapidísimo.

No pasa un día de mi vida sin que no escuche a alguien que mencione que el doctor tal de la red social [Z] dice que comer mamón con sal, leche condensada y sardina quita la anemia, o que la chica aquella llamada Julia, la colombiana, que sale a cada rato por la red [I] dice que si tu hombre se compra unos bóxeres es que tiene una novia escondida. Así hay sopotocientas versiones de cómo ser más saludable, como ser feliz y hasta como pensar. Esa gente se están metiendo en la vida de los demás con el cuento que están ayudando y sus seguidores dejan que entren en sus vidas sin darse cuenta de que tal vez se estén haciendo un daño. Gamelote, gamelote y más gamelote es lo abunda en internet. Pero lo grave no es que abunde tanta locura, sino que hay espectadores, consumidores para ello.

Pero, así como hay ese desastre, también está el lado bueno, el correcto. Aquellos que son tan responsables que lo primero que te dicen es que nada en internet puede desplazar lo que te dice tu médico, tu terapeuta. La felicidad depende de cada uno de nosotros y nadie puede llegar a decirte como son las cosas porque cada cabeza es un mundo. Hasta nuestros padres se pueden equivocar al darnos su apreciación si antes no haber hecho un examen exhaustivo de nuestras vidas como hijos.

Así como nadie puede llegar y decirnos que su librito de felicidad es lo mejor para nosotros, mucho menos nosotros podemos exportar lo que para nosotros es bueno. ¿Por qué? Por lo mismo de la comparación de cabeza y mundo. Estas locuras acontecen a cada rato, pero lo más aterrador es cuando nosotros nos metemos en la vida de otros y nos adueñamos de sus problemas, sus miedos. Pareciera que no nos bastan nuestros desafíos, vamos y nos metemos en otro océano que nada bueno nos dará.

Como un empeñado en ayudar a los demás, siempre reviso hasta donde puedo llegar, que debo decir y que debo hacer. Tengo suficiente con lo mío para llegar y aturdirme con lo de los demás. Para esos rollos existenciales están los médicos especialistas en el asunto. Antes me mataba por ayudar, pero me calmé porque en más de una ocasión terminé inmiscuyendo en problemas de otros y salía agredido, perdiendo en muchos casos la relación de amistad y hasta familiar.

Así que eso de las esféricas de otros, no van conmigo. Yo con mis esféricas y ya está. Por ello debemos ser siempre claros y hasta repetitivos para expresar “hasta aquí” o para dar el rotundo NO. Eso no significa ser egoísta, pienso que es una muestra de sinceridad con los demás y con uno mismo, porque sabemos hasta donde llegar, cuáles son nuestras responsabilidades y con ello evitamos malos entendidos o disgustos.

Puedes contar conmigo, pero hasta donde yo pueda.