[ESP] Lo viví, lo vi con estos ojos que han de comerse los gusanos // anécdota

Hace años, mientras almorzábamos, mi abuela me contó con lágrimas en los ojos, que cuando ella era pequeña, la fiebre amarilla mató a muchas personas, entre ellas a su madre y a la mayor parte de su familia materna, dejándola huérfana en manos de una vecina que era la mejor amiga de su madre. No podía estar con su padre, era mujeriego y nunca quiso hacerse cargo de ella, no le gustaban las responsabilidades, solo se divertía y viajaba a caballo visitando todas sus conquistas. Decían que en cada pueblo tenía muchos hijos, años después mi abuela confirmo que el número de hermanos que tenía era exagerado y que fácilmente podría haber formado un equipo de fútbol en aquella época.

En fin, en su época no existía la modernidad de hoy en día, como poner oxígeno, alguna vacuna, jarabes, pastillas para calmar el dolor o parar la infección, ¿te imaginas?, tenían que recurrir a plantas medicinales y cualquier método casero para conseguir alivio. Algunos tuvieron suerte, sobrevivieron, otros simplemente murieron en total agonía, esperando lenta y cruelmente a que algún órgano se detuviera y causara un infarto.

Recordé esta anécdota precisamente esta mañana cuando sacaba las medicinas que estoy tomando a causa de una fuerte infección que padezco desde hace unas semanas, el recuerdo vino como una escena que se encendió de repente en mi cabeza y me imaginé a mi abuela, una pobre niña, con un vestido sucio, descalza, llorando en un rincón sin posibilidad de acercarse y despedirse de su madre que agoniza, porque no le permiten el contacto con ella, puede contagiarse de la fiebre.

El hecho más inquietante que me contó aquella vez fue que un grupo de personas, para evitar que la enfermedad se propagara más, se encargaban de cavar enormes fosas comunes donde arrojaban a todos los enfermos que ya no se movían, suponían que ya estaban muertos, pero ¿estaban seguros de que realmente habían fallecido? De hecho, mi abuela, en su inocencia, escuchó en ocasiones decir a las esposas de los encargados de recoger y arrojar los cadáveres, que ellos mientras cubrían los cuerpos oían ruidos extraños, es decir, que mientras tapaban con palas de tierra, oían gemidos o la respiración débil de alguien, incluso algunos cadáveres se movían cuando les caía la tierra encima; Sin embargo, nadie se atrevía a decir nada al respecto para no tener que comprobarlo y exponerse al contagio, los enterraban igual. Guardaban silencio, como un secreto entre ellos mismos, y era debido al terror que mantenía a todos atemorizados en ese momento. Si lo tocas, ¡te enfermas!

Cuando escuche por primera vez esa anécdota de mi abuela, convencida, le dije, "yo creo que enterraban a la gente viva, porque no se daban cuenta de que estaban débiles o desmayados, claro que seguían agonizando, pero tenían vida, solamente necesitaban medicinas como antibióticos y oxígeno" ella me contesto:

Escucha si cogías la fiebre amarilla o la viruela, lo único que podías hacer era ponerte paños de agua en la frente, beber té de una planta en la que todo el mundo tenía fe, el limón y la miel ayudaban mucho y, sobre todo, rezar al cielo todos los días para que la enfermedad no siguiera matando gente. Yo lo viví y lo vi con estos ojos que han de comerse los gusanos, no solo perdí a mi madre, sino también a tres hermanos que me querían mucho, cinco años después mi madre adoptiva murió de un brote similar, y me quedé totalmente sola. El resto ya lo sabes, pero si algún día recuerdas estas historias de mi vida que hoy te cuento, será porque estás quejándote de algo que posiblemente tiene solución y podrás darte cuenta de lo duro que fue crecer y vivir en mi época, nada comparado de tu situación actual teniéndolo todo al alcance de tu mano.

Tenías razón abuela…