Aquel hombre había sabido ganarse el amor, el respeto y la admiración de todos en el pueblo. No había un habitante que no lo conociera por ser el hombre que siempre regalaba sonrisas, que si tenía oportunidad echaba un cuento o deleitaba con una canción acompañada de su cuatro.

Un día las cosas anunciaron que algo no estaba bien. Aquel hombre sin apartar su esencia decidió ir a una colina en las afueras del pueblo. Al llegar a la cima, se sentó y dejó que la brisa junto con los sonidos de las hojas lo envolvieran. Cerró los ojos y permitió que los pensamientos encontrados junto con los recuerdos se mezclaran.

De repente sintió que no estaba solo y esto le hizo abrir los ojos. No estaba nadie, solo el alboroto de las ramas de los árboles. Como un rayo que estremece la tierra en una tormenta, apareció en su mente la imagen de su padre, quien siempre le decía que la verdadera fuerza no residía en el cuerpo, sino en el espíritu. Su padre había enfrentado desafíos terribles, pero nunca perdió la esperanza, siempre se mantuvo en la fe.

Mientras recordaba, notó que un gavilán volaba en su dirección, captando su atención. Era un hermoso ejemplar de la fauna venezolana. Este se posó en la rama de un árbol cercano al hombre, queriéndose mostrar. El hombre lo observó con fascinación. En ese momento la atmósfera se empapó de quietud y se sintió una seguridad indescriptible.

El gavilán voló hacia el hombre como si pareciera conocerlo y se colocó ante él sin miedo. En ese instante, el hombre sintió una conexión, como si el gavilán le estuviera transmitiendo un mensaje de fortaleza y perseverancia.

El corazón quiso salirse del pecho del hombre. El gavilán se acercó aún más. El pecho comenzó a aflojarse. De inmediato, el gavilán partió rumbo a su destino. Una luz emergió en la mente del hombre. Entendió que, al igual que el gavilán, él también debía avanzar con determinación, sin dejar que el miedo dictara su camino. Había mucho por hacer, no había chance para rendirse. Estaba la familia, los amigos y las lecciones que aún tenía que aprender y compartir.

La energía floreció y el hombre se levantó para regresar al pueblo, no sin antes hacer un juramento. No importaba lo difícil que fuera el camino, él enfrentaría cada día con valentía, encontrando en la simplicidad la fuerza para superar cualquier adversidad. Ninguna adversidad escribiría el fin de su historia, sino más bien, el comienzo de una nueva etapa de resistencia y descubrimiento.

Al final de esa tarde, un ocaso hermoso, con pinceladas de naranjas y rojos profundos, anunció la promesa de que pronto llegará un nuevo amanecer. El hombre sonrió. Había encontrado en la quietud y en la naturaleza una esperanza poderosa. Y así, con el corazón lleno de valentía y la mirada fija en el horizonte, el hombre se dispuso a vivir cada día con gratitud, sabiendo que cada amanecer traería consigo nuevas oportunidades y que el amor siempre estaría con él, dándole fuerzas para continuar.

Dedicado al buen amigo Landis (@lecumberre), quien está en mis oraciones.