Authority Abuse - Abuso de Autoridad

El nuevo impacto le dejó completamente inmovilizado. Un fuerte dolor en el pecho le indicó que algunas costillas se habían llevado la peor parte. Se preguntó porque no lo había visto venir con mayor claridad. En el fondo, muy en el fondo había tenido el presentimiento de que algo así ocurriría. Pero jamás imaginó que el Día D terminara por llegar, ni mucho menos de manos de aquel anciano ¿Anciano? Ahora no se veía tan anciano, incluso, no se parecía al anciano.

Lo más lamentable es que solo le quedaban menos de treinta días para jubilarse. Pero nada podía ponerlo en antesala de aquello.

Si, el día había comenzado con toda normalidad (aunque por alguna razón Margarita se mostró muy reacia a que fuese a trabajar), solo tenía pendiente un procedimiento, el procedimiento. Él y sus muchachos debían allanar una vivienda en el barrio para lograr la detención de un sujeto sindicado de vender drogas.

Habían llegado al lugar a bordo de dos patrullas y se apearon con la violencia que ameritan esos casos, todos exhibiendo sus armas de reglamento. En un santiamén hicieron retroceder a los curiosos, pero habían algunas personas reunidas en el patio de la casa, la comitiva dio las inmediatas órdenes de desalojar el área y… y aquella mujer se había asomado a la puerta ante el alboroto que se formaba, indignada había pedido explicación por lo que ocurría y Rodríguez, el impetuoso Rodríguez… ¡Demonios! Había tenido suficiente tiempo para enmendar la conducta de los chicos, pero siempre le dio largas al asunto a sabiendas de que estaba mal y ahora su omisión le pasaba factura.

Lo cierto era que el bueno de Rodríguez había agarrado a la mujer por los cabellos y de un violento empellón la arrojó al suelo ¿Era ella culpable? Por supuesto que no, ni siquiera tenía mayor relación con la casa. Era sólo una vecina que en ese momento hacía una rápida visita a la vivienda, o al menos eso declararon los testigos que habían escogido entre los mirones.

Y allí había aparecido aquel supuesto anciano, probablemente de entre las personas que estaban reunidas en el patio

-¿Quién demonios se han creído ustedes? Habían sido sus palabras exactas y por supuesto, toda la comitiva se detuvo asombrada ¿Cómo era posible que un vulgar “civil” osase cuestionar los procedimientos de los gendarmes de la ley? Debía admitirlo, también él consideró que el sujeto ameritaba un buen escarmiento. -¿Piensan que pueden hacer lo que se les venga en gana por estar armados y sentirse más poderosos que cualquier mortal?- El individuo hablaba sin amilanarse en lo más mínimo. De haber sabido lo que les aguardaba habría contenido a sus hombres, en fin, era el Comisario, pero ya los muchachos se aprestaban a someter al elemento, luego de unos cuantos golpes y patadas le colocaron las esposas y lo subieron a una de las patrullas. Sin saberlo se habían puesto la soga al cuello.

Otra cosa era que el procedimiento había culminado sin resultado pues el objetivo no estaba en la vivienda, pero los muchachos tendrían a alguien con quien desahogar su furia.

Aún en el comando podrían haberse librado de lo que les esperaba soltando al hombre, que, en realidad, tenía que reconocerlo, no había hecho nada. Y fue Gutiérrez quien aceleró su perdición. –Bien, mi abogado de los débiles y maltratados, ahora te vamos a dar una demostración de lo que puede hacer nuestro amigo “Bonito”- dijo mientras conducían al prisionero a la celda donde “trataban” a los detenidos al tiempo que tomaba de la pared el enorme rolo con el que golpeaban a los reos para “hacerles cantar”. Pero apenas al entrar en la celda el anciano se detuvo y sin girarse siquiera extendió las esposas que aún nadie le había quitado. Sin querer sentirse amilanado por aquella proeza Gutiérrez enarboló a “Bonito” para infringir el primer castigo al prisionero pero antes de lograr su objetivo una súbita fuerza lo arrojó con impulso desmedido contra la pared de la celda.

