¿Es posible extrañar a alguien que todavía se encuentra a tu lado? Había buscado alguna explicación a esa sensación de vacío dentro de su pecho y esa era la única que conseguía describir lo que sentía, como si estuviese atravesando por el duelo que viene después de haber perdido a un ser querido. El problema estaba en que veía a esa persona cada día, hablaban por teléfono con frecuencia suficiente para ser considerado una obsesión pues no había momento donde no estuviesen manteniendo el contacto de alguna manera, sea un mensaje rápido durante el descanso del almuerzo en el trabajo, una llamada cuando iba de regreso a casa, una videollamada antes de acostarse a dormir… al menos así era, antes de que apareciera Don Sonrisa Perfecta para arruinar todo lo bonito que tenía en la vida.

Por primera vez en años le había enviado un mensaje a su jefa diciéndole que no podría ir al trabajo porque se encontraba enferma, se sentía algo mal por mentirle pero quizá en realidad no lo estaba haciendo, pues su cuerpo pedía a gritos que se quedara en la cama durante todo el día sin hacer nada. Tuvo que obligarse a levantarse para hacerse por lo menos una taza de café como desayuno, arrastrando los pies de ida y vuelta. Mientras le daba unos cuantos minutos al líquido para que se enfriara, se limitó a mirar la lluvia por la ventana, disfrutando de su suave golpeteo contra el vidrio. Justo cuando se disponía a intentar dar el primer sorbo, su celular comenzó a sonar con una melodía que reconocía a la perfección, indicándole que la estaban llamando. Respirando profundo, lo tomó con su mano disponible y contestó.

— ¿Cómo te sientes, cariño? —El tono de preocupación era evidente.

— Eh… bien.

— No, no estás bien. Rebeca me llamó y me dijo que ibas a faltar hoy al trabajo porque estás enferma. Tú nunca has faltado al trabajo, ni siquiera cuando te rompiste la pierna.

— No seas exagerada, Margaret. Y Rebeca debe dejar de llamarte por estas cosas.

— Por algo se supone que soy tu contacto de emergencia, Greta. Apúrate y ábreme que ya llegué.

— ¿Llegaste a dónde?

Dos golpes provenientes de la entrada le respondieron.

Estaba tan aturdida por aquella repentina llegada que cuando Margaret entró con bolsas dirigiéndose directamente a la cocina mientras no paraba de hablar, no entendió nada de lo que le estaba diciendo. Esta no pareció darse cuenta, concentrada empezar a cocinar, por lo que aprovechó para sentarse en el mueble de la sala, admirando la manera en que se movía con tanta gracia sin siquiera intentarlo. Un pensamiento fugaz llegó a su mente antes de que pudiera evitarlo, esa gran posibilidad de que momentos como ese nunca se repitieran, algo que le provocó una puntada en el pecho. Las lágrimas se acumularon en sus ojos y se le formó un nudo en la garganta que contuvo porque sabía que lloraría si se descuidaba pero fui inútil, en menos de un par de minutos un sollozo salió de sus labios, alertando a Margaret de lo que estaba pasando.

— ¿Por qué estás llorando? —Preguntó Margaret en un murmullo, acercándose a Greta hasta sentarse a su lado para tomarla de la mano.

— Te extraño.

— ¿Qué? Estoy aquí.

— ¿Lo estás?

— ¿Qué se supone que significa eso?

— ¿Hace cuánto que no tenemos una noche de películas? ¿Cuándo fue la última vez que hicimos una videollamada preparando el desayuno para hacernos compañía?

— Greta, Greta, espera un segundo porque no entiendo nada.

— No es lo mismo, Margaret, desde que comenzaste a salir con Héctor simplemente no hemos hecho nada de lo que solíamos hacer.

— Hablamos todos los días y nos vemos varias veces a la semana, Greta. Perdóname si he descuidado nuestra amistad, pero te prometo que Héctor no tiene nada que ver.

