La muerte del padre Daniel | Relato
“Y Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos.”
Mateo 8:22
Mi consultorio está ubicado en un antiguo edificio contiguo a una iglesia, de arte barroco, que está frente a la plaza central del pueblo donde vivo, en cuya coral canta mi único hijo, quien también hace de monaguillo siguiendo su práctica religiosa; eso lo estimula a ser responsable consigo mismo y comprometido con los valores cristianos.
Ese jueves cuando salí, tarde como de costumbre, había una algarabía frente a la iglesia, la gente murmuraba en los alrededores los cuales habían sido cercados con cintas amarillas por las autoridades policiales. Solo una de las grandes puertas de madera de la entrada estaba abierta pero el paso estaba restringido. A esa hora, la iglesia debía estar en la más profunda soledad, por lo que pensé en un robo o en sabotaje anticristiano.
Preocupada por el entorno donde mi hijo desarrolla su vida espiritual, le pedí a una de las jóvenes monjas, con quien había hecho amistad, que me permitiera observar desde un pasadizo que conecta la iglesia con la casa parroquial adjunta a la edificación. Ella estaba llorosa y claramente afectada, y quizá por su frágil estado emocional accedió a mi petición y me condujo hacia un oscuro cuarto desde donde podíamos observar todo sin ser vistos, no sin antes advertirme que lo que verían mis ojos era una escena horrenda y abominable; sin duda alguna, obra de Satanás.
No se equivocaba, la escena era peor de lo que cualquier feligrés hubiera imaginado. La gran cruz de madera que adornaba una recamara de la iglesia había sido colgada desde el techo en forma invertida, el Cristo había sido removido y en su lugar había sido crucificado el padre Daniel, quien tenía abierto su costado abdominal. Justo debajo de la cruz estaba la pila de agua bendita, llena de la sangre y las vísceras del clérigo. Una circunferencia de sal y aves muertas rodeaba el mefistofélico escenario.
¿Qué ha ocurrido acá? ¿Cómo es esto posible? Se preguntaban los devotos detectives absortos por este crimen como ninguno en la historia del poblado. ¿Estaremos acaso en presencia de una secta satánica? O realmente ha nacido el anticristo.
Daniel era un sacerdote de edad media, de contextura gruesa algo rechoncho y rasgos un tanto toscos; pero, tenía buen corazón. Era un sacerdote muy activo; aparte de sus homilías dirigía una coral de niños en la iglesia y siempre estaba muy pendiente de las clases de catecismo; además, solía frecuentar las casas de los feligreses, brindando apoyo y consuelo a los necesitados. Tenía solo un año desempeñándose en el poblado, ya que provenía de la gran ciudad, donde se sabía que había rotado por varias parroquias. Hombre de fe y experimentado, amante los niños y los ancianos.
Era imposible pensar que un ser tan humanitario y altruista pudiera tener enemigos, o alguien que pudiera odiarlo tanto; por lo tanto, las autoridades se inclinaron por la búsqueda de un fanático antireligioso, ateo o agnóstico, dado que no encontraron ningún indicio que los condujera hacia algún sospechoso en particular; solo las huellas de las monjas y otras huellas de habitantes, pero solo en las bancas y altares, pero ninguna en torno a la escena del crimen.
Yo por mi parte, con la curiosidad y el morbo latente de detective frustrada (debí estudiar eso en lugar de psicología), me puse a tratar de atar cabos sueltos que dieran luz al misterioso asesinato, e inicié mi propia investigación.
¿Por qué el padre Daniel había rotado por tantas parroquias de la gran ciudad en lugar de permanecer estable y dedicado a una zona en particular?
¿Por qué había dejado las comodidades de una ciudad cosmopolita, para terminar en un pueblo de segunda ubicado en el fin del mundo?
¿Quién podía tener motivos para hacerle daño a un hombre de Dios?
En esta vida todo tiene una respuesta y no existe el crimen perfecto, así que algo debía hallar si observaba bien y si buscaba en el lugar correcto.
