— Esto no va a funcionar.

— ¿De qué estás hablando, Joshua?

— Me siento incómodo en esta relación, Lisa, he estado aguantando demasiado.

Para Lisa, aquellas palabras se sintieron como una puñalada en su corazón, dejándola inmóvil en el sitio y con unas inmensas ganas de llorar. Respirando profundo desvió su mirada intentando ocultar ese dolor por el cual estaba atravesando, enfocándose en todo lo que pasaba del otro lado del ventanal del restaurante donde se suponía iba a disfrutar de una romántica velada. Las personas caminaban por las calles ajenas al dilema que se le presentaba, renuente a querer afrontar las implicaciones de la situación pero sabiendo que necesitaba reaccionar, aunque no supiese muy bien de qué manera. Cuando volvió a mirar en dirección a su acompañante, se encontró a Joshua concentrado escribiendo en su celular con una gran sonrisa en su rostro sin prestarle atención a su alrededor, parecía como si minutos atrás no hubiese terminado una relación de meses y ella no estuviera en frente todavía procesando la información.

— ¿Hice algo mal? —Preguntó en un murmullo.

En un gesto de molestia, Joshua lanzó su celular sobre la mesa con el ceño fruncido.

— Mira, no es tan profundo, ¿de acuerdo? No me gustas. Cuando te conocí pensé que no me iba a importar salir con una persona… tú sabes, así, pero no es lo mismo, es extraño. Lo mejor que podemos hacer es terminar y que cada quien vuelva a lo suyo.

Si había esperado alguna respuesta, Lisa no se enteró, pues después de escuchar aquello, las lágrimas comenzaron a salir y su mente se desconectó por completo de lo demás a su alrededor, regresándola a todos esos momentos donde había sido abandonada por estar atada a algo que nunca eligió. El rechazo era una circunstancia que conocía muy bien de la cantidad de veces que la había experimentado, empezando durante su niñez, cuando sus padres la dejaron abandonada al lado de una iglesia. Ella era la niña nunca adoptada, a la que nadie quería elegir para las actividades en grupo, y que incluso al crecer, sentía que estaba siendo constantemente juzgada. Sí, le afectaba, pero no había dejado que eso le impidiera seguir adelante en la vida, graduándose de la universidad con calificaciones excelentes, consiguiendo un trabajo en un área donde podía demostrar sus habilidades, independizándose en un departamento donde se sentía cómoda… pero sola.

— Señorita, ¿necesita ayuda?

Recomponiéndose un poco, Lisa miró al mesero, apenada.

— No, no, gracias. —Respondió apresurada mientras recogía sus cosas de la mesa.

— ¿Necesita ayuda con la silla de ruedas?

Cerrando los ojos ante la pregunta, Lisa negó con la cabeza, apretando fuerte los aros de empuje luego de asegurarse de que no estaba olvidándose de algo para dirigirse hacia la salida del restaurante, con un mesero detrás mirándola de cerca. Detestaba que muchos la trataran como un ser indefenso que siempre necesitaba ayuda pero de tantas veces que alguien le ofrecía ayuda en el día simplemente se había acostumbrado a ignorarlo, por lo menos cuando se trataba de personas a las que veía con frecuencia como compañeros de trabajo y vecinos, llegaba un momento donde dejaban de ofrecerse. La sensación que la invadió al salir del restaurante fue de libertad, no solamente porque se estaba alejando del sitio que a partir de ese día le traería malos recuerdos, sino también por librarse de la incómoda compañía del mesero, quien la había acompañado en silencio inclusive dentro del ascensor que la llevó a planta baja.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando el frío de la noche le impactó, apresurándose en llegar a su departamento, que se encontraba a dos cuadras del restaurante. Tal vez el haber agendado la cita en uno de los pocos buenos restaurantes accesibles para ella que estaban cerca de donde vivía no había sido la mejor idea del mundo, pero se dispondría a superarlo, ya que no tenía planes de mudarse pronto. Una de las razones por las que se había decidido por alquilar un departamento en esa zona era precisamente porque tenían muchos espacios donde podía moverse con mayor libertad, con aceras amplias donde no se le hacía tan incómodo transitar. En lo único que podía pensar era en sentarse frente a la televisión con helado y galletas mientras veía cualquier película de Disney entre todas sus lágrimas, porque si de algo estaba segura era que dos segundos después de entrar, no podría seguir aguantando las ganas.

