𝔈𝔩 𝔯𝔬𝔰𝔞𝔯𝔦𝔬 𝔡𝔢 𝔤𝔯𝔞𝔫𝔞𝔱𝔢𝔰

Abigail nació en 1970. Una preciosa niña llena de vida y elocuencias. Su familia era adinerada, de los terratenientes más importantes de la región y su padre era ese tipo aristócrata que no dejaba que nada se interpusiera entre él y su objetivo, sin importar el costo.

En el mismo instante en el Abigail vio la luz de la vida, su llanto inundó la habitación y fue envuelta entre sábanas blancas de seda para acostarla en el pecho tibio de su madre, que reposaba en una de las muchas habitaciones de la mansión de la hacienda. Al otro lado del pueblo en una pequeña casa de tablas de madera y sin pisos, nacía Luci, hermana bastarda de Abigail.

La madre de Luci era una obrera de las haciendas de aquella familia y el despiadado patrón, padre de Abigail, un hombre sin corazón que se aprovechó de la pobre mujer que solamente quería trabajar para mantener a su familia y ahora tenía que parir una hija y criarla sola, ya que el hombre no permitía que se acercaran a su mansión o a su familia y menos para pedirle ayuda para una hija fuera del matrimonio, que no existía para él.

La madre de Luci era una gitana, criada entre conjuros de hechicería y al momento de nacer su hija conjuró a la inocente criatura para que vengara el origen de su procedencia y la deshonra de ambas. Al mismo tiempo la madre de Abigail con lo más profundo de su corazón lanzó una gran bendición a su pequeña hija, mientras la cubría con un rosario de granates que perteneció a su familia desde hace varias generaciones. Con esto le deseó que se convirtiera en una mujer de bien que defendiera el honor y las cosas buenas de su familia.

Las 2 niñas crecieron y se convirtieron en hermosas mujeres. Cada una se destacaba en lo que hacía y eran buenas chicas, amables y respetuosas con los que las rodeaban.

La madre de Luci se empeñaba en recordarle su misión y dentro del alma de la muchacha crecía ese resentimiento hacia el hombre que la engendró y luego abandonó para crecer como una hija del pecado. Su madre le recordaba que debía hacerle sufrir con lo que él más amaba y así pagar todo el mal que ha hecho en la vida.

Luci consiguió un trabajo en la mansión de la hacienda. El lugar era enorme, con grandes ventanales cubiertos por unas gruesas cortinas que no dejaban pasar la luz del día a la casa.

Mientras limpiaba el polvo de los extravagante objetos que se encontraban en las lúgubres habitaciones de la mansión, Luci podía observar el comportamiento de los miembros de la adinerada familia y así planificaba su venganza.

La madre de Abigail casi nunca salía de su habitación. Era el único lugar de la casa que se mantenía ventilado y con la luz natural. La señora de la casa se había sumergido en su propio mundo, se refugió en la costura y las oraciones para ignorar la oscuridad que acompañaba a su marido con el que ni siquiera compartía aposentos.

Abigail era una muchacha dulce y curiosa. Le encantaba escaparse de la sombría mansión y correr entre los pastos bajo la luna. Últimamente había estado prestando atención a las cosas que hacía su padre y había descubierto como sus guardias y el capataz de la hacienda maltrataban a un obrero que debía un préstamo y casi lo matan. La pobre muchacha quedó traumatizada y no dijo nada de lo que vio a nadie, pero se había prometido enfrentar a su padre.

Una tarde Luci se encontraba limpiando el despacho del señor, cuando este entró con el capataz hablando sobre la venta de la cosecha de algodón de este año. Para el señor, sus empleados eran invisibles y jamás se preocupó por alguno de ellos. Pero sus ojos se fijaron en el cuerpo esbelto de Luci y su mente llena de morbo jugaba a quitarle ese largo vestido, encajes y delantal de encima a la muchacha.

Cada palabra que pronunció el capataz en aquella reunión sobre ganancias, perdidas y costos de producción, fueron totalmente ignoradas por el señor que se encontraba deleitado por la hermosa Luci. El señor pidió al capataz que se reunieran en otro momento ya que se aproximaba una tormenta y que era mejor que se retirara. Acompañó a su hombre de confianza a la puerta de la mansión que se hacía mucho más escalofriante con las luces de los relámpagos.

Abigail ese día había seguido a su padre a los establos y luego a supervisar la recolección de la cosecha. Aguardaba oculta entre las cortinas del pasillo afuera de su despacho. Siempre sostenía entre sus manos la pesada cruz del rosario que su madre le dio cuando vino al mundo, era su amuleto y se sentía protegida por él y cada vez que lo tocaba en su mente repetía las palabras de su madre: "Sé una mujer de bien y defiende el honor y las cosas buenas de tú familia".

Luci terminó de limpiar el despacho del señor y recogió todos los implementos de limpieza. Se aproximó a la puerta para cerrar cuando fue interceptada por el señor que venía con una expresión demoníaca en rostro.

Los utensilios de limpieza de Luci quedaron regados por todo el suelo. Abigail se aferró a la cruz de su rosario mientras temblaba. Ambas hermanas estaban aterrorizadas y temblando por lo que podría hacer su padre.

Luci, con voz entrecortada le dijo que la soltara. El hombre, como un animal feroz se lanzó sobre el cuello de Luci para aspirar ese suave aroma de mujer. Mientras se saboreaba a la muchacha esta pudo decirle que la soltara porque estaría cometiendo incesto ya que él era su padre.

Aquel hombre se quedó paralizado unos minutos. Pero el deseo incontrolable que le provocaba aquella mujer que no podía ver con ojos de hija, era mucho mayor que su cordura, así que la lanzó al suelo y desgarró su vestido y sus encajes.

Abigail ahogó sus gritos de asombro con su mano mientras que con la otra sostenía la cruz. No podía creer lo que su padre hacía a su propia hija, a su hermana. Rápidamente pensó que debía ayudarla.

En el suelo, Luci sostenía la cara de su agresor retirándola con todas sus fuerzas para escapar de los labios de su progenitor que estaba ciego de lujuria.

Abigail recordó la encomienda de su madre. Y repetía una y otra vez en su mente: "defiende el honor y las cosas buenas de tú familia", así que salió de entre las cortinas como un felino cazador y clavó la cruz en el cuello de su padre. La pesada cruz antigua se perdió entre la carne de aquel hombre y la sangre roja cubrió el suelo de madera y las cuentas de granate que habían protegido a su hija desde el día que nació y que ahora estaban protegiendo y dignificando a su otra hija renegada.

Esta es mi entrad al Writing Club Special Contest. Muchas gracias por visitar mi publicación.