Supe por un amigo detective de la policía científica, y además padre de uno de mis pacientes de la consulta escolar, que al no haber hallado huellas ni pistas concretas, estaban investigando a un grupo de adolescentes rockeros que se reunían en el cementerio a escuchar música y fumar –quien sabe que cosas– hasta altas horas de la madrugada. Igual investigaban a un grupo de fanáticos religiosos cristianos que criticaban fuertemente al catolicismo y su estructura eclesiástica, pero no hallaban vínculos con el espantoso crimen.
Un fin de semana que tuve que viajar a la capital para participar en un congreso de farmacología y psiquiatría, aproveché la estadía para conversar con un viejo amigo de la familia, el Cardenal Benicio Rippoli, quien dentro de su prudencia y silencio devoto, se le coló un comentario sobre la ordenanza vaticana de rotar sacerdotes inmersos en actividades no cónsonas con la doctrina y proceder de un cristiano.
Ese corto y aparente insignificante comentario hizo clic en mi analítico cerebro y me puse a investigar en la web sobre los principales casos de presuntos delitos cometidos por sacerdotes por los cuales el actual Papa pedía perdón en nombre de la casa de San Pedro. La lista de irregularidades era interminable e increíble, pasando por robo, sobornos, tráfico de drogas, violaciones, sodomía, pedofilia y hasta zoofilia, algunos casos documentados y otros como opiniones o meras especulaciones; más sin embargo, razones para que un afectado pudiese odiar lo suficiente a un clérigo como para planear y ejecutar su muerte.
Al regresar a mi pueblo, comencé a estudiar las historias clínicas de todos mis pacientes que de alguna manera tuviesen vínculos con la iglesia, en especial durante el período en el que había ejercido el padre Daniel.
Un silente y tímido patrón comenzó a aparecer en los niños de la consulta escolar, mayormente acentuado en los que integraban la coral de la iglesia; y una alarma no tan silente se activó en mi mente, pues mi hijo era el único niño de ese grupo que no asistía a la consulta.
Mi pequeño niño llevaba meses actuando un poco rebelde, molesto e insatisfecho por todo y cerrado absolutamente conmigo, pero nada que no pudiera explicar debido a la ausencia de su padre biológico, la presencia eventual de algunas parejas que he tenido, y el hecho de que su madre era la terapeuta de la escuela, lo que ejercía una presión individual y social sobre él. Entendía o creía entender su comportamiento; pero ante estos hallazgos, descubrir la verdad detrás de la muerte del padre Daniel se había vuelto una obsesión para mí. Necesitaba averiguar si el cura había sido vilmente asesinado o si había sido ajusticiado.
Investigar por cuenta propia y de manera discreta en un pueblo pequeño no era tarea fácil pero tampoco imposible, dada mi posición y acceso a información privilegiada del entorno de la iglesia, de la escuela y el hospital. Sería una investigación solo para mí, por lo cual, amparada bajo el secreto profesional, no informé nada de los descubrimientos a las autoridades, aun cuando fui consultada para evaluar algunos perfiles, situaciones e hipótesis.
Sabía que el crimen, de no haber sido ejecutado por un grupo de personas, podría haberlo cometido cualquier persona con conocimientos básicos de anatomía, un poco de física mecánica, algo de teología y simbología religiosa y conocimiento de las actividades eclesiásticas, además de tener una mente fría y calculadora, tiempo, oportunidad y motivo.
Recordé que cuando estuve saliendo con el patólogo forense del hospital, no paraba de hablar de lo fácil que era diseccionar un cuerpo, y siempre bromeaba con que las amas de casa –como mi madre– eran expertas diseccionando pollos, cerdos y corderos para los banquetes familiares.
Papá cuando era profesor de física en la universidad estaba obsesionado con la mecánica, de cómo los egipcios, griegos y romanos habían construido mega estructuras haciendo uso de palancas y poleas, lo que facilitaba la movilización de cuerpos pesados con facilidad.