El recibimiento que tuvo cuando llegó a su departamento fue algo diferente.

— No hay ascensor. —Comentó el vigilante, mirando su teléfono desinteresadamente.

— ¿Qué? —La pregunta le salió como un grito sin pretenderlo.

Ante esto, el vigilante levantó la vista, suspirando cuando la vio.

— El ascensor se dañó y el técnico no viene hasta mañana por la mañana.

En ese momento, notó la presencia de alguien más llegando al edificio, que se trataba de la única vecina con quien compartía piso, Abbigail.

— ¿No puedes conseguir a alguien que venga a repararlo ahora? —Preguntó con molestia— Hay personas que necesitan el ascensor.

— Todos necesitan el ascensor.

— Eres increíble. —Refunfuñó Abbigail— ¿Llamaste a preguntar si podían hacer algún tipo de excepción y venir ahora?

— Me dijeron mañana en la mañana, no hay nada que pueda hacer.

— Eres un… —Cualquier cosa que iba a decir después, se lo guardó para ella misma.

La mirada de Lisa se encontraba en las escaleras que evidentemente no podría subir por su propia cuenta a menos que se arrastrara y considerando que vivía en el décimo piso, no sería un trayecto muy fácil, además de que tampoco sería la decisión más inteligente.

— ¿Lisa?

Escuchando la suave voz de Abbigail, Lisa se dio cuenta de que esta se encontraba aún a su lado, ahora mirándola atentamente.

— Hola, Abbigail, ¿cómo estás? —Trató de sonar casual.

— Con hambre, me entretuve con el trabajo y se me olvidó cenar, salí a comprar algo. —Le respondió, alzando su mano con dos bolsas de papel.

— Ya… debes querer llegar ya a casa.

— ¿Qué quieres hacer?

— ¿Disculpa?

— ¿Qué quieres hacer sobre lo del ascensor? Travis no te va a ayudar. —Dijo, mirando al vigilante que ya se encontraba ajeno al mundo mirando su celular.

— No quiero molestarte con algo así, sé que necesito ayuda.

— Podría… ¿cargarte?

No le gustaba la idea, pero ¿qué más podría hacer? Si el ascensor no iba a funcionar, no le quedaba otra opción que usar las escaleras, y si no podía usar las escaleras por ella misma, alguien tendría que ayudarla. Podía sentir que Abbigail no tenía intenciones de hacerla sentir incómoda, al menos le preguntó en primer lugar qué era lo que quería hacer en esa situación donde evidentemente necesitaba ayuda, sin ofrecérsela antes de que aceptara necesitar ayuda.

— Supongo que es lo único que podríamos hacer ahora. —Respondió resignada.

El trayecto arriba no fue tan dificultoso como había esperado, al ser Abbigail una mujer atlética y musculosa, cargarla se le hizo sencillo, algo que la sorprendió por completo ya que nunca había reparado en ese detalle, pero una vez estando entre sus brazos resultaba muy difícil no notarlo. De cualquier manera, la forma tan delicada con la que la dejó en el sillón de su departamento mientras volvía a bajar para buscar su silla de ruedas, sin que se sintiera como si se tratara de una muñeca de porcelana, fue lo que le gustó más de la interacción.

—Oye… ¿no te gustaría cenar conmigo? Creo que compré comida de sobra. —Preguntó al regresar, una vez terminó de colocar la silla de ruedas en su posición.

— Soy vegana. —Fue lo único que atinó a decir.

Abbigail le sonrió.

— Yo también.

¿Quién le iba a decir que ese sería el inicio de una hermosa amistad que terminaría en la relación que siempre estuvo esperando? Un evento para nada agradable que la llevó a un encuentro inesperado, que probablemente no se hubiese presentado en circunstancias diferentes. Ahora cuando le preguntaban si creía en el destino, no podría decir otra cosa que no fuese un efusivo sí, porque estaba segura de que eso era lo que le había llevado a encontrarse con Abby aquella noche, la noche donde encontró a alguien que por fin la amaba tal y como era.