Hispaliterario 12 - No Son Humanos

La noche se cierne sobre el pueblo y mis pensamientos divagan entre mis días anteriores y mi presente, un tanto no deseado. Caminando errante y casi sin rumbo, buscando escapar de mi pasado tan desalentador y complicado, hoy me encuentro camino a esta pequeña escuela en un pueblo perdido de las llanuras de mi país. ¿Cómo llegue a este lugar? Ni yo mismo me lo puedo explicar. Pero, me siento como si hubiese despertado de un letargo, que me mantuvo sumergido en un mundo irreal, donde las drogas y el desenfreno casi acaban con mi vida. Solo sé que debo dar las gracias a Teobaldo, un amable anciano que me ha recibido con mucho cariño y me ha permitido, al menos, pasar las noches en la vieja escuela del pueblo, para que la cuide y al menos, tenga donde dormir.

La comida que me ha preparado Eufrasia, la encantadora esposa de Teobaldo, me sabe a gloria. Un suculento arroz, acompañado de carne guisada con papas y zanahorias, tajadas de plátano y un par de suaves arepitas, son un manjar para este desdichado de la vida. Después de cenar, me dispongo a descansar en el chinchorro, en un salón un tanto derruido por el paso del tiempo. A pesar del calor, puedo disfrutar de una brisa fresca que se cuela por el alto de una pequeña pared frente a mí y que me permite mirar el cielo estrellado, ya que, de ese lado, no posee techo. Observo el despejado firmamento con sus múltiples luciérnagas nocturnas, cuando de pronto, las ramas de los árboles detrás de la pequeña pared se mueven de una forma extraña.

Concentro mi vista en ellas y me parece que no se mueven con el vaivén del viento. En principio, me dan la impresión que se elevan más alto de lo que deberían y noto, no se debe a que me esté meciendo en el chinchorro. Luego, veo como las ramas simplemente se ocultan bajo el borde del muro y ahora, solo hay un cielo oscuro detrás de ella. Extrañado, no dejo de mirar el borde de la pared, esperando que las ramas regresen a su posición original, cuando el horror, se hace presente. Veo aparecer, lo que parece una gran rama que pasa sobre el muro y se aferra del lado interior. Después, le sigue una y otra más, hasta que logro percatarme de que esas cosas, deben ser parte de una gran y horrible mano. Me incorporo en el chinchorro y seguidamente, aparece otra gran mano sujetándose del borde. El miedo me invade, pero lo que me paraliza, es lo que veo a continuación.

Mientras miro lo que sin duda son grandes y espantosas manos sujetándose del borde de la pared en donde me disponía a descansar, entre ellas, emerge una horrorosa figura, con un rostro verde y muy grande, ojos inmensos y brillosos, una boca parecida a la de un gran sapo y la cual se eleva mucho más alto de la pared que se interpone entre nosotros. Esa cosa, no deja de mirarme y detallo que tiene forma parecida a un gran tronco, pero con una textura abrillantada y sin duda, cubierta de una repugnante sustancia babosa. Aun impactado, no dejo de mirarla y dudo en echarme a correr, ya que la puerta de salida, queda justo al costado de donde se encuentra el espanto. Esta se acerca aún más al borde de la pared, como para detallarme más de cerca, momento que aprovecho para correr y salir disparado por la puerta.

Corro como nunca lo había hecho en mi vida y después de salir a la calle, volteo para ver como el espanto, simplemente pasa sus enromes y huesudas piernas por sobre la cerca de alambre que rodea a la escuela. Sin camisa, me dirijo a toda prisa por el medio de la calle hacia la casa de Teobaldo, mirando como esa cosa avanza tras de mí. Jadeando y casi desmayado por el miedo, golpeo con fuerzas la puerta, mientras grito pidiendo ayuda. Casi de inmediato, Teobaldo abre la puerta y sin pensarlo, entro a la vivienda mientras grito que un espanto me persigue. Teobaldo me invita a sentarme y se asoma fuera de la casa. Luego de unos breves momentos, regresa y me mira con una cara muy seria. Pero cuando creí que todo había terminado, de nuevo el terror me invade.

Eufrasia, la amable esposa de Teobaldo, se hace presente en la sala, desnuda. Pero no me aterra su desnudez, sino su aspecto, ya que sus manos ahora tienen unas enormes uñas, como el tamaño de unas dagas. Me mira con ojos rojos llenos de sangre y de inmediato le dice a Teobaldo:

— Te dije que Onisesa no podría con él, — y sin que me diera tiempo a nada, se abalanza sobre mí. Sus enormes patas, parecidas a las garras de un animal salvaje, se aferran de mis piernas, obligándome a quedar sentado en el mueble. Con una de sus manos, sujeta mi cuello y sus uñas filosas se clavan causándome un gran dolor. Mientras me mira con furia, acerca su repugnante cara y me olfatea.

— Acabemos con él, tengo mucha hambre, — escucho hablar a Teobaldo. Trato de gritar y de zafarme, pero, este ser monstruoso me sujeta con una fuerza inusual. Apretando con más fuerza mi cuello, la veo que se incorpora un poco sobre mí y luego, siento como su garra entra en mi costado, perforando mis entrañas y desgarrando mi cuerpo. El dolor es inmenso, pero a la vez, breve y en cuestión de pocos minutos, entrego mi cuerpo y mi alma a estos seres malvados del más allá.

Desde entonces, soy un alma en pena, atrapado entre el mundo de los vivos y los muertos, vagando en las calles de este sombrío pueblo, algunas veces escapando de Teobaldo, Eufrasia y todos los espantos que aquí habitan y otras, de quienes asustados y creyendo que de alguna manera se libraran de esta maldición, combaten con rezos, inciensos y alabanzas a estos malignos seres, de los cuales, ahora soy parte. Tengo que admitirlo, ahora, no soy humano.