Cuando tenía unos ocho años, empezó un sueño recurrente, era muy intenso y afectaba mi sueño. Me despertaba muy agitada, sudorosa y llorando descontroladamente. Sin querer, afectaba las noches de descanso de mi madre y de mi padre. Este sueño estuvo presente durante mucho tiempo y emociones fuertes como la nostalgia podían provocar su aparición, según yo lo percibía.

En particular, este sueño siempre estaba asociado a un único espacio físico, que era la escuela. El sueño consistía en que yo iba a la escuela, con todo en orden, cabello, falda, blusa y zapatos escolares lustrados, pero había un detalle, iba sin calcetines. Yo no podía percibirlo, hasta que otros lo descubrían, ya fuera por la atención de las autoridades o por las burlas y mofas de mis compañeros.

Mamá siempre ha sido celosa y cuidadosa con los detalles. Y así lo reforzó a lo largo de los años en mí, fortaleciendo mis hábitos de responsabilidad, fomentando la importancia de la limpieza y la buena presencia. Cuando llegaba el desagradable sueño, siempre estaba yo en la escuela. Esa sensación en el sueño era realmente aterradora y muy vívida. A veces se burlaban de mí, en clase o en el patio. Varias veces me llevaron a la dirección del colegio por no cumplir con el uniforme.

Ante la inquietante recurrencia del sueño, mis padres hicieron algunos cambios. La luz de mi lámpara de noche empezó a permanecer encendida pero a muy baja intensidad, lo que me dio una sensación de bienestar y confianza. Se hicieron cambios dietéticos con cenas ligeras, asociadas a leche caliente y cereales como la avena. Se supervisaron los programas de televisión, nada que desencadenara emociones fuertes. A pesar de las buenas intenciones, se obtuvieron pocos cambios.

Fue necesario recurrir a ayuda profesional, mi pediatra sugirió un psicólogo infantil y así empezaron las terapias. Como antecedente, había perdido a mi abuela Titi, la madre de mi madre, vivía con nosotros y era muy especial para mí, éramos inseparables.

Así, la psicoterapeuta fue uniendo, entrelazando hechos y vivencias, determinando la asociación de mi sueño, producto de mi resistencia y negación, a aceptar la pérdida de mi abuela. La falta de calcetines era mi vacío, algo muy mío que ya no estaba. Las terapias fueron valiosas, creo que los padres deben estar muy atentos a las señales en sus hijos para actuar a tiempo y evitar afectaciones mayores. No fue fácil a los ocho años aceptar la pérdida de un ser querido.

Así llegó Tobi a mi vida. Mi gato, su presencia fue sanadora, se convirtió en mi amigo de travesuras, mi fiel compañero durante doce años, hasta que él también tuvo que marcharse...Te extraño abuelito Titi.