Greta soltó una risa sin gracia, desprendiéndose de Margaret para limpiarse las lágrimas que recorrían sus mejillas. De un momento a otro se levantó del mueble, comenzando a caminar por la habitación sin ningún rumbo fijo en un intento por ordenar el desastre en su mente, pues quería decir tanto que al final no sabía por dónde comenzar ni si debería hacerlo siquiera, se había reprimido tanto que la sola idea de finalmente liberar todo eso que se escondía en lo más profundo de su ser le aterraba, porque sabía que cruzaría una línea que marcaba un punto de no retorno. En una muestra de frustración se llevó ambas manos hacia el rostro, estrujándoselo al tiempo que soltaba un quejido para retomar sus erráticos pasos pero con mayor rapidez hasta que finalmente Margaret la agarró por los hombros, obligándola a mirarla.

— Me estás preocupando.

— Desde que lo conociste no hemos parado de distanciarnos. —Dijo molesta.

— La que comenzó a distanciarse fuiste tú, desde que fui a esa cita hace unas semanas has estado diferente.

— ¿Para qué quieres hablar tanto conmigo? Ahora tienes novio.

— Dios, Greta, estás haciendo esto más complicado.

— ¡Lo sé! —Exclamó, volviendo a tomarte el rostro con ambas manos entre quejas.

— Habla conmigo, si no me dices qué es lo que pasa no podremos resolverlo.

— No puedo.

— Sí puedes, recuerda que pase lo que pase siempre nos tendremos la una a la otra, nos lo prometimos.

— No querrás saber nada de mí cuando te lo diga… te voy a perder definitivamente, por eso prefiero extrañarte así como estamos, aun teniéndote a mi lado a pesar de que no va a ser lo mismo, que nosotras no seamos las mismas de antes. —Susurró entre llantos sin dejar de mirarle a la cara— Extraño a la persona que se aparecía en la puerta de mi casa sin avisar un viernes por la noche para quedarse todo el fin de semana así no tengamos nada que hacer, extraño a esa persona que siempre quiere dormir abrazándome porque dice que así duerme mejor, extraño a la persona que me dice todos los días que me ama y quiere que estemos juntas para siempre, extraño a la persona con la que me imaginaba teniendo mi final feliz. Esa ilusión de que seríamos tú y yo contra el mundo nada más se rompió cuando conociste a Héctor, ahora sé que es imposible.

El estruendoso sonido de un trueno hizo que Greta pegara un grito y brincara asustada a los brazos de Margaret, quien la envolvió en un gesto protector. Podía percibir el aroma dulce proveniente del perfume que usaba, por lo que inconscientemente con la punta de su nariz comenzó a recorrerle el cuello hasta terminar con su rostro escondido allí, como si ese fuese su lugar natural. La calidez de aquellos brazos fuertes que la sostenían era lo que necesitaba para calmarse, su respiración volviendo a la normalidad poco a poco con el paso de los segundos, dándole paso a un silencio donde lo único que se escuchaba era la lluvia de fondo. No sabía cuánto tiempo había pasado antes de que con delicadeza las manos de Margaret se posaran en sus mejillas, moviendo los pulgares en círculos cual si estuviese acariciando algo preciado.

— No quiero que me extrañes más. —Murmuró.

— ¿Qué?

— Greta, hace unos días le dije a Héctor que no podíamos seguir saliendo.

— Pero me dijiste que te gustaba demasiado.

— Pensé que sería suficiente, pero cada vez que estaba con él… te extrañaba a ti. Cada vez que estábamos juntos no paraba de pensar en ti, extrañaba tu risa, tu voz, tu cabello, tus manos, tu sentido del humor, tu compañía, no era lo mismo, nunca será igual, me di cuenta de que solamente tú has conseguido hacer sentir a mi corazón como si estuviese en casa. —Le sonrió— Te extraño cada mañana cuando despierto y no estás, por eso es que cada viernes por la noche me es imposible aguantarme las ganas de venir a pasar el fin de semana contigo, porque quiero estar a tu lado tanto como sea posible. No quiero seguir extrañándote, ni tampoco que me extrañes a mí, si tú quieres podemos intentarlo, no más excusas.

Margaret abrió la boca para seguir hablando, pero Greta no la dejó, robándole lo que se convertiría en el primero de muchos besos.