En la biblioteca, de acceso público, de una logia esotérica local, podían consultarse réplicas de fragmentos de códices gnósticos y documentos empleados por la inquisición para castigar a los herejes, encontrándose diferentes simbologías y tradiciones del cristianismo primitivo, entre los que se hallaba información sobre la cruz petrina y su relación con los indignos hijos de Dios.
¿Había torcido el padre Daniel sus caminos y había incurrido en alguna falta grave por la que hubiera sido castigado con la muerte? Su ocupada agenda clerical no dejaba espacio para acciones personales y privadas; aunque de una fuente confiable supe que los días lunes había una excepción en su rutina, cuando, después de supervisar los avances del coro infantil de la iglesia, se retiraba hacia una catacumba bajo la iglesia para establecer su comunión privada con Dios, o al menos eso era lo que se sabía, y no volvía a aparecer hasta la mañana del martes.
Lamentablemente no es mucho lo que un laico pude saber sobre estas cosas, por lo cual se vio truncada mi investigación. Solo Dios –y alguien más– saben lo que sucedió esa noche dentro de la iglesia y las razones ocultas que movieron a alguien para realizar un crimen tan atroz. Quizá alguna pista pudo haber oculta en la catacumba que fue tapiada días después del crimen, por órdenes del alto prelado.
El crimen del padre Daniel nunca fue resuelto, ya sea por fallas en la investigación oficial o por intereses mayores; y al cabo de un tiempo la vida de los habitantes del pueblo continuó su curso como si nada hubiera ocurrido.
Por su parte, los feligreses más acérrimos han seguido el camino de Cristo, dejando que los muertos entierran a sus muertos.
veac310324
INICIATIVA DE ZONA DE ESCALOFRÍOS: Llegó el misterio
Puedes participar realizando un post escrito cuya extensión mínima sea de 350 palabras en un mismo idioma. No olvides el correcto uso de las reglas ortográficas y gramaticales.
Una narración con tintes periodísticos bastante interesante y oscura; quizás algunos clichés (aceptables) y una teoría muy abierta sobre el asesino. Me gusta.
Algunos errorcillos por ahí (asumo) atribuibles al tecleo rápido... Nada que una nueva revisión no subsane. Felicidades por tu texto.
Gracias por tu visita, apreciación y observaciones.
A ti, por dejarnos leerte
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Buenos días @eliezerfloyd; qué buen relato. Pegado a la pantalla hasta el final. ¿Ajusticiado o asesinado vil mente? No lo sabemos. Me gustó el final. La vida continúa... un abrazo muy grande
Que buen escrito, me gustó mucho, al principio imaginé que iba a ser su hijo, pero... No. La iglesia guarda muchos secretos, y esto no eso un misterio, que sellaran el lugar donde iba el padre cada lunes, pues... Algo tenían que ocultar, que no tenía que saber el publico en general.
Un gran abrazo.
Me encantó este relato 🤗, al final, me quedé con la curiosidad de saber qué le ocurrió realmente al padre Daniel y la razón de su crimen. Excelente entrega para la iniciativa de Misterios @eliezerfloyd 🤗.
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Intrigante el relato, me quede con las ganas de saber cual es la verdad de lo que le paso.
Bien trabajado tu relato mi estimado.
Excelente, el relato te atrapa paso a paso, eres un maestro Eliecer.... Hay que llevar este relato a la pantalla grande..... Genial
este relato está genialmente ambientado y utiliza un lenguaje técnico muy bueno, que te ambienta en el crimen incierto y te da pie a releer entre líneas para descubrir al responsable de ese crimen. Siempre un placer leerte, amigo
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wuaooo este se ha convertido en uno de mis relatos favoritos escrito por ti. Me encantó la forma de exponer todas las vertientes, la narrativa y el suspenso que se mantuvo hasta el final, me quedé enganchada. La mente de la psicóloga eres tú en la vida real.