Nathan sabía que sus padres habían tenido una visión sobre lo que sería su vida cuando creciera y se convirtiera finalmente en un adulto, imaginándose a un exitoso arquitecto, abogado, doctor, ingeniero… pero la realidad se encontraba muy lejos de ese sueño que aunque les doliera en el alma jamás se cumpliría. No podía siquiera sentirse molesto por la notable decepción que sentían cada vez que lo veían porque él mismo se sentía así al mirarse en un espejo, precisamente porque su visión de lo que sería su vida adulta nunca incluyó un escritor frustrado que había perdido las ganas de vivir y se sentaba en la sala de su pequeño departamento alquilado observando a la nada mientras tomaba una taza de té barato, en un intento por encontrar algo de estabilidad emocional.

¿Dónde había quedado ese niño risueño que se sentía orgulloso por haber terminado su libro sobre los dinosaurios que se perdieron en la luna? ¿Dónde había quedado toda esa creatividad que le desbordaba por los poros sin miedo a lo que dirían los demás? ¿Desde cuándo le afectaba que su padre le dijera que escribir no era un trabajo real y que debía dejar atrás esa fantasía? ¡El pequeño Nathan le hubiese respondido que se equivocaba! Sin embargo, el problema estaba en que ya no era el pequeño Nathan, había crecido y su visión por el mundo poco a poco había cambiado sin que se diera cuenta, apagándose esa chispa que le hacía ver el mundo con los ojos brillando con curiosidad por descubrir todo lo que estaba a su alcance.

Las lágrimas repentinas nublaron su visión, un sollozo quedando atrapado en el nudo de su garganta por un segundo para salir con desesperación segundos después, traspasando esa barrera que había creado alrededor de sus sentimientos de manera que no terminaran manifestándose, porque ello supondría tener que aceptar que esa profunda tristeza que le hacía doler el pecho como si alguien estuviese apretándole el corazón era real. No pudo evitar terminar recostándose en el suelo, su cuerpo simplemente parecía haber dejado de obedecerle, dejándose llevar por las sensaciones que lo estaban desbordando, por ello no notó siquiera que en algún momento había dejado caer la taza, ahora en pedazos con su contenido esparcido a su lado.

El té sobre el suelo comenzó a extenderse hasta llegar a mojar una de sus manos, eso lo ayudó a volver a conectarse con el mundo, respirando profundo para que su respiración acelerada pudiera tranquilizarse. De cualquier manera siguió allí sin moverse aún luego de recobrar la compostura, mirando el techo con la mente en blanco. Cuando sintió otra vez la humedad del té en su mano, se fijó en ella por un segundo al terminar de quitarse el líquido ayudado de su propia ropa. Ahora podía recordar cuando sus manos nunca se encontraban limpias, de pequeño le encantaba dibujar a los personajes de sus cuentos y acostumbraba usar pinturas porque era más divertido, pero su mamá en un momento se lo prohibió porque había manchado los muebles.

Esto lo hizo preguntarse dónde se encontrarían sus dibujos, debían estar en alguna caja ya que su madre se había encargado de darle todas sus pertenencias cuando se mudó, no era una mujer de muchos sentimentalistas como para guardarlos como un recuerdo de su niñez, pero al menos tampoco era tan mala para haberlos botado en la basura, dentro de todo tenía que estar agradecido por eso. Pensando un poco mejor, estaba casi seguro de que se encontraban en una de las cajas debajo de su cama, por lo que se levantó por fin del suelo en la misión de encontrarla como propósito, sus pies descansos atravesando el departamento con rapidez, pues moría de curiosidad por recordar cómo eran sus dibujos de niño, esos que habían quedado olvidados hasta ahora pero por los que sentía cariño.

Encontrar la caja hizo que por primera vez en el día se le formara una gran sonrisa en el rostro, arrastrándola hacia la luz con emoción. Todo lo que estaba adentro eran dibujos, fragmentos de escritos a mano minados de errores y hasta algunos intentos de convertir medias en los personajes que habían terminado en figuras deformes. Podía sentir toda la ilusión que tenía cuando era niño en cada una de las cosas que iba sacando, el amor que le ponía a sus historias como si fuesen un tesoro y le hacía sentirse avergonzado porque ya no quedaba nada de eso. Con el dibujo de un pájaro con plumas de arcoíris, soltó un suspiro de aceptación, porque aunque quisiera seguir negándolo, desde hacía mucho que no se sentía feliz con lo que hacía.

— ¿Desde hace cuánto que no hago lo que me hace feliz?

En ese instante, escuchó a alguien llamarlo desde la sala.

— ¿Nathan?

— ¡Estoy aquí, Zoey! —Alzó la voz para que lo escuchara.

— Te llamé un par de veces antes y… —Deteniéndose en el marco de la puerta después de verlo, Zoey dejó de hablar y se apresuró en llegar a su lado, sentándose en el suelo— ¿Estuviste llorando? —Preguntó preocupada.

— Creo que he estado haciendo las cosas mal, Zoey. Dejé de hacer lo que me hacía feliz intentando encontrar un punto medio entre lo que los demás querían que hiciera y lo que yo quería hacer, pero no está resultando.

— Nathan, sabes que siempre te he apoyado en lo que sea que quieras hacer.

— ¿Aunque eso sea hacer cuentos para niños? —Murmuró Nathan.

— ¿Cuentos para niños? —Preguntó confundida.

— Sí… puedo verme a mí mismo escribiendo libros para que los niños se sientan mejor sobre sí mismos, libros que les hagan saber que son apreciados por ser quienes son, que no importa lo que los demás digan, que siempre deben seguir sus sueños. —La miró— Le quiero dedicar a nuestro hijo algo que me represente, no un estúpido libro que nunca quise escribir pero pensé que iba a darnos dinero.

Zoey lo abrazó, acariciando su cabello.

— Nuestro hijo estará orgulloso de tener a un padre tan talentoso y creativo como tú, no quiero que tengas dudas sobre eso. La única visión que he tenido para nuestra vida es la de ser felices, y hasta ahora has sido un compañero ejemplar, dulce, respetuoso, que ha intentado dejar de lado sus sueños por su familia… pero una familia de verdad no hace que nadie abandone sus sueños, los ayuda a alcanzarlos, y eso es lo que yo quiero ser para tú, un apoyo.

Fiel a su palabra, Zoey estuvo allí apoyándolo, incluso ayudándolo a comprender que sí había conseguido alcanzar su sueño cuando tuvo por fin la copia de su primer libro para niños entre sus manos, uno titulado ‘El Señor Tobbs aprende a volar’ que sería también el primer libro que leería su hijo, Tom. Si le hubiesen dicho que durante un momento de vulnerabilidad se encontraría con el camino de regreso a ser feliz por completo nunca lo hubiese creído, pero allí estaba, viendo a su hijo crecer junto a sus libros, esos que ahora lo hacían sentirse satisfecho. De todas las visiones que había tenido sobre su futuro, esa era la mejor, porque se había convertido en una realidad de la que disfrutaba cada día y no la cambiaría por nada.