Entiendo que los pasatiempos van variando según vayamos madurando, pero como añoro estar con mis bloques.

Desde niño, construir naves espaciales con mis bloques de LEGO era mi pasatiempo favorito. Cada pieza encajaba perfectamente, como si estuviera destinada a formar parte de un viaje espacial que solo yo podía imaginar. La concentración y la paciencia me enseñaron a crear algo de la nada, a dar vida a mundos que solo existían en mi mente. Junto con ello también disfrutaba de ver los dibujos animados. Mis favoritos: Ramona, la gata loca y Mighty Mouse

Después pensé que mi verdadera pasión era correr. Siendo todavía un niño, el simple acto de ir a todos lados a toda velocidad me llenaba de una felicidad indescriptible. Esa sensación de libertad y ligereza me acompañó a lo largo de los años, convirtiéndome en el más rápido del colegio y luego del liceo. Era como si mis piernas estuvieran hechas para recorrer distancias sin límites, rompiendo marcas y superando desafíos.

Al crecer, mi amor por dormir se hizo evidente. No importaba la hora o el lugar, siempre encontraba consuelo y paz en el acto de descansar. Fue entonces cuando también descubrí mi pasión por las películas; cada noche, antes de entregarme al sueño, me sumergía junto con mi padre en historias que me transportaban a mundos alternativos llenos de emociones intensas. Air Force One con Harrison Ford y el grandioso Gary Oldman la he visto más de cien veces. Sí, estoy algo tocado.

Independizarme trajo consigo nuevas experiencias. Compré un carro y mi destino los fines de semana era la playa. El parque nacional Morrocoy en Venezuela se convirtió en mi refugio, donde el sol y el mar eran mis mejores compañeros. Pero algo inesperado cambió mi rutina. Intenté practicar windsurf con una tabla Mistral inmensa y me clavé. Eso fue en bahía de Cata, Venezuela. Esa historia se las cuento después.

Hace poco, sumergirme en la edición de imágenes se convirtió en mi escape. Manipular fotos y crear composiciones visuales me permitía desconectar del mundo real, aislarme en un espacio donde solo existían las formas y los colores que yo elegía. Es mi nueva forma de relajarme, de perderme en un universo propio y que yo pensaba que se podía controlar.

No todo se puede controlar. Un día, mientras editaba una fotografía que me había enviado una prima que vive en la ciudad de los llanos centrales de Venezuela llamada Calabozo, ciudad en donde nació mi padre, noté algo extraño. En la imagen que parecía un dibujo, al ampliarla, descubrí que era un paisaje llanero y debajo de un inmenso árbol se veía una niña que resultó ser mi prima Rosario. Rosario murió cuando ambos teníamos seis años.

La imagen me trasladó a esos días de juego con mi primita. Quise detallar más la imagen e intenté optimizarla. Sin darme cuenta, las horas se consumieron en un dos por tres y se hicieron las tres de la madrugada, la hora de las brujas, decía mi madre. Pero eso no me importaba, yo estaba en lo mío, disfrutando. Hasta que sucedió lo impensable. El rostro pálido de Rosario se volteó hacia mí y sus ojos negros me miraron intensamente haciéndome sentir que crecían y me atraparían. Apagué la laptop y me fui a la cama.

Al final del camino, frente a algo que jamás pensé o viví, entendí que mis pasiones y pasatiempos no solo eran escapes, sino también preparativos para un encuentro con lo desconocido que cambiaría mi vida para siempre.

Creo que mejor me quedo con mis películas o vuelvo con mis bloques.