Acostado en su hamaca, mira por la ventana las flores marchitarse en el huerto. Algunas de ellas agonizantes, aún desprenden aromas que lo sacan de su realidad, haciéndolo ignorar el amado olor del café humeante en su mano, la presencia de su perro echado junto a un pie que a intervalos lo impulsa para mecerse en un bamboleo cadencioso que le recuerda aquellos bailes pegaditos de sus años mozos.

Sorbe un trago de la oscura bebida y en tono reflexivo se dice: “¡Huerto de flores muertas es mi vida! Aquellas que un día lucieron radiantes a mi lado, volaron a quién sabe qué otros jardines, como la flor de Diente de León que se esparce por el viento, dejando los tallos secos que terminan muriendo en la tierra yerma”.

Aspira profundamente, como si fuese la última bocanada de aire que entrará a sus pulmones, y el aroma a café mezclado con las flores marchitas que entra con violencia por sus fosas nasales, lo lleva en la distancia y el tiempo, hasta la iglesia donde la mujer que lo había amado con locura se está casando con otro, luego de haberle suplicado un amor no correspondido en su magnitud. “¡Ah querida Mary! si supieras cuánto te amé y te dejé escapar por temor al compromiso”. Y no era la prinera vez, Milena ya lo había hecho antes, cuando se rindió al no ver avances en sus amoríos.

Malditas inseguridades de los jóvenes, que piensan que la vida será una eterna primavera, y que en sus jardines siempre habrá una bella flor, y otra, y otra tal vez más hermosa y aromática.

El vaivén de la hamaca se detiene y al estirar la pierna para retomar el vuelo, derrama su café en la camisa; siente la tibia humedad en su pecho, pero no le importa; su mente lo lleva a orillas del estanque, donde una noche estrellada en pleno campo, y al son de “Y nada más” de Silvio Rodríguez, da rienda suelta a su desenfrenado amor por otra flor que más tarde se marchitaría, dejando nuevamente el huerto vacío.

Un ave pasa graznado, y en su vuelo rapaz arranca la última flor que se enseñoreaba en su jardín, y no puede evitar que una tímida lágrima ruede por su mejilla, al tiempo que se levanta correiendo hacia afuera. La luz del sol lo ciega por un eterno instante y la penumbra exacerba el enorme vacío que hay en su existencia. Las flores en el huerto han muerto y ya no tiene las fuerzas ni las ganas de iniciar una nueva siembra.

–Entremos y ocupemos la mente en algo, hasta que este día también se nos escurra de las manos. Grimorio mueve la cabeza simulando que ha entendido todo lo que pasa y lo sigue al interior de la casa meneando el pedacito de cola con que Dios lo trajo al mundo.

CONCURSO DE POESÍA DE LITERATOS: Un tributo al escritor Marcel Proust

Se participará con un poema en verso libre (es decir, sin rima ni métrica) o un poema en prosa (texto continuo, no separado en versos, pero de carácter poético) sobre una experiencia o visión personal de memoria interior o afectiva (puede ser ficcional, no necesariamente autobiográfica).