El sonido de “Bonito” cayendo y rodando por el suelo sería algo que ninguno de ellos olvidaría, no tenía la menor duda. Aún sin salir de su asombro habían sentido como todos eran absorbidos al interior de la estancia y sin poder explicarlo estaban alrededor del sujeto víctimas de una especie de parálisis que les impedía cualquier movimiento. En ese momento el anciano sacaba una gruesa cadena dorada del bolsillo de su pantalón de la que colgaba un enorme reloj acabado en el mismo material. –Bien, bien, bien, como comprenderán mi tiempo es oro- comenzó a decir al tiempo que observaba el reloj que acuñaba en su mano- pero creo que puedo disponer de unos minutos con ustedes- completó mientras devolvía el artilugio a su bolsillo.- Puedo decirles que muero de ganas de ver la presentación que iba a hacer el señor con su amigo “Bonito”, si, realmente muero de deseos de verlo-. El hombre ahora centraba su atención en Gutiérrez que en ese momento trataba por incorporarse, daba pena verlo, por supuesto, pero el chico reunió bríos para levantarse y con el mismo esfuerzo sacó el arma que colgaba de su cintura. El anciano puso los ojos en blanco de fastidio y casi de inmediato Gutiérrez comenzó a tener problemas para mantener el arma en sus manos, estas comenzaron a despedir humo, si era humo, no podía negarlo, y también recordaba con claridad que la pistola había comenzado a tornarse roja del calor, hasta que sonó un impacto, uno de los cartuchos debió dispararse por la elevada temperatura y Gutiérrez arrojó el arma con las manos desgarradas por las quemaduras. –Bien, sabía que no la querrías después de todo- dijo el sujeto- y tampoco ustedes querrán las suyas- remató y en ese momento todos los funcionarios fueron despojados de sus armas por una fuerza ineludible y aquellas quedaron flotando arriba de sus cabezas muy cerca del techo.

De ahí en adelante todo había empeorado, ya no sabía decir en qué momento todos habían estado en fila y como Gutiérrez con las manos destrozadas enarbolaba sin fuerzas y contra su voluntad a “Bonito” golpeando con un contundente poderío, que sin duda no provenía de él, los traseros de sus compañeros. Poco después todos habían sido estrellados contra la pared por la misma fuerza y habían sentido como esa misma cosa los elevaba del suelo y los inmovilizaba

–La estamos pasando bien ¿Están de acuerdo conmigo? Hacía mucho que no compartía con personas tan sociales. ¿Saben? Es probable que me esté volviendo algo ermitaño. En fin, adoro estas celebraciones, son mis favoritas, aunque debo confesar, no me gusta ser el alma de la fiesta, pero si las circunstancias me obligan no me opongo – Y ahí había soltado esa carcajada que ninguno olvidaría. Y sin que mediara nada mas, esa fuerza les había proyectado una vez más contra la pared y sus costillas habían sufrido las consecuencias.

-Como había dicho, mi tiempo es oro- dijo ahora el anciano que ya no era anciano y que no se parecía en nada al prisionero que los funcionarios habían detenido minutos antes, si el Comisario no recordaba mal, habían apresado a un hombre de tez oscura al estilo de los nativos de la costa, ahora no parecía un costeño, en lo absoluto, ni tampoco era un anciano.

El sujeto sacó nuevamente el reloj y lo auscultó. –Si me buscan no me encontrarán, pero yo les economizaré el trabajo y les hallaré, e incluso, sería muy divertido hacer una fiesta con sus hijos o esposas ¿Qué dicen de eso? ¿Tengo muy buenas ideas, verdad?- el hombre dejó de mirar el reloj. El Comisario trató de tocarse las costillas que le producían un inmenso dolor.

–Ahora debo irme- continuó el sujeto echándose el reloj al bolsillo-. Espero que cuando se crean más poderosos que sus hermanos me recuerden, con mucho cariño, espero. Adiós y denle mis calurosos saludos a sus esposas e hijos.

Con estas últimas palabras el individuo se encaminó a la salida de la estancia, al mismo tiempo la fuerza que había inmovilizado a los uniformados desapareció y estos se desplomaron al suelo desvanecidos, acto seguido, sus armas de reglamento cayeron del techo con estrépito. Un segundo después el hombre salía por la puerta de la comisaría ante el sonido de las sirenas que se acercaban. Alguien debió llamar a la caballería, se dijo.

Por supuesto que ningún miembro de la comitiva se atrevió a explicar lo que había acontecido, la ambigüedad en sus informes los supuso, de acuerdo a los galenos que los atendieron, como víctimas de un hecho violento inexplicable. El Comisario tendría que posponer la fecha de su jubilación por los continuos interrogatorios y en dar explicaciones que no terminarían de convencer a sus superiores.

Pocos minutos después del incidente un hombre blanco y de cabellos rubios abordaba un autobús a unas cuadras de la Comisaría, en su bolsillo asomaba una gruesa cadena dorada.