El silencio acompañaba a Carmen durante la tarde. Eran las horas más felices que pasaba en su soledad. Por las tardes se sentaba bajo un árbol de aguacate que daba sombra a todo el patio, tomaba su café y con el canto de las aves suspiraba mientras sentía en su alma la paz que la hacía feliz.

Su momento era interrumpido cuando él llegaba. Su arrogancias y energía oscura opacaban el lugar por donde pasaba.

La rutina era la misma, el baño listo, la cena servida y caliente y todo ordenado ordenado en la casa. Y el problema venía cuando algo le parecía fuera de lo común. Muchas veces cuando todo estaba en orden, y simplemente se le antojaba soltar su oscuridad, inventaba cualquier cosa para borrar la sonrisa de Carmen.

Ella se sentía todo el tiempo reprimida. No hablaba con nadie, si lo hacía, volteaba a todos lados para asegurarse que nadie la viera. Salía al mercado los lunes y disfrutaba el recorrido por los puestos, hasta que él un día la siguió y se dio cuenta que su sonrisa estaba en cada momento mientras compraba, así que cuando llegó a casa feliz con las verduras, él la abordó diciendole que de ahora en adelante ya no tenía que ir al mercado ya que él traería las compras.

Carmen solamente le quedaba el momento de ir a dejar a los niños en la escuela. Una mañana regresó de dejar al más pequeño en el jardín de infantes y encontró todos sus zapatos en la sala.

Estaba confundida, pero comenzó a recoger. Para su sorpresa cada uno de sus zapatos les faltaban los tacones. Siguió el rastro entre zapatos y trozos de madera para encontrarlo a él bajo su árbol de aguacate cortando los tacones que faltaban.

Su expresión de asombro y tristeza era notable en su cara. Él la miró y le hizo saber que era simplemente para que se viera mejor y para que ningún otro hombre la mirara en la calle. Carmen agradeció aquella iniciativa y se retiró a la cocina para llorar en silencio ocultar sus sentir mientras cortaba una cebolla para el almuerzo.

Nunca sabremos ¿por qué Carmen permitía que él oscureciera su paz? Tal vez porque su alma era pura, noble e incorruptible. Ella sentía que podía disfrutar de sus horas de soledad y sonreir de un modo especial para su árbol de aguacate y para sí misma en la hora de la merienda.

Hoy ya Carmen no está con nosotros. Él tampoco. Pero el recuerdo de Carmen sigue vivo en cada recuerdo de los que tuvimos el honor de compartir el mismo instante de tiempo con un maravilloso ser. Nos recuerda que no debemos permitir que nada ni nadie nos perturbe la paz que merecemos.

El recuerdo de él, bueno, casi nadie lo recuerda. Suponemos que si en algún lugar las almas reunen después de esta vida, ella estará orando para el alma de él consiga el descanso de luz.